domingo, 20 de diciembre de 2009

IMPATIENS

Dicen que las flores tienen sentimientos y que, por las noches, lloran sus penas. Los humanos, en su ignorancia, llaman rocío a sus lágrimas… y, siempre tan crueles, admiran y cantan a esas gotitas que bañan los pétalos.

Una joven bella, de larga cabellera se bañaba desnuda en las aguas de un río. Pasó por allí un paje, casi niño, y al verla tan hermosa se quedó petrificado Y fue incapaz de moverse de allí. Salió la doncella del agua y se dirigió hacia él, pero lo ignoró y se limitó a pasar a su lado alejándose luego.
Clavado quedó el doncel en el prado y poco a poco fue marchitándose en su dolor, hasta que murió.

De amor fue la muerte aquella, y cuando llegó la primavera el campo floreció llenándose de pequeños brotes. Paseaba la joven por allí y encontró un gorrito de terciopelo rojo que le hizo recordar al muchacho que el verano anterior la había observado con embeleso. Comprendió lo que había ocurrido y fue ella la que derramó lágrimas sobre los brotes. Surgieron aquí y allá bonitas flores a las que ella llamó “impatiens”
El llanto de la doncella, castigo a su arrogancia, siguió brotando y se confundió con el rocío que cubría las flores. Fue la única consumación de su amor tardío con el joven doncel.

domingo, 13 de diciembre de 2009

ENFOQUE SOCIAL DE LA DIABETES

Me estrené en mis dulzuras a los 11 años y de eso hace “hartá años” (estoy en Andalucía ¿se nota?)

Nunca jamás he dejado de ir a ninguna reunión por no poder comer/ beber como los demás, no diabéticos, mortales. Pero el destino se pone pesadito y reiterativo conmigo. Mi marido se ha unido a nuestro inmenso grupo y hace ya años que es, también él, dulce. Uno más con los mismos problemas… Pretende que no vayamos a casi ningún jolgorio, con comida incorporada, para no salirse del régimen. Dice que no tiene fuerza de voluntad.
Y ahí surge la discrepancia. ¿Qué es más importante: relacionarse con quien te apetezca o la comida?
La verdad es que nuestro menú puede ser tan variado y estupendo como cualquier otro, con lo cual yo no sufro ni un poquito. No nos ponemos de acuerdo y finalmente hemos optado por hacer casi siempre lo que nos apetece a cada uno: él se queda y yo me voy. Nos llevamos muy bien, así es que ¡todos contentos!
Pero ¿No merecería este tema un pequeño debate?

martes, 8 de diciembre de 2009

CRONOS ¡dios!... ¡Qué digestiones tan pesadas!

CRONOS ¡dios!... ¡Qué digestiones tan pesadas!
Ni siquiera los dioses del Olimpo podían vivir tranquilos.
CRONOS no sosegaba. Era el supremo dios de los Titanes pero estaba preocupado. Era consciente de que no podría mantener su alto estatus, para siempre.

Le habían vaticinado que uno de sus churumbeles se le subiría a las barbas algún día. Tomó una decisión drástica: se los iría comiendo conforme fueran naciendo. Así fue, los devoró a todos: Hestia, Hera, Deméter, Poseidón y Hares.

Rea, su esposa y madre de las criaturas, estaba empezando a hartarse. Vivir con un hombre resulta difícil, pero aguantar a un dios de por vida (y con tan buen apetito) era más de lo que ella podía o quería soportar. Cuando se quedó embarazada de nuevo, se quitó de en medio y cuando salió de su escondite le ofreció a Cronos una piedra envuelta en los pañales, previamente marraneados, por el cachorro del dios. Cronos, se dejó engatusar por las carantoñas de su esposa y, sin advertir la diferencia, se comió aquello que el creía que era un bebé.

Pasaron los años y Zeus creció. Decidió recuperar lo que le correspondía y un buen día dio a beber a Cronos (su padre) una pócima. Zeus frente a él que sonreía y le miraba a los ojos, no desconfió y apuró la copa hasta el final.
Cronos se puso muy malito y regurgitó todo lo que antes se había comido. Los pañales y la piedra primero, Hestia, Hera, Deméter, Poseidón y Hares, en ese orden, al final.

Después de una digestión tan prolongada y pesadísima, suponemos, se debió quedar más ancho que largo. Se le debieron quitar, para siempre, las ganas de comer tan a lo bestia, por muy dios del Olimpo que hubiese sido.
Los Titanes, derrotados, fueron enviados a los abismos y
Zeus y sus hermanos se repartieron la creación como les apeteció.

Zeus se convirtió en dios del cielo y soberano olímpico; para Poseidón fueron las profundidades y el mar y a Hades le correspondió el inframundo y… siguieron siendo dioses, lo que no les impedía enamorarse entre ellos y de los humanos cada vez que se les antojaba.

¡Muy caprichosos los dioses del Olimpo!

lunes, 30 de noviembre de 2009

NUEVAS EXPECTATIVAS

Para uno de mis cariños:
Tenía yo una amiga que decía que le horrorizaba el concepto: "mi mejor amiga". Presumía de tener varias mejores amigas. Yo, en cambio, tengo muchos "cariños".
Hoy pienso en uno de ellos muy, muy (dos veces) considerable. Releo un comentario que hizo a una de las bobaditas que escribo en el blog. Le ilusionaba, decía (aunque con otras palabras), tener ocasión de conocer gente nueva y de tener nuevos horizontes Buena ocasión: la vida es retorcidilla, pero por el sistema: "Dios escribe derecho con líneas torcidas" es capaz de obtener buenos resultados.
Lo que va disfrazado de desengaño, puede resultar un empezar con nuevas ilusiones y encima con más experiencia.
Yo ahora que mi inicio; sólo ¡me inicio! en la edad provecta, estoy contentísima de saber más que los ratones "coloraos" y es que con los años se aprende un montón y... es estupendo. La perspectiva de todo varía se disfruta más y se puede elegir mejor.
Si todo esto se suma a estar en plena flor de la vida y a tener mucho que ofrecer se puede esperar lo mejor de lo mejor, en todo.
Y si no, se aplica una táctica de mi padre: ¡Tú, hija mía (me solía decir), siempre: paso adelante y mala leche!

sábado, 28 de noviembre de 2009

MIOPÍA EMOCIONAL

Hay hombres/ hay mujeres especialistas en dejar pasar de largo, por su vida, lo mejor de lo mejor y a los mejores; siempre me he preguntado qué es lo que valoran algunas personas.
Alguien que nunca quiere parecer lo que no es, que valora la amistad, la colaboración en pareja (poniendo mucho en ello), alguien sincero hasta el punto de que nunca dice lo que no siente, a riesgo de parecer brusco o adusto, incluso. Esto es difícil de encontrar y debería ser apreciado.
Suelen ser personas que adoptan una postura y desprecian a los que no son de su exacta manera de pensar. Exhiben una especie de superioridad y etiquetan a los demás, sólo, su forma de vivir es la buena… pero le tienen a la vida tanto miedo como los demás, a pesar de su desenfado o quizás precisamente por ello.
Te deseo suerte y espero que, cuando se pase el marrón, veas que te has enriquecido moralmente y que no eres tú la que pierde. Tienes toda una vida, la tuya, por delante y mucha gente que te quiere y, sí, te valora.
Yo, por ejemplo.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

FUMAR O AGUANTAR, ESTE ES EL DILEMA

Es muy malo para la salud dicen… Me veo en la tesitura de ocuparme con frecuencia de mi hermana mayor que se cae con frecuencia. Cuando no se está cayendo aprovecha su tiempo, sin perder un minuto, para fumar… uno y otro sin parar. No se si es perjudicial para ella o si vive en un estado de acartonamiento interior que la protege. Su corazón está bien (17 años le dijeron, que parecía, en el último electro) y de pulmones no se como va porque procura, afanosamente, que no la acompañemos al médico. Sus toses la acompañan, ellas sí.

La verdad es que su propia salud no parece preocuparle, pero y la de los demás?
De vuelta a casa después de 15 días de estrecha convivencia constaté que mi olor a tabaco era marcado y molestísimo para mí y los que se me acercaban: ropa, pelo... estaba, ya, tan metida en el ambiente que no me daba ni cuenta. Protestaba mi irritada garganta, que acusó el mucho humo respirado.

Lo que si pude observar es que la columna de humo, me pusiese donde me pusiese, me perseguía con ahínco y se metía sin freno por mi nariz. Me veía a mí misma como el indio de los dibujos de Walt Disney: “Cara Nublada” que se paseaba con su nubecita lluviosa e ininterrumpida, justo, encima de su cabeza.
No es que quiera unirme a la masa de no fumadores intransigentes, pero un poquito de consideración por parte de los "chimenea" se agradecería.

sábado, 14 de noviembre de 2009

AGUERRIDA VEJEZ

Cuido estos días de mi hermana/amiga/madre; siempre la he querido más de lo normal. Ahora la veo mayor, frágil e incapaz de cuidarse a si misma. Se me parte el corazón cuando la veo andar por el pasillo torcida de dolor y encima hacia la izquierda que según dice, con sorna, nunca le ha gustado. Terrible vejez que me asusta tanto que me vuelvo una abuelita lanzadísima. Sólo la decrepitud y la dependencia me dan miedo en lo que a mi pareja y a mí concierne. También la salud de los que quiero que son muchos.
En cuanto a mí que me echen viajecitos en avión, pasando por el Triángulo de las Bermudas o peligros varios siempre que sean divertidos... Ya me pensaré algo ¿Tal vez planear una merendola no apta para diabéticos en una buena pastelería?
De momento mejor me tranquilizo, me ocupo lo mejor posible de mi hermana y hago el propósito de no decir tonterías y de no hablar con la boca pequeña.
La vida es muy bonita y nadie, ni el enfermo: mi hermana en este caso deja de disfrutar entre dolor y dolor de momentos de satisfacción y de disfrute.
Mañana mismo me la llevo al teatro. Le sentará bien. Seguro.

lunes, 26 de octubre de 2009

Escrito en enero 2005. MI DIABETES Y YO

DE UNA DIABETICA DE PRO A LOS DEMAS Y A ELLA MISMA

Nací el 16 del 12 de 1943 muy sanita y muy bien.
Jovencita, en el pueblo de mi padre, Cervera del Río Alhama, descubrí que me encantaban las excursiones por los montes. Me gustaba también andar en bici y el deporte en general y nadaba mucho. Pero a los doce o trece años, aunque comía como una lima, tenía una sed horrible, estaba delgada como un palillo y empecé a tener unos picores vaginales súper "insoporteibols". Medía casi 1´70 y pesaba alrededor de cuarenta y un Kg.

En Cervera durante el verano de mis 12 años, en vacaciones, vino de visita a casa de mis abuelos un amigo de mi padre que era médico; le sorprendió que yo me hubiera quedado en casa en lugar de ir de excursión con mis primos porque ¡ME CANSABA!!!... Empezó a investigar y me mandó algo que no se les había ocurrido antes a los médicos que me habían visto ya: un análisis… Quizá porque nadie, antes que yo en la familia, había padecido esa enfermedad. Diabética perdida ¡claro! y en cuanto me mandaron insulina y régimen, mano de santo, se me quitaron los picores, la sed y empecé a estar mejor
Relativamente, claro, porque hay que ver lo poco que se sabía del tema en aquella época.
Yo no me topaba, entonces, con más diabéticos que yo misma aunque debía de haberlos, en menor número que hoy en día, por supuesto.

Había que hervir las jeringas de cristal, cada vez y no se nos permitía comer pescado azul, ni huevos fritos, ni cerdo (con perdón), ni pasta, ni otras muchas cosas muy buenas que ahora tomamos. No era fácil tampoco hacerse un análisis como no fuese en un laboratorio. Todo esto a la gente joven le debe parecer antediluviano… Lo era
Resumiendo: que a partir de aquel verano mi vida se convirtió en lo que es la diabetes: Un puro cálculo. ¿Qué como?, ¿Cuánta insulina me pongo? ¿Cuánto quemo? Y eso sin contar con las influencias emocionales y hormonales (estas últimas ya no cuentan, ¿eh? Ventajillas de haber superado los veinte años)
Entré a formar parte de lo que mi hermana mayor: Divina, llamaba diabéticos alegres. Ella los distribuía en dos grupos: los tristes y los alegres.

Un día me habló de una compañera suya: diabética triste, por cierto, y me la presentó para que la animara si podía. Nos tomamos juntas una cerveza y hablamos. Efectivamente, estaba acobardada y con muy poca energía. Al día siguiente, tenía una excursión con el novio y no se atrevía a ir. Le di un empujoncillo de moral y se animó, pero… no calculé bien y se animó tanto que, a los nueve meses, tuvo un hermoso niño. A partir de entonces procuré no ser tan eficaz en mis levantamientos de moral.

Volviendo al tema de lo que era mi calidad de vida en aquel tiempo, no es extraño que al empezar con la insulina mejorase notablemente, ya que como estaba tan súper delgadita mi abuela antes de saber que era diabética, me daba merengues, riquísimos por cierto y todos me dedicaban delicadezas varias de este tipo, que como podéis imaginar no contribuían precisamente a mejorar mi salud.

Estuve sólo regular hasta que mi padre oyó hablar de un tal Dr. Jiménez que pasaba consulta en Maria de Molina esquina a Lagasca. Este hombre era genial, muy buen diabetólogo, humano y un precursor para la época. Me trató desde 1957 aunque luego seguí con su hijo, un muchacho de mi edad, que estudio medicina y siguió la escuela de su progenitor. Durante muchos años y gracias a ellos dos (padre e hijo), y a mi afición al deporte, mi salud mejoró notablemente; ahora nado, por lo menos, tres veces en semana, ando muchísimo y corro suave, a lo ancianito, varias veces a la semana.
A los quince años conocí a un compañero de mi hermana, y empezamos a salir, él tenía ocho años más que yo; terminó la carrera y se fue a trabajar a Larache en Marruecos y a los 18 me casé.
Las cosas de la vida: se “contagian” o lo parece. Ángel, mi pareja, me acompañó, un día, a mi diabetólogo en busca de un régimen de adelgazamiento y resultó que él también era del gremio de los dulces; unos años sin insulina, hoy insulinodependiente como cualquier hijo de vecino.

Día tras día, me veía levantarme temprano para ir a correr, hasta que se animó, el también; hoy es tan adicto al deporte como yo.
En mi juventud y desde la óptica de diabética independiente, (no existían las asociaciones de diabéticos, como ADE) fueron traumáticos los dos intentos de probar con otros diabetólogos. Ahora los médicos saben de diabetes, en mi tiempo, era diferente.
Me casé a los diez y ocho años, dejé Madrid para vivir en Marruecos y luego nos trasladamos a Huelva. Tardé casi once meses en quedarme embarazada, llegué a ir un médico a ver por qué (inocente y palurdo corderillo: ¡con diez y nueve años!), bueno, el caso es que tuve mi primer hijo con veinte años. Cuando estaba de cuatro meses pasé por un portal donde había un cartel que ponía: D. Luís M. B.: diabetólogo y pensé que debía tener uno cerca ya que “mi” Dr. Jiménez vivía en Madrid y pedí cita. Me pesó, me dio un librito: GUÍA DEL DIABÉTICO Y me dijo:”Con el peso que Vd. tiene y embarazada, siga la dieta de dos mil calorías y, sin más preámbulo, me mandó ponerme setenta y cinco unidades en lugar de las veinticinco que tenía prescritas.
Recordad que en aquel tiempo no teníamos analizadores, no existían.
Cada uno de vosotros, diabéticos míos, sabéis la barbaridad que esto supone, pero yo en aquel tiempo no lo sabía. Pensé que: estaba embarazada, que eso era nuevo para mí y que un diabetólogo lógicamente entendería más que yo. La segunda o tercera noche después del aumento de insulina, me desperté en otra habitación y delirando. Mi marido (asustadísimo) me había cambiado de cama porque había devuelto y porque me había dado un coma tremendo. Me preguntaba (esto lo recuerdo) “¿Dónde está lo de los médicos?” y yo le contestaba: “En el medical…”. Estaba totalmente pirada; pero éramos tan jóvenes e ignorantes y estábamos tan solos en Huelva, que esperamos y cuatro noches más tarde me volvió a ocurrir lo mismo (pensamos que sería del embarazo), otro coma. Entonces sí, fui de nuevo a ver al insigne diabetólogo que me dijo, en esta ocasión, que una diabética no tenía que ir al médico por cualquier cosa. De resultas de semejante cretinez me fui directamente a la RENFE y volví a casa con un billete de tren para Madrid.

Se derivó de esto un auténtico terror, por mi parte, a ir a otro médico que no fuese el mío con lo cual se hicieron habituales mis agradables viajes a Madrid para que me viese el Dr. Jiménez.
Era estupendo, me encantaba ir y la terapia era ver a mis padres, al médico y no perder contacto con mi Madrid que me seguirá gustando toda la vida.
Pero hay que ser bruto para triplicar la dosis de insulina de sopetón a nadie. Me podía haber mandado al otro mundo fácilmente y de paso cargarse a mi niño, en el cuarto mes de embarazo. Después de esto estuve muchos años en que mi médico, era yo misma ayudada por mis visitas a Madrid que no eran tampoco muy frecuentes.

Tampoco estoy contando que siempre he sentido deseos de hacer cosas nuevas que me han ayudado a salir adelante y a no decaer. Después, en un momento determinado, estuve también ingresada en Madrid en la Cruz Roja de Reina Victoria (enfrente de la cual yo había nacido) y también me fue fatal.

Luego estaban los demás, los no diabéticos. Una vez una persona muy querida por mi y muy allegada me dijo” A ver cuando empiezas a hacer las cosas bien” y yo le contesté: ”Esto es como si a una persona que se está ahogando y quiere salir de una piscina con bordes de hielo y no puede, le dices: “A ver si sales ya”. Me sentía de lo más incomprendida y no sabía que hacer con mi dichosa salud.
Pero en fin, esto ya ha quedado atrás y al releerlo me suena demasiado trágico.

De todas formas para no dejar a medias, mis traumáticas experiencias médicas, me traslado a unos años más tarde viviendo ya en Motril. Un buen amigo mío médico, urólogo, para más señas, estaba preocupado por mí y me aconsejó volver a recurrir a un especialista, muy afamado por cierto, un tal X.X... en Granada. Andaba yo, en la época, preocupada y tristona y fui a ver a ese señor. Fue él, el que me indujo al continuo autocontrol, que he seguido llevando siempre, después. Esto es lo normal y es bueno pero al principio era desoladora esa obligación de analizarme 6 veces al día o más, sobre todo, porque el doctor, en cuestión, de psicólogo no tenía nada y soltó las típicas amenazas de que me iba a quedar ciega, se me caerían los dientes, tendría problemas de piernas y etc. antes de morirme, claro.
Me redujo la dosis de insulina diaria a diez y seis unidades y me mandó volver a la semana justa, pero me prohibió, completamente, el deporte durante esa, semana. Querría saber como reaccionaba mi organismo en vida sedentaria, supongo. El resultado fue que estuve toda la semana por encima de trescientos de glucosa, con dolor de cabeza y muriéndome por los rincones.
Pasó la semana, fui a su consulta y le enseñé mis anotaciones de análisis. Lo cogió y me preguntó: ¿Qué cenó Vd. ayer? Sólo recuerdo, que al enumerar: un huevo pasado por agua, sin escuchar más, lanzó un: ¡Yo le dije una tortilla!... o al revés, no se. Tiró sobre la mesa la cartilla de apuntes y me dijo “Vuelva Vd. dentro de otra semana”.
Cuatro veces fui a su consulta y las cuatro salí llorando a “hipios”. La última vez mi marido, muy cariñoso, me dijo: “Chata, a lo mejor estamos haciendo las cosas mal” y yo le contesté:”Bien o mal, esto se acabó.” Y desde entonces seguí luchando, yo solita, pero empecé a controlarme mucho y ya acabé, aceptando el hecho de que había que hacerlo así.

Mi posdata a esto es que de momento no se han cumplido sus negros presagios y tengo ya 61 castañas, este inciso es sólo para que no os desaniméis si estáis leyendo. Seguro que los jóvenes que habéis recibido, desde pequeños, una educación diabética tenéis dificultad en entenderme. Los veteranos, como yo, lo comprenderán mejor.

Me remontaré ahora a la Edad Media, o sea, a cuando me casé.
Acostumbrada a vivir en Madrid con mis tres hermanos y mis padres,” just married”, en Larache, el exespañol Marruecos, me vi bastante “solateras”, la única que no me dejaba nunca era mi diabetes. Más tarde vivimos en Córdoba, Sevilla y finalmente en Huelva donde llegamos a tener muy buenos amigos y a estar muy a gusto.
Me quedé embarazada estando ya en Huelva, a los diez y nueve abriles, y allí fue donde acudí por primera vez a un diabetólogo local que casi me mata pasándome, sin más, de veinticinco unidades diarias a sesenta y cinco, estando yo, ya, de cuatro meses y medio.
A consecuencia de esto en pleno embarazo tuve dos comas hipoglucémicos, no obstante lo cual, todo fue bastante bien y mi hijo mayor: Ángel, nació con cuatro kilos y muy majillo, por cierto. Le di de mamar durante tres meses (mi leche era azucarada, claro) y luego como yo le había oído decir a mi madre que ella nos había dado leche condensada la usé, yo también, para mi hijo en los biberones. Se crió de maravilla. En cuanto dejé de darle el pecho, me volví a quedar embarazada. Ya os he advertido que éramos bastante ignorantes y como había tardado bastante a tener el primer hijo, creíamos que “embarazarse” era difícil.

Doce meses más tarde, tuve a mi hija, esta vez pesó medio kilo más; cuatro kilos y medio. Otra vez puntos de sutura y por lo demás, bien. Pero lo peor estaba por venir: su crianza. Esta vez no tenía yo leche y la tuve que criar con biberones. Fui a un médico de Huelva que me puso a parir (esta vez en sentido figurado) por haberle dado a mi primer hijo leche condensada y sacó un libro gordo para enseñarme la de leches maternizadas que había.
Ya tenía yo entonces, veintiún años y me había vuelto más formal, le hice caso al médico y fue un desastre total. La niña lloraba, lloraba y no engordaba. Nadie me dijo entonces que los bebés de madre diabética, al estar, en un medio dulce (la madre) están sobrados de insulina. Me di cuenta, yo sola, años después y además recordé que, efectivamente, en los últimos meses de embarazo casi no me tenía que poner insulina. Cuando ya la niña era un poco mayor y empezó a comer de todo se puso muy bien y las cosas se quedaron así.
Tres años más tarde tuve otro niño, Pablo, esta vez pesó cinco Kg. Cada niño medio kilo más que el anterior y vuelta a empezar: el crío necesitaba azúcar porque nacía hipoglucémico , yo no lo sabía y nadie me lo dijo, a los seis meses sólo pesaba seiscientos gramos más que al nacer y tuvo principio de raquitismo. También allí me dijo un médico de Huelva (a pesar de lo desesperada que yo estaba al no saber que darle a mi hijo) que había que tener más gracia para criar a los hijos y otras lindezas por el estilo. Se que, ahora, esto se soluciona en el mismo hospital donde a los recién nacidos, hijos de diabética, les dan suero glucosado, azúcar o lo que sea. Pero yo: ¿qué sabía? Resumiendo, que con veinticuatro años tenía ya a mis tres hijos en el mundo que después, afortunadamente, fueron como todos los demás, sin problemas posteriores de diabetes.
Por suerte a los veinticinco años empecé a trabajar de nuevo como
“profe” primero de francés y luego también de inglés, para lo que tuve que estudiar como una loca y hacer un montón de exámenes yendo a examinarme a Madrid, (lo de pasarme unos días en Madrid, me encantaba) hasta que conseguí por libre el título de la Escuela Oficial de Idiomas.
Más cosas os podría contar pero, por no ponerme pelma, solo os diré y además vosotros lo sabéis, que todo ha ido evolucionando y que ahora con la insulina Lantus estoy mejor que nunca y pasando una buena época de mi vida. ¡Ah! Y lo más importante que: ya he perdido el miedo y ahora tengo un médico súper bueno, que utiliza sus conocimientos y experiencia sin menospreciar lo que yo he ido adquiriendo a lo largo de mis dulces años de vida.


Espero que lo que os he contado, si lo leéis, os sirva para algo.

Ángela Magaña


P.D. Sólo me falta dar las gracias a mi familia, que me ha ayudado, a mis amigos y a los médicos que me han hecho mucho bien, que como os he contado, ha habido algunos.


5 years later... Como en las películas.

Día 29 octubre 2009
Mi diabetes y Yo.—Hipoglucemias—

Hace casi 5 años hice un pequeño relato de mis anteriores experiencias.

Mis hopoglucemias, seguidas casi siempre de hiperglucemias, me resultan molestas y preocupantes. El ver lucecitas me hace pensar, con cierto terror, que mi nervio óptico sufre. Cuando son nocturnas, encima, mientras me despierto o no, lo paso fatal y cualquier pequeña molestia que tenga (muscular o de cualquier tipo) se acrecienta, con lo que me levanto fatal.
Las “hipo” pueden ser de distinto tipo: Las hay de lucidez mental, en las que se puede enfocar cualquier cosa con claridad meridiana; hay otras que vienen con falta de riego y consiguen que se parezca completamente tonto; otras hacen sudar y vienen acompañadas de un hambre voraz, que te lleva a la hiperglucemia garantizada; en otras ocasiones hay que cebarse como si de una oca, para hacer foie –gras, se tratase. Esto es odioso, empachoso y hasta humillante.
No se asunten: esta experiencia ha sido ,no en dos días, sino a lo largo de 53 años de vida diabética.
Hace tres años el emprendedor D. Luís Azcue Gamallo, organizó con la: ADE (asociación diabéticos española) de Madrid un precioso viaje. Un montón de diabéticos de esta ciudad, tuvimos la suerte de hacer “El Camino de Santiago”, fue muy divertido y positivo. De día andábamos, hablábamos y conocíamos gentes interesantes y lugares pintorescos y por la noche nos daban instructivas conferencias sobre el tema que nos interesaba: la diabetes. Recuerdo, yo, que nos dijeron que antes de acostarnos nos hiciesemos un análisis, que si estábamos por encima de 200 nos pusiésemos un par de unidades de rápida. Estuve así bastante tiempo y cogí, a raíz de aquello, la costumbre de corregirme a posteriori, las dosis de insulina.

Ahora vivo en Jerez, donde he tenido la suerte de dar con un médico: Dr. Mercedes Lasterra, que está “muy puesta” en el tema.
Le comenté lo de mis, molestas/peligrosas,“hipos” y me convenció de que volviese a apuntar en una libreta los resultados. Y, lo más importante, me aconsejó que me pusiese algo, aunque fuese muy poca (1 o 2 unidades), antes de comer.

Os preguntareis por qué no lo hacía desde antes pero es que, al ser deportista como soy, mis necesidades de insulina son mínimas y dos simples unidades pueden ser dosis abusivas, para mí. Había llegado a tenerle miedo a la rápida y me había acostumbrado a corregir, en lugar de prevenir.
Desde que lo estoy haciendo así, estoy teniendo menos problemas, aunque afinar en los diabéticos tipo I, resulta bastante complicado.

viernes, 9 de octubre de 2009

QUEJAS

— “Me paso las noches en blanco, no pego ojo; imposible dormir” —
Así despertaba él cada mañana. Cada mañana desde hacía 47 años, que llevaban juntos. Ella, a su vez, lo había probado todo: tapones para los oídos, pastillitas “dopantes”, apoyar la cabeza por el lado de audición menos fina, irritantes codazos ¡Todo… ¡ Lo peor, sin embargo, era cuando se ponía la radio con los auriculares e intentaba escuchar algo; auténticos aullidos huracanados de potencia insuperable dominaban la noche.
A veces creía que la razón empezaba a fallarle. De las noticias y con horripilante frecuencia le llegaban ecos de maltrato. Muerte y luego suicidio del agresor. La idea empezó a rondar su cabeza.
La duda la asaltaba a veces ¿Sería ella capaz?

Invertiría el orden:
Se suicidaría primero y después una gran mandarina que metería en la boca emisora de tanto ruido, lo silenciaría para siempre.
Fue demasiado lenta, demasiado reflexiva.
Pasó otros 47 años elaborando su plan… y entonces, sorda como una tapia, se le olvidó lo que había urdido.

lunes, 31 de agosto de 2009

NOCHE DE INSOMNIO

NOCHE DE INSOMNIO

El día tiene 24 horas… y eso es lo que hay. Ni un minuto más. Como resultado de esta investigación profunda comparo este verano mío 2009, con el que pasé el año pasado.
En el verano de 2008 me convertí en el rigor de las desdichas: caíme y fractureme el pubis: triste fractura ¡vive Dios! Me vi postradísima en cama y dependiente de mi impaciente marido. Tengo que confesar que él hizo lo que pudo, pese a lo cual la situación resultó para ambos de lo más desagradable. Sospecho que para mí fue, incluso, peor todavía.

Como todo tiene, aunque parezca imposible, su lado positivo, me dediqué a leer con frenesí y a escribir todo lo que me pasaba por la cabeza. La situación se prolongó. Yo no hago las cosas a medias; una vez que empezaba a ver la luz y a encontrarme bien me entró la euforia de estar recuperada y se me olvidó totalmente mi avanzada edad. Resultado: otro leñazo, igualmente impresionante. Esta vez fue un hombro lo que se me hizo fosfatina.

De resultas: recuperación, visitas al rehabilitador, etc. Meses y meses hecha polvo y atada a mi Motril de mis amores… sin poder moverme de allí.

Y llego ahora a la conclusión (recordemos lo de las 24 horas y ni un minuto más): La euforia de la segunda recuperación la he encauzado, sabiamente, de otra manera y más tranquilita (eso sí) dedico ahora mi limitado tiempo a pasarlo bien, a disfrutar de los míos y a viajar lo más que puedo. Leer, sí leo ¿cómo no?, pero lo de escribir que tiene más relación con darle o no un palo al agua, lo tengo de lo más abandonado. Como, en cualquier caso, es algo que resulta de mi agrado, aprovecho el insomnio que me ha producido la vitamina C de un pomelo que me he comido antes de irme a dormir para sentarme a reflexionar un ratito y a trascribirlo aquí para que quede constancia y me sirva, una vez más de lección.

Pas faire ci, pas faire ça: no olvidarme de que el que tiene 7 años es mi nieto y no yo y… no comer pomelo por la noche. Ahora voy a intentar dormir.
¡Buenas noches!

sábado, 22 de agosto de 2009

EL DON DE LA LLUVIA

Imaginación

Acabo de terminar de leer: EL DON DE LA LLUVIA. Yo debo tener el don de la envidia podrida… Al final de su historia el autor hace saber a los lectores lo de siempre; personajes imaginados y ningún (o casi ningún) parecido con la realidad. Todo ocurre en Penang, una islita bordeada por El Estrecho De Malaya. Narra la ocupación de los japoneses: crueles y despiadados y el dilema en el que se ve el personaje principal (hijo de un inglés y una señora china) que se ve impelido a jugar a dos banderas para proteger a su familia. Bastante trágica la historia, muy bien escrita y muy interesante y ahora es cuando tengo que preguntarme a mí y a los demás mortales que tratan de escribir: ¿de dónde sale semejante capacidad creativa? ¿y la fuerza del relato? Casi me ha sorprendido al final la confesión de que todo es producto de la imaginación del autor. Conforme voy leyendo me veo tan inmersa en la lectura que me parece real. Me lo creo todo y hasta dejo en el aire al alcance de mis pensativas neuronas la realidad o no realidad de las reencarnaciones sucesivas de este maravilloso personaje.
ENVIDIA pues: un grito aflora al teclado de mi ordenador: ¡Yo también quiero!... y lo de que es cuestión de sentarse y ponerse a escribir, ¡NO! no me convence ni un poquito.

sábado, 13 de junio de 2009

PARÍS- DAKAR desde MOTRIL. (viajes)

PARÍS/ DAKAR DESDE MOTRIL

El Rally París- Dakar se venía celebrando desde 1979. Yo, afortunadamente, siempre había gozado del privilegio de saber con exactitud, cual era mi vocación. Viajar. Era capaz (y no siempre es fácil) de viajar y guardar la ropa. Yo soy una maleta pequeña. Él me eligió así porque acostumbraba llevar con él, solamente, lo más imprescindible. Habíamos pasado muchas vacaciones juntos. Aquel año me llevó a Motril desde donde nos incorporaríamos al grupo de participantes. Iríamos en el equipo de apoyo pero pasaríamos antes una semana en la Costa Granadina. Pretendía tomar algunas muestras en el desierto africano ya que era investigador. Había tenido noticia de los humedales que todavía (entre Motril y Salobreña) dan cobijo a flamencos rosas y a otras especies que él deseaba estudiar. La primera etapa de aquella aventura en Motril fue agradable. Le oía comentar lo magnífica que se veía la nieve allá en las cumbres. Acostumbraba yo a cobijar sus ropas pero pronto pude apreciar que había alguien con él. Se trataba de una mujer joven y en mi interior empezaron a convivir las prendas de él con otras, desconocidas hasta entonces para mí, y mucho más delicadas; las de ella. Después de una corta travesía, por un mar que nos balanceaba suavemente, empezó lo que fue para mí una pesadilla y para él: el final. Montamos sobre un ruidoso camión. Todo eran risas y bromas. De ella no volví a saber nada; él se fue contagiando de la intrascendencia de los compañeros de viaje. Parecían niños mimados e irresponsables. Los traqueteos a que me vi sometida me estaban destrozando, mientras tanto, él pegaba sobre mi lomo de cuero beige, etiqueta tras etiqueta, de los países visitados. Avanzábamos: Marruecos, El Sahara, Mauritania, Costa de Marfil… yo casi no podía soportar tanto ajetreo. Estaba poniéndome viejísima, cuarteada. La sociedad en la que mi amo se desenvolvía era la de la opulencia. No tenían en cuenta que en los países que atravesaban tan alocadamente, las gentes morían de SIDA, de hambre y de miseria. Los pilotos conducían cegados por la arena. Los habitantes de los países que cruzamos se acercaban curiosos y se produjo algún atropello. No era yo la única en sufrir a lo largo de aquel Rally. Mi amo, cada vez más desquiciado, quiso hacer un tramo del recorrido en la moto que le prestó un amigo. Tan mala fortuna tuvo que, cuando iba a gran velocidad, un cactus que no vio se interpuso en su camino. El quedó sobre la arena con el cuello fracturado, yo medio enterrada y nadie me vio. Pasó el tiempo y yo cada vez más oculta, en aquel suelo blando, encontré mi destino y mi paz. Me llenaron esta vez de pieles calientes y ¡vivas! Toda una familia de roedores del desierto que crecía y crecía se instaló en mis entrañas y conocí el calor de un hogar y de unos dueños amables. Me abrigaban en las noches frías y hasta me mordisqueaban con cariño… El hecho de dejar de viajar sólo me sirvió de alivio, porque a aquellas alturas yo estaba cansada y desvencijada. Nunca más oí ruido de motores y me alegré.
ÁNGELA MAGAÑA

CRUCERO POR EL MEDITERRÁNEO

CRUCERO POR EL MEDITERRÁNEO

Aunque su subconsciente pretendía que ella no lo viese, en el suelo había algo medio escondido entre dos de los sillones y las espesas cortinas.

Por lo demás en la pequeña biblioteca decorada al más puro estilo inglés y marinero todo seguía igual. En las paredes varios cuadros todos relacionados con el mar o con alguna batalla naval, Trafalgar especialmente: un retrato de Nelson, otro de Churruca. El Victory en plena contienda. Otro navío: El Redoutable enzarzado a muerte con El Temerario, una marina y alguna carta antigua de navegación. En el techo una discreta araña daba una luz tamizada. Para la lectura, antiguos candelabros enmascaraban desde su clasicismo una iluminación más potente y moderna.

Un tresillo y unos cuantos sofás Chester color oliva; una pequeña mesita baja de caoba, con un tablero de ajedrez con las fichas dispuestas para el juego y unas cómodas butacas contribuían a hacer el ambiente acogedor. Sobre otro pequeño aparador alargado, un hermoso globo terráqueo muy consultado por los sucesivos y renovados navegantes.
Las ventanas protegidas por gruesas cortinas verdes a juego con la tapicería de los asientos.

Ella soñadora y muy joven, pensaba que su vida era bastante prosaica. Muchas obligaciones y responsabilidades, no compartidas, para con unos hijos pequeños y normalmente revoltosos. Su pareja cargaba también con lo suyo: un trabajo duro y crispante, de muchas horas y pocas satisfacciones. Vivían en Motril una bonita ciudad a Orillas del Mediterráneo.

Los niños iban creciendo y les ataban, ya, menos; los dos trabajaban y la vida empezaba a no ser tan dura. Vieron anunciado en el periódico, un crucero de una semana a un precio muy asequible que tenía Málaga como punto de inicio y decidieron ir a por él. Una vez en la agencia descubrieron que el precio ofrecido era por montarse en el barco… o poco más. Aparte había que pagar un montón de cosas imprescindibles: bebidas, ducha, excursiones, todo… No les importó; lo aceptaron.

El crucero partía de Málaga, irían a Génova y una vez allí, y ya en autobús a Roma, Pisa, Siena y a Florencia, donde pasarían la Noche Vieja. Todo ello en una semanita de ocho cortos días con sus siete noches correspondientes. Ilusionados a tope, se embarcaron dispuestos a disfrutar de lo lindo. Tenía ella poco más de treinta preciosos años, pero llevaba tanto tiempo criando hijos que no era consciente de lo joven que era. Marta y Juan se llamaban, se gustaban, se querían y todo transcurría bastante bien entre ellos, excepto que a él se le olvidaba manifestar su cariño y su admiración. Ella empezaba a sentirse insegura. Una vez en el barco ocuparon su diminuto camarote que les pareció perfecto y se sintieron afortunados. Salieron a curiosear y se encontraron con un montón de gente conocida. Aquello empezaba de la mejor manera. En ese mundo de diversión, rodeada de comodidades y con un mar inmenso alrededor, la transformación fue radical. Fue como una explosión en ella: de sensualidad y de alegría. Se sintió, por primera vez en mucho tiempo, joven, guapa y atractiva. Bailó con hombres que se fingían enamorados de ella, de su talle, de sus ojos y que le susurraban al oído las canciones que la orquesta interpretaba. Luego era con Juan con quien brillaba.

Le gustó sentirse deseada y atisbó como por una rendijita de la vida, un mundo de sonrisas, aventura y diversión. Muy distinto de su realidad.
El viaje era corto, corto el tiempo y tan agradable que volaba rápido… se escapaba. Dos noches de navegación y llegaron a Génova, donde desembarcaron.

Maravillosas las ciudades que visitaron, pero se dieron cuenta de que cualquiera de ellas hubiese necesitado mucho más tiempo del que entonces tenían. En algunos sitios tomaron decisiones drásticas: a la Capilla Sixtina, por ejemplo, decidieron sacrificarle las dos o tres horas dedicadas al Museo Vaticano y se extasiaron mirando sus techos y paredes. De Pisa vieron lo que todo el mundo conoce y desde lo alto de la Torre Inclinada constataron que había preciosos palacios e iglesias, que en aquella ocasión, al menos, tampoco conocerían.
Por Roma callejearon y alucinaron con lo que vieron y con lo que vislumbraron, como en un relámpago. Siena, con su Gran Plaza Medieval, no les dejó tanta sensación de impotencia. En Florencia fue peor: ¡una única noche en Florencia! Pudieron admirar únicamente un David de una belleza inconmensurable, y dejándose allí el corazón se juraron volver.

Cayó la noche, la de Año Viejo, y sólo les quedaba ya la cena y el inevitable cotillón con gorritos y matasuegras. A la mañana siguiente, de vuelta en el autobús, al barco. Tenían todavía ante ellos dos noches de barco y un día de navegación. Todo estaba siendo como un sueño fugaz. En los viajes las gentes dejan salir lo positivo de su carácter. Todo el mundo liberado por unos días de trabajo, rutina y preocupaciones, suele mostrarse agradable, ingenioso, divertido y estupendo. Cuando querían pasar solos, ellos dos, algún momento o comentar algo en privado, se refugiaban en una pequeña y confortable biblioteca, que estaba en el piso superior y donde nunca coincidían con nadie más. Había renacido, entre ellos, todo el amor y complicidad de los albores de su relación.

El tiempo empezó a ponerse amenazador, pero la diversión no cejó por eso. Había que cruzar el siempre agitado Golfo de León. Seguían los bailes en los distintos salones y pocos eran los mareados o asustados. Algunas escondían su ansiedad bajo risas y bromas. De repente, sonó la campana de avisos y convocaron a los viajeros en la cubierta para hacer un ensayo de salvamento. Hubo quien empezó a manifestar su, hasta entonces, disimulado miedo.

Marta y Juan reaccionaron de distinta manera. A ella le dio por reír cuando una amiga le hizo jurar que la “achucharía” si había que saltar, temía no ser capaz de hacerlo por sí misma. Juan se fue al camarote y se quedó dormido y Marta se quedó con los demás observando los acontecimientos y pasándolo muy bien. Las cosas se pusieron más tensas cuando uno de los del grupo que escuchaba una pequeña y potente radio que tenía, oyó en las noticias que un carguero acababa de zozobrar en el Golfo de León, el mismo que ellos atravesaban. Pasaron unas horas y Marta decidió intentar descansar y se fue también al camarote. Juan dormía como un bendito y ella se acostó bastante tranquila por el momento. Estaba ya dormida cuando se oyó un gran estruendo y luego una sirena amenazadora. Unos y otros salieron disparados a los pasillos. El mar se movía cada vez más. No podían casi mantenerse en pie. Marta empezó a preocuparse por no haber prestado atención cuando les dijeron donde instalarse en caso de naufragio.

Otra vez, la campana de avisos, ahora tranquilizando a la gente: con el vaivén, una máquina de juegos había caído causando un gran estrépito y la consabida alarma. Marta regresó a la cama, Juan no estaba. Ya volverá, pensó ella.

¡La calma al fin! La tormenta había pasado y el barco volvió a su avance sosegado y regular… Las cuatro de la madrugada, las cinco, las seis… Se acercaba el momento de desembarcar. Juan seguía sin dejarse ver. Maletas preparadas, todo listo… Juan no aparecía, seguía sin aparecer. Dio Marta la voz de alarma. En un gran despliegue se organizó una búsqueda minuciosa.

Desde la cubierta del barco pudieron ver Carchuna, Torrenueva y las costas de Motril. Marta, al reconocer el puerto, pensó en la vida que siempre había compartido con su marido en ese Motril tan querido, y se angustió más todavía. Llegaban a Málaga.

Desconcierto, preocupación, terror. La policía embarcó y milímetro a milímetro, todo, o casi todo, fue inspeccionado.
Recordando los momentos pasados con Juan en la biblioteca, y desesperada, Marta se dirigió hacia allí, hundida.
Nada había cambiado, todo parecía igual, pero en el suelo, sobre la alfombra, entre dos butacas y medio oculto por las pesadas cortinas uno de sus pies asomaba. Se acercó, retiró todo y lo vio allí tendido con un gran golpe en la cabeza. Supo al momento que nunca volverían a Roma, ni a Florencia, ni a ningún sitio de los que habían soñado.
Breve y último viaje el que habían emprendido juntos, con tanta alegría.

BRIGADOON (ELECCIÓN FINAL)

MOTRIL, MI BRIGADOON PARTICULAR

Lo que había sido un bonito viaje estaba terminando en algo muy parecido a una huída. Abochornada, todavía, se dirigía a embarcar en el tren que la conduciría de vuelta a su casa en Motril. No podía creer lo que acababa de ocurrirle… Todavía resonaba en sus oídos la voz enfadada de su ¡difunto! marido; clara y nada distante.“Dile a ese mamón que de eso ¡nada!” “¡Que no se confunda!” Una vez instalada en su correspondiente asiento y ya más tranquila, empezó a pensar en lo acaecido. Recordó la súbita muerte de él, su marido, no precedida por enfermedad ni sufrimiento. Le vino a la mente su propio desconcierto y el pensamiento inicial de que, después de compartir toda una vida, no sería capaz de superarlo. Se sintió orgullosa de cómo había vencido sus temores y tristezas y decidido no dejarse abatir e incluso se recreo pensando cómo, ella sola, había ultimado los preparativos, que él había dejado a medias, para realizar el viaje planeado en principio para los dos. Por lo demás todo había resultado perfecto. Le vino a la mente la palabra clave: “Brigadoon”. Se recordó a sí misma antes del viaje, hojeando un viejo diario de su bisabuela, olvidado en un armario de la casa que había pasado de padres a hijos y que, ahora ella habitaba en Motril. El cuaderno de la desaparecida señora, que ella no había llegado a conocer, tenía un título — Motril, mi “Brigadoon” Particular— y una fecha: Octubre 1998. Al abrirlo una foto antigua cayó de entre sus páginas y en él un señor maduro de pelo blanco, atractivo. Por detrás, otra vez lo mismo: “BRIGADOON”, en letras mayúsculas ahora. Representaba aproximadamente la misma edad actual de ella, Victoria. Recordó cómo con curiosidad había consultado en Internet. Brigadoon: Pueblo ideal, legendario, perdido en algún remoto lugar de las “High Lands” escocesas y cuyos habitantes gozaban de juventud y felicidad eternas. La idea sirvió en 1954 para una película de amor: Un musical protagonizado por Gene Kelly y Cyd Charisse (bailarina excepcional, de larguísimas piernas) y dirigida por un tal V. Minelli y que se estrenó en 1995 con ese mismo título. Leyó con avidez lo escrito en el manuscrito y aún sonreía al rememorar lo que la buena señora comentaba en el diario con mucha sorna: “Motril es tan bonito como dicen que lo es Brigadoon, protegido por montañas cubiertas de nieve y dotado de un clima privilegiado, pero… igualito que allí ¡no hay quien salga! No hay tren, aeropuerto tampoco y para los que tenemos problemas para conducir, como yo, esto parece a veces un callejón sin salida y proseguía muy enfadada: Sólo contamos con autobuses lentos e incómodos y viajar despacito ¡no es lo mío!” Esto le hizo mucha gracia a Victoria, ya que en el presente aquel problema de comunicaciones estaba más que superado y Motril contaba ahora con una magnífica estación de ferrocarril orgullo de los motrileños que, lustro tras lustro, lo habían esperado y deseado durante mucho tiempo. Terminó pues de organizar la partida y emprendió su periplo, hacia Madrid primero y luego hasta León donde empezaría la etapa más deseada; viajaría en un tren de vía estrecha: El FEVE, único ya en Europa de esta índole, que recorría la Cordillera Cantábrica en cortas etapas que se hacían, exclusivamente, de día dejando las noches para el descanso y para disfrutar del tren en sí, magníficamente acomodado para ello. La estancia resultaba de lo más atractiva. Victoria adoraba viajar y los trenes en concreto la enloquecían, así es que una vez que se hubo acomodado en su asiento junto a la ventanilla y contemplando los picos blancos de Sierra Nevada se sintió bien y se propuso disfrutar lo más posible el trayecto que, sin duda, iba a ser breve porque aquello volaba… En Madrid pasó unos días deliciosos y después, en otra etapa llegó a León. Se alojó en el Hotel de San Marcos. Todo un lujo. Era una delicia el Parador y también la ciudad: León con su Catedral de un gótico purísimo y con sus cúpulas abarrotadas de cigüeñas. Lo había visitado todo con detenimiento y al llegar la noche, en el típico Barrio Húmedo, había cenado corderillo asado y comprobado con placer que su fama no era infundada. El vinillo… le pareció extraordinario. Transcurridos un par de días llegó de nuevo la hora de embarcar esta vez para realizar el recorrido de la preciosa Cornisa Cantábrica y visitar además los lugares más interesantes en un autobús que acompañaba por carretera al tren. Al salir del parador muy arregladita y pizpireta como siempre y calzada con unos taconcillos bastante respetables, tuvo la mala ventura de que los dos zapatos a la vez se le engancharan en un pequeño pliegue que tenía la alfombra. Se precipitó al suelo… y al caer y con las manos ocupadas como iba, pensó lo habitual en esos casos: “Me mato” Aturdida se encontró entre los brazos de un señor de pelo blanco, muy majete, que estaba de muy buen ver todavía. Oportuno la había “cazado al vuelo”. Le resultó conocido el caballero pero, en un principio, no lo localizó. Le dio las gracias y se dirigió en un taxi hacia el apetecido vagón/ hotel. Era un encanto: antiguo y confortable; tenía todo lo necesario aunque con el espacio aprovechado al máximo. Metió cuidadosamente en el armario sus ropas y todo lo que había traído para aquellos días y sin tardanza se dirigió al salón; un piano y un bar lo presidían y ella se sentó a la vera de una de las mesitas y observó a los demás que iban llegando. Recordó con qué agrado había descubierto que el mismo señor que la había impedido caer se dirigía hacia ella. La saludó, se presentó: “Víctor”… y le tendió la mano. “Yo, Victoria”… y se sonrieron. Aquella sonrisa la “hizo caer”: ¡Era el hombre que aparecía en la foto del diario de su abuela! El que no la “había dejado caer” y se rió por lo “bajini” de la bromita tan tonta que se le había ocurrido. Por un momento volvió a la realidad del momento actual pero su asombro no se acababa de disipar. Siguió recapacitando, procurando repasar cada detalle mientras el tren proseguía su viaje. A su mente vino el momento en que él le dijo que venía de Brigadoon y cómo se había sorprendido al rememorar la foto y al acordarse del viejo diario y cómo había acabado no dando importancia a aquel detalle, sumamente sorprendente en realidad. Una vez iniciado el crucero en el FEVE pudieron comprobar que, cada noche, el tren estacionado se convertía en un espacio de convivencia, con un buen restaurante, música y diferentes actuaciones para los componentes de la expedición a los que se veía felices y relajados. Todo era de lo más agradable. Cuando llegaba el día reemprendía la marcha; el recorrido no solía sobrepasar los 150 Km. y ellos gozaban del paisaje verde y refrescante y cuando paraban de nuevo, un autobús que los acompañaba por carretera, los llevaba a visitar los pueblos y vestigios románicos situados en lugares a los que las vías de ferrocarril no llegaban. El tiempo fue amable con ellos y tuvieron la oportunidad de conocer mil sitios bonitos; en Palencia: Santa María de Frómista con su Cristo, románico también, austero y conmovedor, las diminutas teselas de algún pavimento romano… aunque no podía acordarse de todo, pensó que lo haría cuando llegase a casa y pusiera orden en sus ideas y en los recuerdos que había ido conservando. Santillana del Mar le gustó mucho, las Cuevas de Altamira, en fin… toda la costa Cantábrica tan agreste e impresionante.Víctor se había erigido en su compañero asiduo y parloteaban mucho, con muy buen humor, lo que les permitió descubrir lo mucho que tenían en común. En Asturias hubo un pequeño incidente que provocó su aproximación: Desde Ribadesella el autobús los llevó por escarpadas laderas a la Basílica de Covadonga y fueron a la pequeña gruta de la Virgen venerada por su reputación de milagrosa y después otra vez, carretera arriba, hasta la cumbre donde están los preciosos lagos. Hicieron muchas fotos y al regresar al tren Victoria dejó la cámara sobre su cama y salieron a cenar a un buen restaurante. No se dio cuenta pero una pequeña rendija quedó abierta en la ventana del vagón y algún crío se debió colar por el hueco. Cuando volvieron el aparato y alguna cosilla más habían desaparecido. Lo sintió, especialmente por las irrepetibles fotos, pero eso dio pie a que los dos se sentaran en la cama y charlaran con más intimidad de la habitual… Más tarde: Cudillero, Luarca les enamoraron y entre visita y visita: comidas que estaban para chuparse los dedos y… buen vino. Todo propiciaba el acercamiento y la diversión. Victoria no podía creer lo que le estaba pasando. Lo último fue Santiago que les pareció una ciudad encantadora. Después vino la última etapa, la final: Ferrol/ León, pero en autobús esta vez. El crucero en tren había terminado y… era hora de despedirse. Entonces es cuando tuvo lugar lo que hizo que Victoria, ahora en el tren que la reconducía a su casa, saliese medio huyendo sin tomarse tiempo ni para despedirse. Podía recordar como Víctor con los ojitos tiernos y sin pensarlo un pelín le había dicho: “Victoria, llevo toda la vida esperándote y ahora no te voy a dejar escapar. Te ofrezco mi hogar en el sitio maravilloso en el que vivo. Quiero que compartamos nuestras vidas de ahora en adelante. Ven conmigo, por favor” Ante el estupor de ella, había continuado: “Tengo la impresión de haberte querido antes. No es ahora cuando nos hemos encontrado. Tu has sido mía desde… siempre” Se sacó del bolsillo una antigua y amarillenta foto. Victoria pudo reconocer en ella a su bisabuela (parecidísima a ella, por cierto), pero lo más sorprendente era que a su lado estaba ¡Víctor! con la misma apariencia que tenía en el retrato que un día cayó del viejo diario. Victoria estaba hecha un auténtico lío y encima en su fuero interno oyó, o creyó oír, la voz de su finado marido que con su acento más madrileño y más enfadado susurraba: “Dile a ese mamón que: de eso ¡nada!” “¡Que no se confunda!” Completamente apabullada temió que la ¿imaginada? voz de su ex, fuese escuchada por Víctor o por alguien más y salió precipitadamente en dirección contraria, a tomar el primer taxi que pasó, sin dejar reaccionar al lanzado pretendiente. Dos días después, ya en su casa de Motril, de vuelta a su vida cotidiana volvió a hojear el viejo diario. La palabra “Brigadoon” iba tomando sentido para ella. Caviló acerca de lo de la eterna juventud… Ya tenía ella, que no era precisamente una veinte añera, sus correspondientes dolorcillos en la espalda, su poquito de colesterol y en fin… lo propio de su edad, que era más de eso que de coquetear como una loca. Lo pensó así ligeramente avergonzada, pero en el fondo… feliz. Se preguntaba cómo iba a acabar aquello y pasaron los días. Reflexionaba, hasta que se dio cuenta de que aquello de que el tiempo no pareciese pasar para él tenía sus desventajas. "Igual se cree desde su dichoso Brigadoon (se decía ella) que me está haciendo esperar cuatro días, me hace como a mi abuelita… y deja pasar dos o tres generaciones". En efecto transcurrieron unos meses… pero Victoria que, ya de por sí, se preocupaba por su aspecto y por ser una persona positiva cada día estaba más guapetona y resultaba más interesante. Un día conoció a un hombre más real, de los que se ponen viejecitos con el paso de los años, como todo el mundo. Vivieron contentos y felices, sin abusar de las perdices por lo del colesterol y… colorín, colorado este cuento se ha acabado.
P.D.En el fondo a Victoria no le hubiese hecho ninguna ilusión heredar el novio de su abuelita. ÁNGELA MAGAÑA

viernes, 22 de mayo de 2009

ABUELA DE CRISTAL// OTRO FINAL

LA ABUELA DE CRISTAL.

Tenía 7 años y se llamaba Alejandro...
Como un loco revolvía todos los rincones de su casa en busca de una caja… y es que tenía un problema. Su abuela jugaba mucho con él. Era muy divertida, pero aunque parezca extraño: no era como las demás abuelas de carne y hueso. Esta era DE CRISTAL. Muchas veces, en lo más emocionante de un juego, tropezaba o simplemente se caía y se rompía en pedazos.
Se le había roto la nariz, un brazo y luego el otro, una cosa que se llamaba pelvis… Los dedos de los pies sonaban como campanitas CLIC, CLAN, y… uno menos. El pobre Alejandro, preocupadísimo, buscaba soluciones. Una caja… quizás… para guardar los trocitos. No estaba convencido.
Se paró a reflexionar, observaba los trastos del desván y de repente se fijó en una escoba... ¡Su héroe! HARRY POTTER. Se acordó inmediatamente de él y de su magia y se puso a caballito sobre el mágico artefacto a ver que pasaba. NO SE ELEVABA, no levantó el vuelo, pero en su cabeza y como por hechizo empezaron a surgir en imágenes algunas ideas para ayudar a la pobre abuela. Eligió una: En cierta ocasión había visto una película divertidísima de un rabino que iba a visitar una fábrica de chicle y se caía dentro de una enorme cuba de esa chuchería tan rosa y tan rica. Pensó que si bañaba a su querida y frágil abuela en una de esas extrañas “piscinas” posiblemente se pusiera más flexible.
No le contó a nadie su plan pero convenció a la familia y todos juntos fueron a visitar una fábrica de chicles. Un señor muy amable les iba enseñando los diferentes momentos y etapas de la elaboración. Él se mantenía muy pegadito a la abuela y en el momento oportuno le dio un empujoncito y ¡ZAS!… ¡A la cuba que fue! ¡De cabeza!
Se asustaron de muerte todos ellos y Alejandro el que más. Pensó: “¡Me la he cargado!” “¡Me quedo sin abuela!”
La sacaron y le lanzaron a él 2 o 3.000 miradas asesinas… pero la abuela después de un buen baño y de muchos tirones, para quitarle los pedazos de chicle que tenía pegados (quedó muy depiladita, la pobre) empezó a tener un aspecto diferente.
Su sonrisa se suavizó y toda ella se puso más flexible. No se atrevieron a darle un golpe para probar, por si acaso… Estaba feo, ir aporreando ancianas por mucho que fuesen de la familia.
Seguía siendo igual de patosa. Muy pronto, tropezó y trastabilló como si fuese a caerse, pero no se cayó. Pasaron unos meses y las comprobaciones sobre la fragilidad de la abuela seguían sin hacerse. Todo parecía ir bien. No más roturas por el momento, pero Alejandro seguía teniendo sus dudas.
Un día bajaban juntos unas escaleras y la señora imitando al niño, dio un saltito en el último escalón para bajar; no bajó ¡Rebotó! … y apareció de nuevo en el escalón superior.
Se mosquearon muchísimo, pero poco a poco el dulce baño debió ir perdiendo su efecto, porque lo de rebotar no volvió a pasar.
La abuela, en cualquier caso, no volvió a romperse nada y poco a poco fueron olvidando el problema. A Alejandro ¡eso sí! nunca, nunca más, le permitieron la entrada en otra fábrica de chicles pero la verdad es que tampoco le importó demasiado.

domingo, 17 de mayo de 2009

UNA SEÑORA DEL MONTÓN

UNA SEÑORA DEL MONTÓN

Marta viajaba con su marido y se sintió enternecida por el hecho de verle a él, casi anciano, tan solo. Hacía, no obstante, las comidas en la mesa del capitán. Sin embargo no pensó ni por un segundo que él fuese un personaje ciertamente ilustre.
Le atrajo su aspecto serio y su aire intelectual. Su pelo blanco, su tez y ojos claros, su avanzada edad inspiraban confianza y se acercó a él. Llevaba en la mano un libro: “La fiesta del Fauno” que sirvió de tema de conversación. ”Demasiado descarnado. Muy fuerte” dijo él y “encima basado en hechos lamentablemente reales” y confesó haber sido incapaz de acabarlo.
Las horas de navegación eran muy placenteras; las verdes costas noruegas, los penetrantes fiordos por los que el barco se deslizaba; las frondosas paredes de riscos interrumpidas a veces por trepidantes caídas de agua. Todo un espectáculo. Una alegría el grito del capitán por los altavoces del barco: ¡“Balena al sinistra”!
Cuando hacían alguna excursión en tierra el anciano se limitaba a algún corto paseo, siempre tranquilo como si emanara paz. No participaba en las visitas a glaciares, ni en nada en lo que hubiese que esforzarse. Dedujo ella que su corazón no andaba sobrado de bríos.
Un día visitaban las Islas Lofoten donde las casas de los antiguos pescadores de bacalao se elevaban, sobre pilares, en el agua misma. Ella al ver que todo el mundo (excepto él) hacía fotos o filmaba, se le acercó llevando su cámara y le dijo amablemente: “¡Ahora te toca a ti!”
El crucero por el Mar del Norte terminó sin que hubiesen tenido otra cosa que breves encuentros. No sabía Marta a que se dedicaba el buen señor, ni habían tenido tiempo de charlar demasiado. Se llamaba Antón Menchaca Careaga. Era afable, culto y muy agradable y ahí se acababa lo que sabía de su nuevo amigo.

A la hora de despedirse ella le pidió la dirección y eso fue todo.

Marta y su marido pasaron después unos días en Santander y volvieron a su casa en Motril.
Ordenó ella los recuerdos, los múltiples: “Today” en los que se desgranaban, día a día, las actividades y excursiones del maravilloso crucero que acababan de disfrutar.
Al ver las fotos de Antón pudo comprobar que no había salido especialmente favorecido. A pesar de todo se quedó con una como recuerdo y las demás se las mandó junto con una carta en la que le contaba como había terminado aquel fantástico mes de agosto.
Ahí empezó todo.
Antón Menchaca resultó ser un hombre de mar por vocación. Por sus estudios en las Escuelas Militares de Cádiz y Marín había llegado a Capitán de Corbeta. Había estudiado también Humanidades en Oxford y Derecho en la Complutense de Madrid.
Pero todo esto Marta lo desconocía y su sorpresa fue mayúscula cuando en respuesta a su humilde carta con unas irrelevantes fotos contestó él con una preciosa y expresiva misiva y con una de sus novelas porque también resultó ser ¡un escritor consagrado! Fundador de “Cuadernos para el Diálogo” y colaborador en el nacimiento del diario “El País”, pero esto todavía era inédito para Marta.
Inocentemente ella le envió (para corresponder) la novela que acababa de leer. “Dios vuelve en una Harley”. En esta novelita Joan Brady presenta a su protagonista: Christine de 37 años, poco atractiva y poco esperanzada de encontrar un hombre, pero Dios vistiendo chupa de cuero y cabalgando una imponente Harley Davidson se presenta en su entorno y con gran sencillez le va dando unas normas de vida que harán de ella una mujer distinta y libre.

Antón leyó el libro no una sino dos veces y le gustó tanto que esto dio lugar a otro tipo de relación entre ellos. Empezó a escribirle y a mandarle, con asiduidad, libros escritos por él mismo. En sus cartas bromeaba con ella y le decía que ella (Marta) era su John (el Dios de la Harley) y que había aparecido en su vida para infundirle ánimos como John a Christine en la novela.
Recibía de él a vuelta de correo poemas, cartas y novelas suyas firmadas y dedicadas con todo cariño ¡No podía creerlo!
Siguieron cuatro años de correspondencia sólo interrumpida por las recaídas de él que vivía ya los últimos cuatro años de su larga vida.
Hablaban por teléfono con frecuencia y llegaron a tener un inolvidable amistad sobre todo para Marta que se sentía muy honrada y que se emocionaba hasta las lágrimas al tener la oportunidad de leer dirigidas a ella (se sentía afortunada) tan interesantes y bien escritas cartas
Él, a su vez, le decía que para él era estimulante y divertido. Seguían las llamadas, las cartas, los envíos de libros. Poco a poco y no precisamente por él fue descubriendo Marta que nacido en 1921, había sido siempre un hombre de talante liberal. En la España de Franco y en 1957 había acabado en Carabanchel, donde se había forjado aún más su personalidad rebelde, habiendo coincidido, como ocurrió, con otros críticos del régimen como Tierno Galván, Joaquín Ruiz Jiménez con los que hizo causa común.
Marta estuvo siempre muy orgullosa de su relación con Antón, guardaba las cartas como un tesoro, junto con los libros y sobre todo se sentía muy satisfecha al ver que él esperaba las suyas con impaciencia y que las valoraba cómo estimulantes y divertidas. El último día que hablaron fue aquel tan triste en que en Nueva York fueron derribadas las Torres Gemelas.
La salud de Antón Menchaca Careaga empezó a sufrir más o menos por entonces un bajón parecido y cayó en picado como los edificios en cuestión.
Lo único que sobrevivió acrecentada fue la antes debilucha autoestima de nuestra señora del montón: MARTA.
No pudo acudir como le hubiese gustado al Homenaje Póstumo que en Bilbao, de donde él era, le organizaron. La família avisó casi de víspera y de Motril a Bilbao, hay algo parecido a “una buena tirada” Le hizo ella su propio homenaje en el recuerdo y no olvidándolo nunca.
. ÁNGELA MAGAÑA.

sábado, 9 de mayo de 2009

TAREA 25: LA FUERZA DEL DESTINO

Tarea 25

LA FUERZA DEL DESTINO
Ajena a la tormenta que se cernía sobre el pueblo, la familia desarrollaba sus tareas cotidianas. El joven padre en la planta baja cuidaba (creía él) sólo de los dos niños mayores y se ocupaba a la vez de la pequeña tienda de comestibles.
El bebé, que era el tercero, dormía en la cuna sin hacerse notar. Lo tiene la madre con ella, pensaba el padre.
En el altillo de la casa la mujer separaba las peras que estaban en su punto de venta, de las muy duras. Tranquila: los niños, abajo con mi marido están bien (pensaba). Un terrible trueno los sacó de su despreocupación. Como solía ocurrir las montañas que rodeaban la pequeña ciudad vertían el agua de lluvia en las calles que como torrentes amenazaban con inundar su vivienda. Siempre lo evitaban poniendo un alto tope de madera encajado en la puerta de entrada.
Esta vez estaban desprevenidos. No había tiempo; sólo coger a los niños y ponerse a salvo en la bohardilla, con la madre que ya estaba allí. El pequeño quedó en la cuna.
Cuando quisieron darse cuenta flotaba en ella como otro Moisés.
Tal fue el susto que no hubo ni reproches ni quejas por los destrozos causados por el agua. Todos a salvo; eso era lo importante.
Todo parecía haber pasado… se tranquilizaban otra vez. Lo que ocurrió después ni había ocurrido antes, ni lo esperaban: Fragor inmenso… ¿Qué ocurría ahora?
Esta vez la presa había estallado. Uno de los muros no había resistido el envite de las aguas descontroladas por una fuerza inconmensurable
Esta vez todo salió inundado, todos perdidos: Los niños ¿Dónde estaban? La casa parecía un gran torbellino. Sola la madre sostenía al más pequeño que había recuperado poco antes de la cuna flotante. En sus brazos el bebé y en su cabeza el miedo intenso que la atenazaba…

martes, 14 de abril de 2009

Autor: Alejandro (7 años)

LA VIUDA NEGRA Y LA COBRA.
En dos jaulas contiguas la terrible “Viuda negra” y la mortífera cobra, llamada Naja, veían aburridas como pasaba la gente.
Mientras el vigilante limpiaba la guarida de la araña ésta se escapó por su sitio secreto. Nadie se dio cuenta. Se introdujo en la jaula de Naja.
La viuda llevaba sus hijitos en la espalda y cuando crecieron la jaula de Naja se llenó de arañas venenosas.
La serpiente había puesto también muchos huevos y nacieron muchas cobras. Y pelearon las unas contra las otras. Las arañas recién nacidas se metían en la boca de las serpientes y consiguieron matarlas a todas.
De repente los niños que visitaban el Parque de las Ciencias empezaron a morir misteriosamente.
Más tarde más gente empezó a morir en Granada, España y luego por todo el mundo.
Un científico descubrió lo que pasaba e inventó un “aplasta arañas” súper potente.
Fue el héroe del Mundo.
FIN.
Firmad0: ALEJANDRO SALAZAR.

lunes, 6 de abril de 2009

PARTICULAR NAVIDAD DE UN NARRADOR DE HISTORIAS

Publicado en el libro: Copos De Nieve en Navidad 2006/2007

“Un ascensor cae desde un octavo piso. Sus tres ocupantes resultan muertos”

Este titular apareció en los periódicos el día veinticuatro de diciembre, cuando todo el mundo hacía los preparativos de Navidad.
Se trataba de un edificio típico de Madrid con pisos buenos, aunque no lujosos. Las gentes que allí vivían solían quedarse de por vida. Se conocían unos a otros superficialmente, pero había alguien que no se conformaba con eso; quería saber más… Más de cada uno de los vecinos.
Se trataba de Juan. Juan había vivido en la casa desde que nació. Su vida de trabajo había pasado sin pena ni gloria. Vida de soledad casi exenta de emociones, ni siquiera los típicos escarceos amorosos de juventud. Siempre había huido de todo aquello que hubiese podido producirle la más mínima inquietud.
Era un lector infatigable, de esos que anda perdido al terminar una novela hasta que se sumerge en la siguiente. Esto está muy bien… pero en su caso surgía la preguntita: ¿Hay vida después de la lectura? ¡NO! No, en su caso. No tenía vida más allá de la de los personajes de los libros que leía. Era tranquilo con aspecto de buena persona. Su mirada huidiza denotaba inseguridad y solía lucir una tímida sonrisa que quedaba disimulada debajo de un bigote, del que estaba secretamente orgulloso.
Vivió con sus padres hasta que murieron los dos, casi a la vez y casi de la misma enfermedad. Almas gemelas, pensaba Juan. Pero como era de poco sufrir, ni siquiera eso le había hecho demasiada mella.

El tiempo pasa muy rápido y un buen día Juan se encontró a sí mismo, disfrutando de una jubilosa jubilación. Gozó de ello al principio. Pero poco a poco, los días resultaron ser demasiado parecidos entre sí y decidió hacer algo que siempre le había apetecido: Escribir.
Necesitaba un ordenador, una de sus armas de trabajo antes y ni corto, ni perezoso, se compró uno y empezó a asistir a un taller de escritura creativa.

Le sorprendió lo fácil y agradable que le resultaba aquello y animado por un buen profesor, se fue metiendo más y más en poemas, narraciones, cuentos y todo lo que se suele hacer en un taller de escritura.
Escribía con fluidez y no tenía problemas, por regla general, para expresarse y plasmar en el papel lo que le pasaba por la cabeza. Recordemos que siempre había sido un lector empedernido. Lo malo es que, precisamente, pocas eran las ideas que tenía en mente. Su vida carecía de interés. Era de lo más anodina.
Ni siquiera la Navidad tenía nada especial para él. Todas y cada una de ellas, habían sido casi iguales; antes, cuando vivían sus padres y ahora que estaba tan solo.
Unos meses antes de aquella Navidad última, una de las concejalías del barrio donde vivía convocó un pequeño concurso de relatos y poemas. Tímidamente, animado por el profesor y basándose en un viajecito que había hecho en cierta ocasión, presentó una pequeña historia de su invención que había conseguido hilvanar con cierta habilidad.
Pasaron un par de meses y un jurado benévolo tuvo a bien otorgarle un premio.
Siendo como era, un ser que nunca había resaltado en nada, el galardón tuvo para él, un efecto desproporcionado y empezó a obsesionarse con conseguir algo más de notoriedad.
Su nueva afición empezó a convertirse en obsesión. Escribía y escribía y a veces conseguía que su profesor y sus compañeros de taller alabasen algo suyo y eso llegó a ser para él una especie de frenesí rayano en el paroxismo.
Una obsesión llegó a dominarlo todo: BUSCAR NUEVAS HISTORIAS PARA SUS RELATOS.

Buscando fuentes de información se fue acercando al portero del inmueble, que sentado en su garito le ofrecía un asiento, conversación y frecuentemente temas (basados en el más vulgar de los cotilleos), para sus anheladas y creativas horas enfrente del ordenador.
Para mayor acercamiento, los dos juntos (el portero y él) pusieron en el portal los típicos adornos de Navidad: Bolas de cristal, guirnaldas y lucecitas. Sin olvidar, por parte del portero, una bandejita con polvorones y algunas chucherías, ya que con eso, el hombre, se trabajaba las anheladas propinillas.
Para conseguir cierta intimidad, dejó Juan de lado sus verdaderos sentimientos sobre la Navidad, que no significaba nada de nada y así, la amistad pareció fortalecerse.
Casi sin ser vistos podían observar desde aquel cuchitril, todo lo que ocurría en el vecindario y Juan aportaba, a veces, una botellita de cualquier vinillo para, como él decía: darle color a la conversación.
Cada vez más obsesionado pensaba: mi vida tan normal, resulta anormalmente aburrida y se fue imbuyendo de la idea de buscar y buscar y buscar, algo verdaderamente interesante.
Resultó que la gente de su entorno, era como él, de lo más normalita; al menos se lo parecían. Sus dotes observadoras crecían y él seguía al acecho de un gran argumento para sus escritos.
De repente un día, una luz se encendió en su cabeza y empezó a ver con nuevos ojos críticos. Se dio cuenta, de que no había que ir muy lejos para encontrar. Lo tenía al alcance de la mano.
Observando se dio cuenta de que tres mujeres cercanas a él tenían unas características un tanto peculiares.
Solían ir juntas, sumidas en sus charlas susurrantes acompañadas de miradas inquisitorias que provocaban, en los que se cruzaban con ellas, sensaciones del tipo: ¿Llevaré la cremallera abierta? ¿Tendré alguna mancha horrible? ¿Se me habrá descosido algo? Pero la gente suele tener ocupaciones y preocupaciones reales y las olvidaba inmediatamente.
Él las observaba con minuciosidad y recababa información sin cesar.
Una de ellas, por ejemplo, vivía también en completa soledad. Se llamaba Elena.
Perdió a sus padres, relativamente jóvenes todavía, por enfermedad y más tarde a sus hermanos, por avaricia.
Se erigió ella solita, en heredera universal y de resultas, decidió quitarse a los hermanos de encima. Quizá influyó en ella, una terrible meningitis, sufrida años atrás y que se complicó con una hemiplejia ¿Se le iría la cabeza o era simplemente afán de acaparar? ¿Quien sabe… ?
En su juventud fue una mujer inteligente y en cierto modo atractiva. Pero la inteligencia tiene diversos campos, en los que desarrollarse. La de Elena era de tipo académico. La otra, la inteligencia emocional, era un auténtico fracaso. Nunca supo rodearse de gente que la quisiera bien. No sabemos que es lo que ella valoraba.
Tuvo varios pretendientes, muchachos buenos, que hubiesen sido capaces de hacerla feliz, pero todos tenían defectos: Orejas de soplillo, un pequeño tartamudeo, otro tenía “cara de imperdible”, o un acento que no le gustaba… cosas de este tipo. Siempre había un motivo para burlarse despiadadamente de ellos y cuando no lo encontraba, surgía la gran tontería: “Mi padre era el único hombre que merecía la pena”
Su padre fue, en verdad, un hombre muy especial; pero en ningún modo: irreemplazable. No hay nadie que lo sea.
A los hermanos los alejó innecesariamente, después de hacerse dueña de todo lo de los padres y quedarse ella sola con piso, joyas, cuadros y colecciones muy valiosas, que el padre había reunido, diciendo siempre que todo aquello, el día que él faltara, sería para sus hijos. Digo, innecesariamente, porque nadie le reclamó nunca nada, en realidad, ni siquiera el único que en aquel momento hubiese necesitado un techo bajo el que guarecerse.
Pero nada se perdona peor a los demás, que el haber obrado mal uno mismo y haber sido injusto. La conciencia, posiblemente a modo de autodefensa, tergiversa los hechos de forma que el que comete el agravio se cree a su vez, el agraviado.
Su propia conducta la alejó, pues, de todo su entorno anterior. Los que todavía conservaban su aprecio la rehuían, por la imposibilidad de aguantar su conversación monotemática: “Yo, yo, yo… ”
Escuchar a los demás, tampoco era lo suyo. En cierta ocasión un familiar suyo sufrió una explosión de gas en la casa, de tal calibre, que casi acaba en tragedia. Al enterarse no fue capaz ni de interesarse por cómo habían escapado al tremendo susto En otro momento alguien le dijo: “Estoy hundido porque mi mujer tiene un cáncer galopante” y contestó “¡Vaya… Qué faena! ¡Pues sí!... El gato del señor del tercero, cada vez que me ve, se frota contra mis piernas… ¡Más mono!”
Son ejemplos que valen para hacerse una idea de lo que era su conversación y del nivel de egocentrismo al que había llegado.
Habría mucho que contar de las relaciones que posteriormente llegó a tener con otros hombres, todas ellas (¡por descontado!) en el ámbito más estricto de la pureza, ya que el sexo fuera del matrimonio era pecado y ellas (las tres amigas) eran santísimas y purísimas ¡No faltaba más!
De todas formas, ya mayorcita, llegó a interesarse por un par de hombres. Uno, resultó estar casado y cuando Elena se enteró, se apresuró a cortar su relación con él.
EL otro: Carlujo, era también un tipo curioso. Juan consiguió enterarse de muchas cosas:
El matrimonio, que tanto le hubiese gustado a ella, estaba totalmente fuera de los planes de Carlujo, a pesar de lo cual fue objeto de una adoración enfermiza. Más de diez años mayor que ella, el buen señor, se dejó adorar en una relación platónica, hasta que murió, muchos años después. A él también debió, resultarle aceptable esta especie de noviazgo, incluso placentero por lo compartimentada que tenía su propia vida; simplemente, por eso.
Compartía su vida con su madre, tres hermanas también solteras y una gata. Así pues de la madre tenía justamente eso: amor de madre. Las hermanas se ocupaban de mantenerlo limpito, comido y atendido y a la gata le reían, todos ellos las gracias; cuando por ejemplo, cazaba algún pajarillo que no se comía hasta que los amos lo habían visto.
Su especialidad era hablar “ex cátedra” y cualquiera que fuese el tema tratado, aconsejaba sin fin a sus interlocutores, que procuraban darle esquinazo a la primera ocasión.
En su casa lo tenía todo solucionado y el resto de sus necesidades eran también satisfechas, previo pago, por una de las muchas mozas, que a eso se dedican.
Con lo cual, el cometido de Elena se reducía a acompañarlo a tomar copitas sin fin, de compras, a escuchar sus batallitas y sobre todo a lo que hemos dicho antes: reverenciarle y servirle en cualquier cosa (ajena al sexo) con una devoción sin límite. ¡Ella, que tanto se había burlado de otros hombres, con muchas más cualidades!
La relación con este señor, trajo consigo (no se sabe muy bien por qué), el desprecio más absoluto para Elena, por parte de las cuatro mujeres de aquella familia de solteros (que también las hay), de forma que se vio sometida a las más estúpidas y absurdas vejaciones. Ni la avisaron siquiera en el momento en que murió, de una penosa enfermedad, durante la cual Elena sola había sido la más asidua enfermera, cargando con tareas que nadie más estaba dispuesto a hacer. Ausente en el momento fatal, no pudo ni asistir al entierro; nadie la avisó y mucho le tuvo que doler, pues era auténtica, la veneración que le profesaba.
De todo esto, se fue enterando Juan y empezaba a entrever en todo ello el tema para su gran narración. Pero: Faltaba algo… no sabía muy bien el qué. ¡Necesitaba más emoción!
A las otras dos amigas, no pudo llegar a conocerlas tan bien. No vivían directamente en el mismo edificio y las informaciones del portero eran menos completas.
Tenían, en cualquier caso y con pocas variantes una mentalidad casi calcada.
Eso de que Dios las cría… Estas dos, sin embargo, habían estado casadas. En nuestra época en la que tanto se habla y con razón del maltrato en la pareja, habían tenido ellas la suerte de tener dos buenos maridos (uno cada una, ¡claro!)
Juan decidió que en su narración pasaría por alto, casi todo lo referente a ellas. Ramona era una mujer verdaderamente insidiosa, que hizo mucho daño en la familia con sus críticas infundadas, pero Juan decidió aludir únicamente al hecho de que el marido de esta Ramona, le recordaba a un personaje de Alphonse Daudet, en uno de sus Cuentos del Lunes: "El hombre del cerebro de oro "
Este personaje (el del cuento), bondadoso en extremo y de una ternura extraordinaria (suelen ser así los protagonistas de Daudet), había tenido la debilidad de dejar traslucir el hecho de que su cerebro, además de ser de oro; pedacito a pedacito podía servir para comprarle caprichitos a su querida mujercita. La amada, zalameramente, pidió, como regalo fatalmente póstumo, unos lindos zapatitos de seda y en ellos se fue el resto del oro y lo que al enamorado le quedaba de vida. Juan pensaba, al leer esto, en el hombre de Ramona; por algo sería.

Juan no descartaba escribir algo en el futuro, más completito, inspirándose en esta mujer, porque lo que de ella sabía le parecía alucinante también.
La tercera señora era la peor de todas: poco agraciada y desagradable. Eso no necesitaba Juan que se lo dijese el portero, porque él lo sufría en sus carnes, cada vez que se cruzaba con ella; él y el resto de los vecinos.
Pero el más afectado también en este caso, era el marido. Un hombrecillo delgadito muy majo, que parecía un pajarito de flacucho y poca cosa que era. Era muy agradable y lo pasó mal, porque la mujer había sido captada por una de esas sectas, especialistas en destrozar familias y en el lavado de cerebro de los que caen en ellas. En este caso lo consiguieron plenamente. Cuando él echaba de menos alguna satisfacción para su cuerpecito serrano y ante la “gran espiritualidad” de su mujer solía comentar: “Se ha metido en mi cama”, refiriéndose a la secta, evidentemente. El pobre hombre acabó solo y murió poco tiempo después.
Estos detalles iban siendo acumulados en las notas de nuestro escritor, que seguía obsesionado por conseguir más detalles.
Empezó a dormir mal y una mirada extraviada brillaba de vez en cuando en sus ojos. Sus compañeros de Escritura pensaban que su dedicación al Taller y a escribir, era extraordinaria y le preguntaban con frecuencia por su salud, porque el estado de ensimismamiento en que lo veían, empezó a parecerles peculiar. Después de clase se separaban y como nadie había intimado con él, lo olvidaban.
El portero que nunca había hecho amistad con los otros vecinos, empezó a encontrarlo raro. Pasaba demasiado tiempo en la portería y se empezaba a poner tan pesado con las preguntas, que hasta él, que era cotilla por naturaleza, empezaba a cansarse.

Llegó el día 23 de Diciembre. Eran las doce del mediodía, el ascensor empezó a hacer un ruidito, como de algo que roza y el portero avisó al servicio de mantenimiento.
Otras veces ya había pasado; no parecía tener importancia. Un técnico apareció por allí para revisar, cables y maquinaria.
Juan y el portero seguían juntos en el garito de la portería. El técnico ocupado en lo suyo, estaba arriba, en la sala de máquinas.
Una vecina bajó a la portería para avisar de que en su casa había una fuga de agua.
El portero más solícito de lo habitual, en espera de la propina de Navidad, la acompañó a su piso. Bajó el técnico y le dijo a Juan, solo allí, en ese momento: ”Afortunadamente han avisado Vds. Hay un cable casi suelto; está muy peligroso. No hubiese aguantado otro viaje. Voy arriba a interrumpir el servicio”
Colgó un cartel con un “FUERA DE SERVICIO” muy grande en la puerta del ascensor y emprendió presuroso la subida; por la escalera, esta vez.
Juan, siempre al acecho, vio que las tres damas se acercaban por la acera. Iban despacio parándose para charlar. Malévolo en su enfermizo afán, se acercó al ascensor y cogiendo el cartel lo escondió bajo su chaqueta. Se sentó y esperó.
… Y mientras esperaba enajenado, afilaba mentalmente su lápiz, relamiéndose de pensar en el relato que escribiría. Una mirada de demencia brillaba en sus ojos.
Ni siquiera el estruendo del ascensor al caer, lo sacó de su ensimismamiento.
Por fin este año tendría: UNA FELIZ NAVIDAD.
Fin y conclusión. “Un ascensor cae desde un octavo piso. Sus tres ocupantes resultan muertos” ÁNGELA MAGAÑA

jueves, 2 de abril de 2009

GENTE FAMOSA. TAREA 23

No olvidaba que había nacido en una granja y que en sus años mozos había tenido que cuidar cerdos y otros animales.
Ahora decían de ella que era el animal más bello del mundo. Su labia dejaba mucho que desear y también su forma de actuar; nadie lo notaba.
Llegó a España para rodar en Cataluña (en Tossa) una película con Mario Cabré. Nuestro país y la apasionada forma de vivir de la gente del mundo del toro la arrastró y una noche (sólo una, aseguraba ella) de copas y farra despertó en la cama con su torero: Mario Cabré.
Él tenía una personalidad compleja y ante tan monumental mujer le salió la vena poética y se dedicó a escribirle sonetos.
A Ava después de un matrimonio corto y desastroso con Mickey Rooney aquello le causaba una gran impresión; anhelante como estaba de ternura y admiración.

Cuando todo esto llegó a los oídos del hombre con el que estaba comprometida, Frank Sinatra, la reacción fue inmediata. Abandonó todo, viajó a España, e irrumpió bruscamente en el plató donde estaban rodando.
“Mientes” dijo ella en un principio;” No ha habido nada entre nosotros, somos compañeros de rodaje. Tú eres muy mal pensado”. Siguió: “Tú todavía tienes esposa y dices que te vas a divorciar pero nunca llega el momento”
La respuesta fue digna de aquellos tiempos en el que el hombre “era muy hombre”. Debió pensar, con música y todo “Esto lo arreglo yo: a mi manera” y bofetada que le soltó.
Tierna y apesadumbrada se le acercó llorando y le besó sumisamente.
Después, mientras él atendía a sus admiradores, la acongojada Ava se retiró a su camerino a intentar recomponer su maquillaje y sus enrojecidos ojos.
El torero la siguió y en un abrazo de despedida le susurró al oído: “Muchas heridas y revolcones he tenido que sobrellevar. Si tú me dejas por ese gángster, mi dolor será mayor que el que me hubiese hecho un miura. Lo nuestro no ha sido un simple revolcón; no he conocido a nadie como tú; ha sido algo sublime, eres única y si lo deseas siempre lucharé por mantenerte a mi lado.
Todos sabemos a quien eligió… Yo que soy muy mala sitúo un pensamiento en su cabeza preciosa de diosa adorada. “Que me quiten lo bailado”
ÁNGELA MAGAÑA.


.

viernes, 27 de marzo de 2009

EL RASTRO. TAREA 22

EN EL “RASTRO”

Corría el año 1950. Mi padre me llevaba de la mano e íbamos contemplando ese mundo sumamente pintoresco e inmenso llamado “Rastro”.
Un hombrecillo escuálido paseaba lentamente mirando los mil artículos esparcidos por el suelo sobre mustios tapices. De todo había allí: gafas (más o menos enteras), ropas viejas, zapatos (a veces desparejados) y bibelots varios.
Hombrecillo: Interrumpí súbitamente mi paseo y quedé clavado frente a un montón de dentaduras viejas.” Eso es justamente lo que me está haciendo falta”; pensé. Sin dudarlo, me las fui llevando a la boca y empecé a probármelas. Encontré la que, más o menos, me convenía y eché mano al bolsillo. Después de mucho rebuscar conseguí encontrar una moneda y pagué.
Un viandante que me miraba atónito dijo: ¿Podrá Vd. comer con eso? A lo que contesté: “Sí, si consigo algo a lo que hincar el diente”
Mi padre: Era un domingo cualquiera, por la mañana. Llevaba a la niña de la mano y contemplábamos las mil curiosidades que siempre pueden verse en el “Rastro”. Sobre una simple manta en el suelo, unas dentaduras usadas ofrecían un aspecto cochambroso. Un pobre desdentado, un desgraciado, se agachó y empezó a probárselas: una tras otra. Pareció que una le convenía. Sacó una moneda del bolsillo y pagó. Se marchaba ya, cuando alguien le dijo: “¿Va Vd. a poder comer con eso?” A lo que él contestó: “Sí, si consigo algo a lo que hincar el diente”
La niña que yo era en 1950: ¡Qué marranada, me muero de asco!
El vendedor: "He conseguido colocar una"
ÁNGELA

martes, 24 de marzo de 2009

AVATARES DEL DESTINO// AMOR IMPOSIBLE

AVATARES DEL DESTINO

Estas dos reflexiones están escritas en épocas diferentes; en la primera el ordenata era mi pesadilla, en la segunda no podía (no puedo) vivir sin él.

28/08/20Estas 07 Maquinita diabólica ésta. Se llama ordenador pero desordena .Se supone que almacena datos y conocimientos que uno mismo le proporciona, pero ¡No! Conmigo se porta fatal y me confunde y engaña. ¿Será porque rima con Magaña? ¿Será por malas artes de mi destino ya que nací durante un apagón y mis luces son poco luminosas?. Por añadidura su lentitud me exaspera y despierta mis más bajas pasiones, poniéndome al ciento veinte. Cuando espero que me hable en mi idioma, tan bonito y solo por fastidiar se dispara en inglés. ¿Qué he hecho yo para merecerlo? Pero, eso sí, la venganza también yo la almaceno en mi duro disco mental y aunque me hable en inglés, lo entiendo ¡No faltaría más! Y ahora: La pregunta clave. ¿Conseguiré vencerla (a la maquinita, claro) por el hecho de haber renovado mi matrícula en escritura creativa, para el año que viene? Eso espero y aprovecho para saludar a todos los que se unan a este ilusionante proyecto. Ángela Magaña

UNOS MESES MÁS TARDE: Os habla la misma que no hace tanto tiempo protestaba, se quejaba y hasta gruñía: Groh, Groh (esto son gruñidos) por culpa de mis continuas enganchadas con el ordenador ¡Efímera actitud la mía! Me avergüenza confesar que al irme de Motril y dejarte, mi corazón enamorado llorará por las noches... de amor frustrado. Oh RATÓN, dulce ratón ¿que voy a hacer yo sin tí? Viviré sin vivir en mí o ¿no será para tanto? ¡Pues no, no será para tanto! Pero echaré de menos mi clase de escritura creativa y a todos Vds. ¡Hasta pronto! ANGELA MAGAÑA

lunes, 23 de marzo de 2009

TAREA 21. DIVAGACIONES

La conquista del Oeste.

Ayer sin ir más lejos emprendí yo la mía.
Me dirigí a Jerez como los antiguos pioneros iban a tierras remotas, allende los mares, dispuestos a luchar con lo que se les pusiese por delante.
De Motril a Granada: primera etapa ¡autobús que te crió! De allí a Sevilla en tren (preferí no hacer escala en Dos Hermanas, porque creo que suele haber indios) y como tercera y última fase del viajecito: Sevilla/ Jerez. Amante era ella del camino de hierro y osó afrontar cualquier peligro. Tú, en cualquier caso, después de tratar con el hechicero que más hechizaba de los allí presentes, conseguiste conservar tu cabellera intacta. No te la arrancaron. Yo lo más que logré fue llegar con muy malos pelos.
Termino este desatino propio de mi diarrea mental actual y sin saber si he conseguido hacer la tarea 21 en la que se pretendía conseguir un protagonista errático, confuso y difuso. Como narrador protagonista: la confusa, errática, difusa e imprecisa he resultado ser yo/ tú misma o acaso ella misma. No lo se, no tengo ni idea.
Sólo se que él (no me gusta señalar) dirá: "ESTO NO ES UN CUENTO" y yo reconoceré humildemente que Caperucita Roja estaba en lo cierto cuando decía que el auténtico problema del lobo era el hambre atrasado, debido a la crisis y demás...
Vds. perdonen: no lo haré más. Ángela

viernes, 13 de marzo de 2009

TAREA 20: DEMASIADO INOCENTE

Creo que mi madre lo estaba viendo venir pero, a mis 11 años, no me había puesto todavía en antecedentes. Demasiado pronto, pensaba. Eran otros tiempos.
Me llegó el momento y al descubrirlo, horrorizada, creí que mi final había llegado.
Me preguntaba: "¿Qué me pasa?" y la respuesta era:"Debo estar muy enferma" No sólo era temor, la vergüenza era casi igual de intensa.
Muy cerca, en el cuarto de estar, mi hermano cuyas bromitas me perseguían, estaba con mi madre. ¿Cómo iba yo a decir delante de él lo que me pasaba?
Por fin me decidí y salí. Lloraba y llevaba la ropa colgando: "¡Mamá!"
Pero nadie me tomó el pelo aquella vez.
Mi madre me calmó y me explicó. Mi hermano mayor se limitó a revolverme el pelo cariñosamente.

TAREA 20: UNA MIRADA DE TUS OJOS

UNA MIRADA DE TUS OJOS.
Yo era todavía una niña, pero quizá… empezaba a dejar de serlo. La rutina de ir, cada día al colegio, en el autobús se convertía en una oleada de emociones inusitada. ¿Qué estaba yo descubriendo? Descubría, y… lo percibo ahora que el tiempo ha pasado, el despertar de mi sexualidad.
Coincidíamos a diario y todo consistía en devolver y mantener la mirada de unos ojos morenos y grandes, los de un desconocido muchacho que sólo debía ser un par de años mayor que yo ¡Qué intensidad de sensaciones despertaba en mi cuerpecito serrano ese pequeño intercambio amoroso! ¿Quién lo hubiese imaginado? Era algo que me hacía flotar y me hacía pensar que yo, no era yo. Nunca he olvidado aquellos ojos negros de mirada serena (como en la canción) y me pregunto si no fue aquel, sin yo saberlo, mi primer y desconocido amor.

sábado, 7 de marzo de 2009

TAREA 19.

Tarea 19

Inundación
La abuela Ángela, enferma, se limitaba a pasear lentamente por la primera planta de la casa familiar apoyándose en los muebles, solía llevar un rosario entre los dedos pero, aún impedida como estaba, seguía siendo el alma de la familia y llevando las riendas de todo.
Era verano y los nietos que estaban allí irían al cine a las seis de la tarde.
El pueblo rodeado de montañas era el receptáculo de todas las aguas de lluvia que caían a borbotones cuando se desataba alguna tormenta. El pueblo y el río que lo atravesaba.
A las cuatro a través de los cristales de la galería que daba a la vega vio el cielo oscurecerse cubierto de negrísimas y apretadas nubes.
Movió los labios y entre sus dedos deslizó una cuenta más de su rosario.
Los mayores ponían en las puertas de las casas “paraeras” de madera bien ajustadas para impedir la entrada del agua.
Los niños ajenos al peligro, esperaban la hora del cine como un gran acontecimiento. No había llegado todavía el momento.
La anciana señora observaba el ajetreo del pueblo a través de los cristales.
Llamó a los chiquillos y los reunió a su alrededor para entretenerlos.
El cielo se abrió de repente y el pueblo se vio sumergido en un torbellino de aguas que caía y en las del río que subían llevándolo por delante.
Desde la galería, otra vez, vieron cómo se derrumbaba la pared de una casita más cercana al río. Toda la fachada cayó y quedó dentro una especie de casa que de lejos parecía de muñecas con sus camas y sus muebles a la vista.
La peor parte se la llevó el local del cine, que se convirtió en un amasijo de barro y sillas, las del público, amontonadas ante la puerta única de la salida. La marca del agua estaba a casi tres metros de altura. Eran las 5,30 horas de la tarde.
Cuando al día siguiente supieron los detalles, la abuela Ángela apretó con más fuerza el rosario entre sus dedos.

miércoles, 4 de marzo de 2009

TAREA 18. ALGO MUY TRISTE

El 4 de marzo de 2009 18:00, angela-zucar escribió y corrigió:

TAREA 18. NARRADOR OMNISCIENTE. (corregido)
Murió el 16 de junio de 1964, habían pasado sólo unas horas.
Podía ver a su familia que, sumida en una gran congoja, velaba su féretro y esperaba a la hija. Era la más joven, estaba embarazada y debido a ello y a la rapidez vertiginosa de la enfermedad del padre y del desenlace (evidente sólo para él), nadie le había dicho nada; no se habían atrevido. Esperaban ahora su llegada.
El portal tenía un batiente cerrado, todos sabían lo que significaba. La mesita cubierta con un crespón negro y con el cuaderno de condolencias abierto, estaba preparada.
Salió la joven del coche y al ver el panorama se vino abajo.
¡No era verdad que estuviese sólo enfermo… !
Al entrar en la habitación donde él yacía, ignorante hasta entonces de la cruda verdad de la muerte, intentó cogerle la mano para besarla; no pudo: estaba rígida y fría.
Él la vio y pudo sentir por última vez el calor de su hija, su amor y también su dolor.
Pero él ya no sufría.

viernes, 20 de febrero de 2009

TAREA 18

TAREA 18. NARRADOR OMNISCIENTE.

El portal sólo estaba abierto en su mitad. Una vez dentro la mesita con un libro de condolencias abierto con un bolígrafo encima, esperaba la firma de los que iban llegando.
Él, que ahora podía verlo todo, percibió cómo salían del coche, derrotados por el largo viaje y la preocupación. El embarazo de ella era evidente ahora. Subió a la casa, los demás salieron a recibirlos entre doloridos abrazos.
Ella nunca, nunca, nunca… había tenido contacto con la muerte y menos aún la de alguien tan cercano. Nadie la había puesto en antecedentes. No se habían atrevido por su estado. Sin ser consciente apenas de lo que hacía, entró en el cuarto donde él yacía en el féretro abierto. Ella que le creía enfermo…
Acostumbrada a sus manos calientes y queridas se acercó para cogerle una y llevársela a los labios, pero estaba fría, fría y rígida…”Papá” dijo en un lamento y empezó a comprender. La realidad se impuso, terrible.
Pero no todo cayó en el vacío… Le llegó, a él, el beso y el dolor de la hija.

martes, 17 de febrero de 2009

NOSTALGIA.

17/02/2009
Quiero poder escapar deste Motril puñetero
Quererte, sí que te quiero
Más ¿dónde está el ferrocarril?
¿Dónde un aeropuerto austero?
Hijos míos que vagáis por un mundo traicionero
Lejos estáis de MAMÁ
Y también del padre bueno.
Lo de ser madre no es coña
Os echo de menos. ¡Me muero!

domingo, 15 de febrero de 2009

POR MALO/CUENTO BREVE

Estaba muy incómoda dentro de la barriga del lobo, ácida y maloliente. Se le clavaba en la espalda el codo de la abuelita y la capucha roja era un agobio.
No esperó a que llegase el leñador, abrió como pudo su navaja multiusos.

EL DÍA EN QUE...Tarea 16.

EL DÍA EN QUE LOS RELOJES SE PARARON ... le sirvió a ella de referencia. Presurosa, procuraba no perder ni un solo momento, todos le eran necesarios para poner en marcha su nuevo proyecto. Iba de un pueblo a otro buscando artículos interesantes y a buen precio para su tiendita. En una gran superficie hizo, de paso, la compra y soltó todo de cualquier manera en la parte de atrás del coche. Ya en carretera y en plena curva sintió agarrotado el pedal de freno, una botella de agua había rodado hasta ponerse debajo. Se agachó a quitarla y al alzar la vista vio que se estampaba contra una pared de roca. Volantazo y... se fue monte abajo por un gran terraplén. Volcó el coche y ella quedó atrapada bajo el vehículo, su pie dolía oculto o... ¡seccionado! bajo la puerta abierta; había oido decir que las extremidades amputadas seguían enviando al cerebro las sensaciones de dolor. Percibió al instante un fuerte olor a gasolina y pudo, no sabía muy bien cómo, desconectar el motor. Notó algo viscoso en su frente y pensó: "¡Mis sesos están fuera!" No es posible: "¡Pienso... estoy pensando!"
Un campesino se acercó y se llevó las manos a la cabeza. Ella volvió a notar por su cabeza lo mismo que antes. Esta vez se dijo: "¡Estoy muerta, mi cabeza está abierta!" Al fin llegó la ayuda en forma de camioneros forzudos. Desde lo alto habían visto el accidente. Levantaron el coche y la llevaron con todo cuidado hasta uno de los camiones y luego al hospital más próximo.
Los sesos resultaron ser la carne picada que acababa de comprar y el susto morrocotudo se quedó en una anécdota que podría contar el día de mañana a sus nietos.
Los relojes anduvieron de nuevo para ella.

domingo, 8 de febrero de 2009

VOLANDO EN ROJO. TAREA 17 CUENTO BREVE

Eran mis películas preferidas. Aquel beso me alucinaba. Por eso elegí aquel misterioso castillo para el fin de semana y dejé la ventana abierta de par en par a la noche y a la luz de la luna. Por eso ante el batir de las inmensas alas me escabullí del abrazo de mi pareja dormida y ofrecí mi cuello desnudo ... con deleite.
ÁNGELA.

domingo, 25 de enero de 2009

ABUELA DE CRISTAL/ CUENTO 4 IMÁGENES

Tenía 7 años y se llamaba Alejandro.
Como un loco revolvía todos los rincones de su casa en busca de una caja… y es que tenía un problema. Su abuela jugaba mucho con él. Era muy divertida, pero aunque parezca extraño: no era como las demás abuelas de carne y hueso. Esta era DE CRISTAL. Muchas veces, en lo más emocionante de un juego, tropezaba o simplemente se caía y se rompía en pedazos.
Se le había roto la nariz, un brazo y luego el otro, una cosa que se llamaba pelvis… Los dedos de los pies sonaban como campanitas CLIC, CLAN, y… uno menos. El pobre Alejandro, preocupadísimo, buscaba soluciones. Una caja… quizás… para guardar los trocitos. No estaba convencido.
Se paró a reflexionar, observaba los trastos del desván y de repente se fijó en una escoba... ¡Su héroe! HARRY POTTER. Se acordó inmediatamente de él y de su magia y se puso a caballito sobre el mágico artefacto a ver que pasaba. NO SE ELEVABA, no levantó el vuelo, pero en su cabeza y como por hechizo empezaron a surgir en imágenes algunas ideas para ayudar a la pobre abuela.
A— Se le ocurrió protegerla con un gorro para los chichones y un cuerpo de cañas, un armazón. Le daría un reloj, para que SIEMPRE pensase en la hora del juego, esto era importantísimo.
B— Quizás mejor… con un cuerpo de paloma. En lugar de caer, volaría y no se haría daño...
C— Puede que se escapara y él no quería perderla ¿Y… un armazón grande en forma de castillo?
D— LO TENÍA: Se montaría sobre sus hombros y se irían juntos por los aires a recorrer mundo y sería tan divertido como siempre con ella. Escaparían.
ÁNGELA MAGAÑA