sábado, 26 de enero de 2008

El patio

La casa gozaba de un espacioso patio, lugar propicio para la intimidad familiar y para los juegos de la niña. En un rincón, un pozo medio cubierto por una parra que trepaba por el pretil esparcía una sensación de frescura muy agradable. En otro extremo, cercano a una ventana cuajada de geranios, un carro de grandes ruedas ambientaba el conjunto. Sobre él, serones y cestos utilizados para faenar. Bajo el porche, una gran mesa y unos cómodos sillones de enea, hacían del patio un lugar acogedor.
Los adultos de la familia llamaban a voces a la pequeña en un afán que ya duraba más de media hora. Empezaban a asustarse, a asustarse mucho. Alguien hizo notar que un par de tablas, de las que tapaban la apertura del pozo, estaban levantadas. Con brusquedad las tiraron todas al suelo y miraron hacia dentro.
En la superficie se reflejaron las tensas caras de los mayores y, entre ellas, la de la niña, que se les había unido. La cría, feliz como nunca, creía que por una vez sus padres jugaban con ella al escondite y sólo la curiosidad la hizo salir del suyo, en el carro, para intentar ver ella también que era aquello que su familia buscaba allí, en el interior del pozo. ANGELA MAGAÑA

sábado, 19 de enero de 2008

Color camello

Uno tras otro, como siempre. La ida lenta con olor a miedo. La vuelta rápida, en animosa carrera. Al borde de la altísima ladera de arena sobre el Nilo, la carga va agarrotada. A la vuelta, en cambio suelta, flexible, nos azuza con sus grititos. Una vez y otra y otra más. Siempre lo mismo. Solo los niños nubios, que como nosotros viven de los turistas, alegran nuestro eterno ir y venir.
¡Absurdos humanos! ¿Por qué suben sobre nosotros? -¿Por qué? Si van muertos de miedo y se nos agarran como si les fuese en ello la vida.
ANGELA MAGAÑA.

P.D. Seguimos la senda: yo del maestro y el camello de los que son como él. En el desierto.

jueves, 17 de enero de 2008

Otro mundo

Recién llegada de Egipto ¡Nada menos! Es otro mundo. El Cairo: un caos maravilloso y espeluznante, hoy en día. Diez y ocho millones de habitantes, sueltos por la ciudad, andando, en coche, en bici, subidos a asnos o camellos y locos...¡LOCOS! No hay semáforos o los ignoran, con lo cual cruzar la calle es una aventura. ¡Los taxis! Posiblemente, subida en uno de ellos sientas un calorcito extraño en los pies y mirando hacia abajo compruebes que el suelo casi no existe y que el calor proviene directamente del motor.
Solución eso si, hay para todo. Para cruzar se recurre a uno de los miles de policías (para el turismo) que por allí pululan. Con una encantadora sonrisa él mismo nos cruza, jugándose el tipo también, simplemente, para acompañarnos en la aventura.
Esto sería un aperitivo de lo mucho que hay que contar del Egipto de hoy: aromas, niños sonrientes que se apropian de tí y te acompañan/ persiguen, pedigüeños y listos como el hambre, encantadores de cobras, la oración que se escucha y se ve en los muchos practicantes que oran arrodillados en el suelo, mirando hacia el Este, su Meca.
Contrastes: ¡El desierto, tan desierto y tan ocre. La ciudad abigarrada y la parte fértil, tan verde y tan luminosa y el Nilo inmenso y tan azul!
El Egipto de ayer: ¡QUÉ MARAVILLA!
¡Qué país fue aquel...!4000 años después siguen en pie pirámides, templos, tumbas y palacios con sus grabados y colores siempre vivos. ¡Qué cultura debió ser aquella! Pródigos en dioses frente al actual Islam monoteísta. Con esa fe en la Vida, con mayúsculas, que nace como el sol por el Este y muere como el astro por el Oeste.
El difunto (no necesariamente un Faraón) renacerá, después de un largo viaje en la barca que, junto a todo lo demás que va a necesitar, le dejan preparada junto a su cuerpo momificado y preparado mirando hacia el Levante.
No olvidarán, en su preparación a la otra vida, las vísceras: corazón, estómago, hígado y pulmones. Cuatro vasos, llamados canopos, las contendrán. Cada uno de estos recipientes estará cerrado por una cabeza de animal, representativa también de diferentes divinidades.
Visitamos un poblado nubio que casi fue lo que más nos impresionó. Llegamos en faluca, por el Nilo. Esas gentes que viven del turismo y de sus camellos, encantan por su simpatía, son verdaderos artistas artesanos. Los niños subyugan: guapos, dulces y sabiendo usar una palabra o sonrisa que llegue. Listísimos. Tienen una escuela limpia y pequeña, muy, muy bonita. Dan la impresión de inteligencia natural y de ser felices en su forma simple de vivir.
En cuanto a los camellos. ¡Caramba, que alto es un camello! yo que de joven no me atreví a montar en uno en Canarias por puro canguelo, lo he hecho ahora (presa de la fatalista y garantizada idea de que: "de algo hay que morir"). Pero eso si, aunque joven YA no soy, una vez que me vi subida ahí arriba, el miedo de mi juventud apareció corregido y aumentado y también la pregunta. "¿Qué hago yo aquí arriba?
Nuestro mundo distinto, mejor, peor...¿Quién lo sabe? ANGELA MAGAÑA