jueves, 26 de enero de 2012

UNA SEÑORA DEL MONTÓN (Corregido)

UNA SEÑORA DEL MONTÓN

Marta viajaba con su marido.
Se sintió enternecida por el hecho de ver a aquel anciano viajar tan solo.
Hacía, no obstante, las comidas en la mesa del capitán. Sin embargo no pensó ni por un segundo que se tratase de un personaje ciertamente ilustre.
Le atrajo su aspecto serio y su aire intelectual. Su pelo blanco, su tez y ojos claros, su avanzada edad inspiraban confianza y se le acercó. Llevaba en la mano un libro: “La fiesta del Fauno” que sirvió de tema de conversación. ”Demasiado descarnado. Muy fuerte” dijo él y “encima basado en hechos lamentablemente reales” y confesó haber sido incapaz de acabarlo.

Las horas de navegación eran muy placenteras; las verdes costas noruegas, los penetrantes fiordos por los que el barco se deslizaba; las frondosas paredes de riscos interrumpidas a veces por trepidantes caídas de agua. Todo un espectáculo. Una alegría el grito del capitán por los altavoces del barco: ¡“Balena al sinistra”!

Cuando hacían alguna excursión por tierra el anciano se limitaba a algún corto paseo, siempre tranquilo como si emanara paz. No participaba en las visitas a glaciares, ni en nada en lo que hubiese que esforzarse. Dedujo ella que su corazón no andaba sobrado de bríos.

Un día visitaban las Islas Lofoten donde las casas de los antiguos pescadores de bacalao se elevaban, sobre pilares, en el agua misma. Ella al ver que todo el mundo (excepto él) hacía fotos o filmaba, se le acercó llevando su cámara y le dijo amablemente: “¡Ahora te toca a ti!”

El crucero por el Mar del Norte terminó sin que hubiesen tenido otra cosa que breves encuentros. No sabía Marta a que se dedicaba el buen señor, ni habían tenido tiempo de charlar demasiado. Se llamaba Antón Menchaca Careaga. Era afable, culto y muy agradable y ahí se acababa lo que sabía de su nuevo amigo.

A la hora de despedirse ella le pidió la dirección y eso fue todo.

Marta y su marido pasaron después unos días en Santander y volvieron a su casa en Motril.
Ordenó ella los recuerdos, los múltiples: “Today” en los que se desgranaban, día a día, las actividades y excursiones del maravilloso crucero que acababan de disfrutar.
Al ver las fotos de Antón pudo comprobar que no había salido especialmente favorecido. A pesar de todo se quedó con una como recuerdo y le mandó las demás junto con una carta en la que le contaba como había terminado aquel fantástico mes de agosto.
Ahí empezó todo.

Antón Menchaca resultó ser un hombre de mar por vocación. Por sus estudios en las Escuelas Militares de Cádiz y Marín había llegado a Capitán de Corbeta y completado estudios de Humanidades en Oxford y Derecho en la Complutense de Madrid.
Pero todo esto Marta lo desconocía y su sorpresa fue mayúscula cuando en respuesta a su humilde carta con unas irrelevantes fotos contestó él con una preciosa y expresiva misiva y con una de sus novelas porque también resultó ser ¡un escritor consagrado! Fundador de “Cuadernos para el Diálogo” y colaborador en el nacimiento del diario “El País”, pero esto todavía era inédito para Marta.

Inocentemente ella le envió (para corresponder) la novela que acababa de leer. “Dios vuelve en una Harley”. En esta novelita Joan Brady presenta a su protagonista: Christine de 37 años, poco atractiva y poco esperanzada de encontrar al hombre de su vida, pero Dios vistiendo chupa de cuero y cabalgando una imponente Harley Davidson se presenta en su entorno y con gran sencillez le va dando unas normas de vida que harán de ella una mujer distinta y libre.

Antón leyó el libro no una sino dos veces y le gustó tanto que esto dio lugar a otro tipo de relación entre ellos. Empezó a escribirle y a mandarle, con asiduidad, libros escritos por él mismo. En sus cartas bromeaba y le decía que ella (Marta) era su John (el Dios de la Harley) y que había aparecido en su vida para infundirle ánimos como John a Christine en la novela.
Recibía a vuelta de correo poemas, cartas y novelas suyas firmadas y dedicadas con todo cariño ¡No podía creerlo!
Siguieron cuatro años de correspondencia sólo interrumpida por las recaídas de él que vivía ya los últimos cuatro años de su larga vida.

Hablaban por teléfono con frecuencia y llegaron a tener un inolvidable amistad sobre todo para Marta que se sentía muy honrada y que se emocionaba hasta las lágrimas al tener la oportunidad de leer dirigidas a ella (se sentía afortunada) tan interesantes y bien escritas cartas
Para él, aquello, resultaba estimulante y divertido. Seguían las llamadas, las cartas, los envíos de libros. Poco a poco, y no precisamente por boca de Antón, fue descubriendo Marta que nacido en 1921, había sido siempre un hombre de talante liberal. En la España de Franco y en 1957 había acabado en Carabanchel, donde se había forjado aún más su personalidad rebelde, habiendo coincidido, como ocurrió, con otros críticos del régimen como Tierno Galván, Joaquín Ruiz Jiménez con los que hizo causa común.

Marta estuvo siempre muy orgullosa de su relación con Antón, guardaba las cartas como un tesoro, junto con los libros y sobre todo se sentía muy satisfecha al ver que él esperaba las suyas con impaciencia y que las valoraba cómo estimulantes y divertidas. El último día que hablaron fue aquel tan triste en que en Nueva York fueron derribadas las Torres Gemelas.
La salud de Antón Menchaca Careaga empezó a sufrir más o menos por entonces un bajón parecido y cayó en picado como los edificios en cuestión.

Lo único que sobrevivió acrecentada fue la antes debilucha autoestima de nuestra señora del montón: MARTA.

No pudo acudir como le hubiese gustado al Homenaje Póstumo que en Bilbao, su ciudad natal, le organizaron en la sede de La fundación Menchaca Careaga. La familia avisó casi de víspera y de Motril a Bilbao, hay algo parecido a “una buena tirada” Le hizo ella su propio homenaje en el recuerdo y no olvidándolo nunca.

Ángela Magaña