martes, 6 de diciembre de 2011

¡CORTA ES LA VIDA!

POR LA MAÑANA ÉL LE DIJO:
"TE QUIERO" y ella le contestó: "¿NO SERÁ UN SENTIMIENTO PASAJERO"?
Llevaban 49 años casados... ¡Sólo cuarenta y nueve!

viernes, 11 de noviembre de 2011

ARPÍA VENENOSA

ARPÍA VENENOSA

Era una pareja muy singular… también en sentido literal. En lugar de dos, parecían uno. Uno de los apelativos que él usaba para ella era: “¡Arpía venenosa que me tienes dominado!” y es que el humor estaba presente en su relación como también lo estaban el cariño, las discusiones, las peleas, los arrumacos, las rabietas, la diversión y ¡TODO!
Otras veces la llamaba: “Marta, volcán en erupción” y ella le imitaba, como subiese el tono de voz, con tal exactitud que acababan riendo… o llorando o peleando o abrazados. Todo podía pasar.
Entre ellos cabía todo menos el aburrimiento. Entre amores y encontronazos crecieron y se multiplicaron.
Rachas hubo que amenazaron distanciamiento, pero la verdad es que no sabían vivir el uno sin la otra.
Los años pasaban más o menos veloces, y los dos, al unísono (para variar) y cada uno por su lado (para más complicidad) empezaron a no poder más. Los hijos partieron, se fueron a hacer sus estudios y víctima del síndrome del nido vacío y de aquella relación tan tormentosa, decidió ella (la arpía) poner tierra por medio y se fue, sin tragedias… pero ¡se fue!
Sintió alivio y descanso pero un buen día antes de que pasase mucho tiempo, vio un taxi pasar y dentro a su dulce tormento ¡Raúl! Y sintió la irresistible necesidad de seguirle. Se reencontraron y volvieron a quererse; no tenían remedio y así pasaron los días y los meses que se convirtieron en años y dado que el tiempo vuela, la vida se fue pasando juntos, juntos… siempre juntos y un día amaneció en que Raúl abrazado a ella en la cama, muy juntitos, no despertó. Frio y muerto la rodeaba con sus brazos y Marta que con la vejez tenía un corazón débil y frágil no quiso liberarse de aquel último abrazo y permitió que la parca perpetuase ese sueño, de dos en uno, que se había convertido en su forma habitual de pasar las dulces noches.

Ángela Magaña

domingo, 2 de octubre de 2011

OJOS VERDES EN CONSTANTINOPLA

OJOS VERDES.
Llamaban poderosamente la atención; imposible no reparar en ellos, había que esforzarse para no ser maleducado e insistente al mirarlos.
Verdes, luminosos, jóvenes, grandes y expresivos.
También las manos: dedos largos y finos, adornados con vistosos anillos de plata; la piel morena y suave, cuidada y alguna pulsera del mismo metal.
El resto negro, todo negro con un burka que lo cubría todo; todo excepto ojos y manos.
Cuando subimos al autobús, ellos ocupaban la primera fila con lo que todavía resaltaba más el curioso aspecto de la pareja. Él, andaría alrededor de la treintena, guapo, elegante y bien vestido a la moda occidental: pantalón oscuro impecable y bonita camisa de rayas anchas y oscuras, grises y negras. Un par de botones desabrochados con lo que resultaba todavía más atractivo.
Parecían enamorados, una mano de ella descansaba lánguida sobre la pierna de él, que la rozaba discreto con la suya. Se les veía sentados muy, muy juntitos.

El bus siguió recogiendo turistas, como nosotros, en los distintos hoteles para aparcar finalmente en el Puerto de Kábatan donde todos nos dirigimos a coger el barco en el que recorreríamos el Estrecho del Bósforo, en la parte este del legendario Mar de Mármara, entre dos continentes. Allí nos dedicamos a lo típico: admirar la belleza del paisaje, hacer fotos y a bromear con nuestros amigos y compañeros de viaje que nos acompañaban desde España.

No volvimos a verlos hasta la hora de la comida y chocaba cómo ella se ahuecaba ligeramente el velo desde la parte del pecho y comía subiendo el tenedor cuidadosamente hasta su boca, muy atenta a no mostrar para nada parte alguna de su cara.
Angustiaba un poco el verla pero acabó el almuerzo y volvimos a perderlos de vista. La olvidamos.
Siguió la visita y esta vez le tocó al Palacio de Beylerbelyi, ya, en la parte asiática.
Era el primer día y todavía no nos habíamos acostumbrado a tanta Basílica y a tanto lujo y belleza. Nos limitábamos a mirarlo todo con asombro y a disfrutar de la vida.
Volvimos a cruzarnos con ellos. El sol vertical en aquel momento caía a plomo. Él seguía igual, ella bajo unas gafas de sol que protegían su clara mirada, había desaparecido; sólo el burka era visible… y sus manos.
Siguió la excursión. Al día siguiente visitamos unos cuantos sitios esplendorosos: Mezquita Azul, Hipódromo Romano, Bazar de las Especias… aroma a hierbas e invitaciones múltiples a probar los distintos tés: manzana, granada y mil sabores más. Aún no habíamos visitado el Gran Bazar (inmenso, 5.500 tiendas), pero aquel era también interminable. Alfombras, bolsos, chales de cachemir, de seda y en particular, todos los azafranes, semillas, pimientas y aderezos aromáticos y sabrosos del mundo. ¡Ah!... y caviar de cualquier clase que se pudiera imaginar.
Al día siguiente: Basílica de Santa Sofía. Una belleza que rezumaba siglos pasados e historia…
Un par de días más de “callejeo” por Estambul que, en resumidas cuentas, es lo más atractivo de los viajes. Cada rincón una sorpresa y las consabidas compras de regalitos, encargos y recuerdos para los más allegados y fotos a todo y a todos.
Fuimos al Palacio de Topkapi situado entre el Cuerno de Oro y el Mar de Mármara. Aparece en tantas novelas que íbamos dispuestos a dejar volar nuestra imaginación, aprendimos que había sido la residencia del Señor de los señores: Sultán Abdulmecid; el mobiliario excesivo y recargado y… la cama del dignatario (con cabida ¿para cuántas de sus esposas, o las tomaba una por una?). Todo lujo que contrastaba con las placas turcas que a nosotros, occidentales, no nos parecen nada confortables.

Medio escondida detrás de un amigo, me disponía a sacarle una foto a un Jenízaro, con su atuendo típico, (sin darle el consabido euro) cuando apareció por allí ella con su burka, sus ojos verdes y con su marido cerca y quiso el destino (y yo también) que lo que quedara reflejado en mi cámara fuera, precisamente eso ¡su mirada! Con lo que sin que nadie lo advirtiera obtuve una instantánea única de lo que me había llamado la atención desde el principio: aquellos ojos verdes. Los seguí un momento y me pareció observar que ya no iban tan juntos, ni tan acaramelados.
La siguiente etapa fue la capital: Ankara, donde no limitamos a visitar el museo de las civilizaciones de Anatolia y el Mausoleo de Ataturk: “Padre de los turcos” y personaje que tuvo, entre otros, el detalle de sustituir los caracteres árabes, por los occidentales, en la escritura. Con lo cual, a partir de 1938, Turquía se hizo más similar y próxima a nosotros en la forma de escribir.
Seguimos trayecto hacia el suroeste del país a la parte central de Anatolia y protagonizando un gran madrugón sobrevolamos, en globo, al amanecer las famosas “chimeneas de hadas” de Urgup y las de Pasabag con su sombrerito de piedra colocado ahí como resultas de la erosión provocada por el discurrir de las aguas y del viento. Muy emocionante estar allá arriba: sentir el aire, la altura, ver desde debajo la llamarada del gas que nos elevaba con su fuego azul.
Esta parte muy sísmica era muy original por sus refugios subterráneos de múltiples pisos y sus viviendas/cuevas adornadas con antiguos frescos bien conservados, algunos.
Capadocia con sus piscinas blancas, puro sedimento de sales minerales calcaréas y bicarbonatos. Paisaje espectacular y más piscinas, más profundas ahora y con restos de construcciones romanas al fondo. Llenas, eso sí, de turistas, que al tener más tiempo que nosotros, tenían la suerte de poderse dar un baño y disfrutarlas. La última vez que vimos a la extraña pareja fue en el Mausoleo del filósofo Mevläna. Parece ser que este filósofo fue el fundador del sufismo secta islámica que conocemos por los famosos “derviches” que giran y giran entre oración y oración hasta caer en una especie de trance y que conocemos sólo de mentirijillas porque los que nosotros, turistas, vemos (nos dijo el guía) son, simplemente bailarines que giran sin más profundizar en sus creencias.
Los hermosos ojos verdes y su misteriosa dueña, esperaban un poco alejados al marido, dueño o lo que fuese, mientras él oraba recogido ante la cajita con los tres pelos de la barba del profeta.
Pensé yo que, como reliquia, siempre era preferible eso a un dedo, el corazón o al brazo… o cualquier parte del cuerpecito serrano de nuestros Santos ¡Más higiénico, por lo menos…!
Pero a los del burka no los vimos más.



En el resto del recorrido: Éfeso… ¡una maravilla! la casa de la Virgen, que a mí me impresionó y me produjo (para mi sorpresa) un ataque de devoción y recogimiento y ganas de rezar todo lo que me sabía… ¡Nunca se sabe cómo va uno a reaccionar!

El guía nos dio informaciones bastante chocantes: los turcos (por ejemplo) fueron los descubridores de América, lo de ir a la Meca era un problema de dinero y era posible sólo para los ricos o los musulmanes de Arabia Saudita que lo tenían más cerca, pero lo podían sustituir por limosnas en caso de imposibilidad. Si eras persona con un puesto de trabajo, como ellos mismos (guías) podías elegir tu propio mes para cumplir con el Ramadán con el resultado de que los meses preferidos eran los de invierno con menos horas de luz. El nombre de Alá lo repetía él y más gente 99 veces seguidas en todas las acepciones posibles. En fin… informaciones más o menos creíbles o lógicas.
Nos dijo también que les habían comunicado que entre los varios autobuses que llevaban a los turistas, como nosotros, había uno que había sufrido un percance, alguien se les había despistado, pero no nos dio más explicaciones.

El último día bastante agotador: dos aviones con el tiempo muy justo entre ellos: Esmirna/ Estambul y luego Estambul/ Madrid. Yo iba medio dormida y bastante agotada. En mi fila del avión donde (como sardinas en lata) íbamos tres personas miré a mi derecha. Vi unas manos con dedos cuajados de anillos de plata y al levantar la vista me encontré con unos ojos que no había podido olvidar pero esta vez la joven llevaba un atuendo similar al de cualquier europea de su edad… iba sola, parecía preocupadilla pero feliz y llevaba en la mano un libro cuya portada me dejó ver “NO SIN MI HIJA” y me regaló una sonrisa y un comentario:

“¡TODO MÁS FÁCIL SI NO HAY HIJOS POR MEDIO!”

jueves, 1 de septiembre de 2011

PRIMERAS LLUVIAS

Primeras lluvias.
Calor, calor y más calor y hoy… ¡La sorpresa! Un precioso día de lluvia ¡Un regalo!... y la sensación de que llega el otoño.
Repaso lo que ha sido mi verano y hago recuento de lo que sí y de lo que no quiero que se repita. El estar juntos y disfrutar de los niños… me gusta, los críos cambian rápido y los vemos tan poco ¡poquísimo, diría yo! Viven, nada menos que, en Méjico con lo que sus visitas anuales se reducen a dos. Los ancianitos sabemos lo poco que dura la niñez y lo irrepetible que es: la inocencia y la gracia de los niños es irrecuperable una vez que se ha ido. Quizá sea una simpleza decirlo por su evidencia, pero requiere una pequeña reflexión.
No me gusta: constatar que los años no pasan en balde y que me canso cada vez más del ajetreo añadido y lo que es peor de no poder ir, yo también a disfrutar de playa y de todos ellos. ¡Castigada en casa a guisotear, ordenar, limpiar y ocuparse del abastecimiento y a cuidar de los mayores, (más mayores todavía) que también los hay!
Una decisión firme recién tomada: No discutir hasta el punto (como en el chiste) de ponerme gorda si es necesario, evitar a toda costa las estúpidas discusiones tontas que surgen a veces. En términos toreros: no entrar al trapo. Que la pared es verde y yo la veo blanca, pues verde que es!!! (Es sólo un ejemplo ¡Claro!) Y me recrimino a mí misma por mema y por no haberlo decidido hace cuarenta añitos.
En resumidas cuentas que después del esfuerzo hecho y del derroche de energías y de todo lo demás, que me quede por lo menos buen gusto de boca ¡Con eso me conformo!
P.D.
ME TEMO QUE NO SOY UNA MUJER ABNEGADA (odiosa palabreja. por cierto)

domingo, 17 de julio de 2011

CHEEK TO CHEEK

Érase una vez un Ratón Pérez, completamente desesperado. Era verano y todos los niños ¡Habían desaparecido!
Los buscaba por todas partes y nada. Al lado suyo el saco de regalos para cambiar por dientes caídos estaba tan lleno que iba a reventar. Se puso a dar paseítos, con las manos detrás de la espalda preocupadísimo y pensaba ¿Qué puedo hacer?
Andando, andando oyó una música que salía de una casita pequeña y bonita. Entró y allí encontró una ratita chulísima. Llevaba unos vaqueros con un agujero para sacar el rabito y la verdad es que ¡ESTABA GUAPÍSIMA! Empezaron a bailar, cheeck to cheeck (que quiere decir con las caritas pegadas) y le contó lo asustado que estaba de ver que no había niños.
Ella era más pillina y le dijo: ¡Hombre! Es verano y los críos están en los campamentos. Los dos (ratón y ratita) hombro con hombro, se pusieron manos a la obra y en una noche pusieron los regalos, a todos los niños que habían perdido un diente. A veces más de una cosita. Iban primero a la casa del niño dejaban uno, lo buscaban en casa de la abuela… dejaban otro. En fin todo se arreglo.
Se me olvidaba. La ratita era nada menos que ¡LA RATITA PRESUMIDA! Además de ser guapa, ¡estaba cómo un queso! Así es que ¡claro! tenía a todos los ratones loquitos. Ya sabéis que se pirran por el queso y el Ratón Pérez no iba a ser menos. ¡CLARO!
Adiós Ratón Besos de los abuelos. Te queremos una “hartá”
Y colorín colorado la abuela Ángela dice que este cuento se ha acabado.

domingo, 1 de mayo de 2011

UNA FURTIVA LÁGRIMA

Leíamos apaciblemente mientras sonaba la maravillosa "Furtiva lágrima" y me sorprendí a mí misma dando gracias a Dios.
La vida son momentos y la felicidad está precisamente en eso: instantes de placidez que, a veces, no sabemos disfrutar en su justa medida.
Todos tenemos nuestro cuerpecito más o menos serrano, pero siempre propicio a sufrir “cacas” variadas. Achaques múltiples, coleccionables hasta que, como si fuesen cromos, constituyen un álbum completo. Y… cuando se acaba, ¡se acabó!
No voy yo a emular a Platón ¡no! no voy (ya quisiera yo) a escribir un diálogo sobre la inmortalidad del alma. Ya se sabe eso que decían los antiguos pensadores: “a lo imposible nadie está obligado”… pero de vez en cuando a mí también me gusta pensar y me inclino por la teoría de que lo que tenemos escondido dentro de nuestro cuerpecito precioso/cochambroso o como quiera que sea, aquello que nos hace amar la música y disfrutarla, tener afán de aprender, mejorar, admirar la belleza en la naturaleza, en el arte, la amistad, sentir cariño por lo que nos rodea… y todo lo que nos eleva un poco sobre lo material puro y simple, todo esto no puede desaparecer. Me inclino, pues, a creer que SÏ debemos ser ligeramente, deliciosamente inmortales o algo parecido.
Mientras mi mente divaga voy limitarme a seguir disfrutando de “L´Elisir d´Amore" que Donizetti tuvo a bien escribir para disfrute de la humanidad y voy a hacerle un favor al prójimo o sea a Vds. Escúchenlo en cuanto puedan. ÁNGELA

martes, 5 de abril de 2011

MALAS LENGUAS

Cuento muy filosófico.

Hipólito y su mujer “Potita” (de Hipólita ¡coincidencias de la vida!) vivían con cierta alegría sus “vejeras” más o menos incipientes.
Maduritos, los dos, intentaban mantenerse en forma.
Él decidió un día volver a ir a un gimnasio y así lo hizo. Entre otras cosas no quería engordar pero no estaba dispuesto a dejar de darle al diente, ni tampoco a renunciar a sus copitas, cosas ambas que hacía con sumo regodeo. El primer día acudió a la cita con el deporte con bastante entusiasmo.
Potita, la pobre, admitía con humildad y realismo que ella se mantenía bastante bien pero que ya no estaba, ni mucho menos, para tirar cohetes.
Soy poquita cosa, pensaba y reconocía que había llegado a la edad en que una se siente más o menos invisible.
Regresó él del gimnasio el primer día muy contento y animado explicando lo bien que le había ido y lo imponente/opulenta/eficaz, etc. que era su monitora; una cincuentona (decía él... ya será menos, pensaba ella) aparente que le había parecido de perlas.

Tenía, según su descripción, muchísimas… cualidades (digámoslo así)
Sin hacerle mucho caso Potita escuchaba y reflexionaba: “¡Raro: creía yo que lo normal era tener dos!” pero no le dio mayor importancia.
Al día siguiente Hipólito empezó a quejarse: “Me duele todo” y luego: su calvario.
Potita, amigos y familiares decidieron que ante semejante potencia femenina había hecho él todo lo que se sabía para lucirse. Diagnosticaron: ¡agujetas!
¡Pero no! Las molestias no remitían y el pobre Hipólito estaba cada vez más malito a la vez que la tomadura de pelo del entorno aumentaba.
Vio el cielo abierto cuando le dio un fiebrón de casi cuarenta y la gripe ¡al fin! dio la cara.
Potita, muy madrileña ella, “se la tuvo que envainar” y el honor del griposo y madurito señor fue restituido… ¡Loado sea el Señor!

Potita empezó entonces a cuidarle como él se merecía; Hipólito, nuestro héroe, en unos días recuperó también la salud y dada su bondad innata perdonó y no le pego la gripe a Potita, ni nada.

Ahora un consejillo: ¡CUIDADO AMIGUITOS CON LAS MALAS LENGUAS!

domingo, 3 de abril de 2011

MI PUEBLO

MI PUEBLO

Mi denostado Madrid cuenta con detractores múltiples que se crecen en sus ataques a la ciudad, pero yo la quiero. El amor es algo que puede languidecer por causas varias. La principal es el aburrimiento y en mi pueblo es casi imposible no disfrutar.
Maravilloso ballet cubano el que vimos la otra noche y mi conclusión la siguiente: “Qué bonita es la juventud” Belleza, elasticidad, gracia, ritmo, brío y alegría contagiosa.
Hoy hemos visitado Las Descalzas Reales, plenas de cuadros a cual más admirables; al alcance de la mano un Goya; otro de Rubens, varios de Claudio Coello que ¡Oh sorpresa! no es, simplemente, el nombre de una calle (adviértase mi ignorancia)
Y más pinturas, tallas, marfiles y tapices bordados con artesanal pericia.
El convento de monjas de clausura que a lo largo de los tiempos habían ido aportando a su matrimonio (con Dios) sus ajuares, constituidos pr las mil obras de arte allí expuestas. También la realeza y sus distintos miembros habían ido donando al convento más y más joyas de arte.
Las monjas allí encerradas se dejaban sentir: en primer lugar por la pulcritud de todo: suelos, capillas y todo expuesto con el mayor detalle y cuidado… y luego por las voces que llegaban desde el coro donde estaban cantando, como los propios ángeles, durante la misa de doce.
Había crucifijos tallados en madera, en pasta de maíz, policromados o tallados en marfil y mil imágenes de esas que hoy la gente joven con la incultura que les estamos dando, posiblemente, no hubiesen sabido apreciar.

Definitivamente solo puedo ir a Las Descalzas a admirarlo todo y a quedarme boquiabierta. Como religiosa y si hay que cantar como se las oía cantar a ellas tan escondidas en su clausura… seguro que no me admiten.
Lo peor es que seguramente, no me dejarían salir a ver el Ballet Cubano… y eso ¡sí que no!

Olvidaba El Museo Romántico reflejo de una época muy característica. Una casa amueblada como entonces y con todo el sabor del romanticismo que conocemos. No faltaban un par de retratos de Espronceda y otros de niños con grandes ojeras y muy pálidos; me explicaron que sus padres encargaban a los pintores más famosos que los perpetuasen en su recuerdo y en el lienzo ¡cuando ya habían muerto!
Una sala con cuadros alusivos al suicidio ¡tan en boga entonces!
Bastante macabro en ciertas salas, precioso y romántico, en el resto.

domingo, 20 de febrero de 2011

MONO

MONO

Cuando se le acababa se venía abajo. Le entraba el mono y pasaba horas o días de desasosiego hasta que volvía a conseguir más; luego, no siempre se calmaba en los primeros minutos. Se empezaba a tranquilizar cuando sus ojos se posaban en él. Lo sujetaba fuertemente entre sus manos lo abría y se lo dosificaba procurando dominar su impaciencia. Inmediatamente su mundo cambiaba y se hundía en otro más nuevo y distinto, más libre y mejor. El viaje solía ser formidable. Algunas veces le duraba más, otras volaba y ¡vuelta a empezar! La última hoja, le producía un extraño placer. Pero luego venía el vacío; le faltaba, lo necesitaba y no podía parar hasta que no conseguía otro. Aquello no tenía cura.
¡Los libros eran su droga!

jueves, 17 de febrero de 2011

LA PRINCESA QUE SE TIRABA PEDITOS CON FORMA DE CORAZÓN

LA PRINCESA QUE SE TIRABA PEDITOS EN FORMA DE CORAZÓN.

Érase una vez una princesa que lo tenía todo para ser feliz. Vivía en un castillo con sus torres, almenas, foso con cocodrilos alrededor, su fantasma en fin que no le faltaba detalle al castillo.
Había también ¿cómo no? un espejo mágico al que la linda joven hacía preguntas constantes “¿Soy la más bella?” “¿Son mis ojos color miel?” “¿Llegará pronto mi príncipe azul? ¿“Será antes un sapo, al que tendré que besar”?... y así sin parar y cómo el espejo era mágico y tenía su corazoncito un día se hartó y de mal humor a la pregunta: “¿Tiene mi aliento el aroma de las rosas?”
Contestó: “No princesa, te huele fatal” y añadió “Y tus pedos son repugnantes”.
La bella princesa casi se desmaya del susto. El espejo nunca le había mentido por lo que se preocupó muchísimo.
El interrogatorio empezó de nuevo. La joven le pedía soluciones y el espejo agotó todas sus fuentes de información. Recurrió incluso a Internet y buscando, buscando, llegó a la conclusión de que la culpa era de los potajes que se atizaba la princesita y que, por cierto, le sabían a gloria.
Así es que el espejo dijo con tono solemne:” Princesa mía, muy amada, si te quieres corregir tendrás que comer cosas más ligeras”
Y así lo hizo: Se convirtió en la persona más austera del mundo.
Comía verduras, pescaditos y sobre todo fruta. Sus preferidas eran las manzanas tipo Blanca Nieves, muy rojas y sanitas. Si por casualidad un día se encontraba un gusano dentro de una de estas frutas, lo sacaba con sumo cuidado, lo chupaba con mimo para no desaprovechar la fruta y tiraba al bichito con delicadeza, ya que de carnes ¡Nada!
Pasaron unos meses y la princesita estaba incluso más guapa y mejor de tipo.
Preguntaba y el espejo se deshacía en elogios. Pero otra vez se empezaba a hartar de tanta preguntita.
Un día y sólo por fastidiar le dijo:”Princesa eres tan linda y delicada que deberías intentar mejorar tus flatulencias un poco más. Reconozcamos que aunque ya no apestan no dejan de ser lo que son y esto ¡para una princesa…!”
La doncella que estaba cada día más tontita y egocéntrica se obsesionó con el tema y caviló y caviló.
Cada día comía menos y los deliciosos potajes quedaron totalmente olvidados.
Después de mucho ensayo consiguió ¡Al fin! Que sus peditos tuvieran forma de corazones: Rojos si comía sandía, amarillitos con los plátanos, naranja con las zanahorias.
Tanto afinó con las comidas que un día la espiritual princesita se esfumó convirtiéndose en una espiral de esencias varias formada por corazones de todos los colores.
El espejo se quitó un latazo de encima y yo os doy un consejo amiguitos mios: comer bien, disfrutad con ello y no os preocupéis con chorraditas.
P.D. El pobre príncipe, con tanto lío, fue un sapo toda su vida. No hubo princesa que le diese beso.

lunes, 14 de febrero de 2011

"EN JAMÁS DE LOS JAMASES"

“EN JAMÁS DE LOS JAMASES”

Cuando se conocieron, Manuel estaba convaleciente todavía y Mar, recién divorciada, se recuperaba de un matrimonio que le había resultado insufrible. Su marido era moreno, gordito, mofletudo, sedentario y aburrido hasta la exasperación, previsible hasta en el más pequeño detalle, y sus aspiraciones eran: ver football, tele, y no separarse de ella ni un minuto: “en jamás de los jamases”, solía decirle con auténtico empalago.” Mar se ahogaba y había acabado mandándolo todo al garete y cortando por lo sano. Después de 10 años, la decisión fue dura, difícil… pero ya estaba hecho y ella empezaba a respirar mientras que su marido, afortunadamente, tampoco parecía sufrir demasiado.

Manuel acababa de regresar de Bolivia, tierra de quechuas y aymaras, a donde había ido contratado por un periódico francés que le había encargado un reportaje sobre aquellos indios de procedencia desconocida. Se había adentrado en la investigación y había descubierto que la presencia en Bolivia de estos indios precedía en miles de años a aquellos a los que Colón y los demás descubridores habían encontrado al pisar lo que ellos calificaron de Nuevo Mundo.
Quechuas y aymaras vivían una casi continua enemistad aunque, los unos y los otros, eran y lo habían sido siempre, gentes pacíficas. Los aymaras con frecuencia eran considerados inferiores y tratados despectivamente pero Manuel, nuestro hombre, descubrió en ellos capacidades absolutamente desconocidas, incluida la de comunicarse entre ellos en un idioma expresado en sonidos, escasas palabras, frases recortadas y mucho de intuición y empatía. Una especie de telepatía parecía reinar entre ellos y Manuel con su carácter afable y sus deseos de ayudar e integrarse, acabó siendo muy apreciado por los nativos.
Procuraba serles útil y con su pequeña furgoneta los llevaba a veces a La Paz que estaba a setenta kilómetros de Tiwanaku, donde vivían, o se adentraba solo (o acompañado) por sendas o caminos que conducían a las excavaciones (pocas, por falta de dinero) dedicadas a buscar vestigios del pasado. Le gustaba charlar con aquellos estudiosos del terreno, más próximos a él en el ámbito cultural.
Un día un fuerte aguacero había embarrado los caminos y la furgoneta renqueante y deteriorada se le paró en mitad de un riachuelo que habitualmente era un lecho seco y pedregoso. Aquel día nadie le acompañaba y abrió el capó para echar un ojo al motor. Había agua por todas partes y al ir a asomarse descubrió una serpiente que había sido arrastrada dentro por el fangoso líquido. Antes de que tuviera tiempo de retirarse y mucho menos de averiguar de cuál se trataba sintió una gran punzada en el antebrazo y el miedo se apoderó de él.
Se apresuró hacia la orilla y una vez allí se desmoronó, como fulminado, en mitad del camino.

El veneno era mortal pero tuvo la fortuna de que unos indios lo encontraran y lo llevaran sin tardanza al cercano poblado. Afortunadamente eran conocedores de los antídotos adecuados para las serpientes, más comunes allí y tras tres meses de dolores y problemas se consideró casi recuperado y con ganas de volver a su mundo.

Eligió para vivir Granada, una ciudad que le subyugaba, aunque nunca había estado allí más de una semana. Se instaló en el Hotel Granada Center y empezó a pensar en cómo reorganizar su vida. Dejaría el periodismo, pensó, y se dedicaría a escribir una novela en la que plasmaría todas las vivencias y aventuras recientes en su memoria.
En la habitación contigua a la suya estaba Mar que había ido a un congreso de medicina a reunirse con sus compañeros médicos. Se veían por el pasillo y coincidieron, un par de días, en la cafetería a la hora del desayuno y acabaron entablando amistad.
Manuel era atractivo, un cincuentón interesante, delgado y alto y Mar resultaba una mujer con mucho encanto. Le obnubiló, a ella, la conversación de Manuel y mentalmente al oír tanta aventura lo comparó con su ex y se sintió muy atraída por esa personalidad tan aventurera.
Acabaron juntos y completamente revueltos y se instalaron en una nueva casa a compartir su vida de forma definitiva o… esa, era la idea.
Aquello era auténtica pasión que vivían los dos, medio enloquecidos. Como en la canción de Ana Belén: “Parecían dos irracionales”
Él triunfó con su novela y empezó otra y otra y llegó a ser un escritor conocido y exitoso.
Ella era un buen médico y se entregaba, con vocación y acierto, a su trabajo.
Pero pasó el tiempo y, con él, la vehemencia amorosa de ambos. Manuel viajaba mucho para documentar sus novelas y cada día estaban más distanciados geográficamente y también en su relación de pareja.
Mar pensaba, escéptica, que lo del amor para siempre no era para ella y estaba muy desilusionada.
Este segundo amor, también, pasó al olvido.

Meses más tarde, una noche, Mar salió a cenar con un grupo de amigos. Lo pasaron bien, sin más, y quisieron rematar la reunión con una copita en un club. Un señor se acercó a ella en cuanto la vio. La luz velada del local y el humo no permitían una visión precisa, pero Mar percibió a un hombre de pelo blanco y poblada barba, blanca también, mejillas con arrugas profundas y un cuerpo erguido y alto donde la grasa brillaba por su ausencia. Un hombre maduro con muy buen pinta, pensó ella. Bailaron un buen rato en silencio con movimientos acompasados, disfrutando extrañamente de la proximidad. Se sentaron luego y mientras saboreaban la última copa empezaron a hablar. Ella le contó sus dos experiencias; primero le habló de Manuel y de cómo su relación se había apagado, después de unos años, hasta no existir. Luego melancólica le habló de su primer marido de cómo habiéndose querido mucho, no pudo soportar, ella, tanto aburrimiento.
Él a su vez le contó como, por amor, había decidido cambiar totalmente de forma de vivir para reconquistar a la mujer que dejó escapar por estupidez y pereza. Había descubierto el deporte, el teatro, el cine, la lectura, aprendido a bailar, a viajar y comprendido que el amor hay que mantenerlo y no dejar que se consuma.
Se cogieron de las manos, sus ojos se encontraron y ella le reconoció.
Tomó la palabra Mar y soñadora dijo: Mi hombre juraba que me amaba y no se separaría de mi… y los dos a la vez pronunciaron la frase clave: “EN JAMÁS DE LOS JAMASES”

ÁNGELA

sábado, 5 de febrero de 2011

NILO

NILO

Egipto seguía pidiendo una respuesta a su Presidente que, a los 80 años y aferrado al poder durante casi treinta, se resistía a dimitir.
La protesta, en un principio, era pacífica. Miles de personas en la Plaza Tahrir en el Cairo conminaban a Mubarak a una salida que permitiera una sucesión democrática. Las cosas se complicaron, días después, con la aparición, cargada de ira, de los afines a su permanencia. Mubarak seguía sin escuchar los gritos: “¡Fuera, Vete!”, del populacho. Palos, pedradas, cócteles molotov de sus partidarios y empezaron las noticias: once muertes hasta el momento y los ataques violentos a los periodistas extranjeros. La ocultación de la verdad se hacía necesaria para el tirano. El momento era peliagudo y no se sabía, aún, en que iba a acabar todo aquello.
Había temor de que la situación virase hacia una solución islamista totalitaria y evidentemente nefasta para el país e incluso para el resto de la convivencia civilizada y normal.

Marta empezó a hojear las fotos del viaje a Egipto tres años atrás. Recordó a Sara la preciosa niña nubia que le había cogido la mano y compartido con ella paseo, conversación, piropos de la una a la otra y que acabó pidiendo una barra de labios para la madre.
En el poblado les enseñaron la escuela y un pequeño taller donde disponían de Internet.

En una imagen, Marta, apoyada en la barandilla en la cubierta del barco que los llevaba por el Nilo observaba las aguas. Un camarero amable, nubio también, guapetón, la había obsequiado con un hermoso: “I like you” y con un “javivi” y ella con el relajo propio de un viaje tan encantador, lo había agradecido y contestado con unas frases también amables.
Un encontronazo del barco con un banco de arena del fondo poco profundo, en el Nilo, la había sacado poco después, de sus ensoñaciones… ¡Normal todo! Aquello ocurría con frecuencia. Solo un pequeño susto. Pequeñas chalupas se acercaban a venderles chilabas que lanzaban hacia ellos con facilidad por encima de la borda. Todo de lo más pintoresco… y todo estaba ahora en peligro.
El acceso a Internet, ya generalizado y a los móviles había propiciado, extendido y hecho patente el descontento, contagio de Túnez que había empezado primero.
En aquel viaje no los había sentido distantes a ella misma. A la vuelta, y ya en el aeropuerto, coincidieron con los que volvían de la Meca y entonces sí, pudo observar, bastantes burkas y vestiduras que ella asociaba a la falta de igualdad y libertad para la mujer y también a la incultura. Pensó en la última foto de un periódico actual que se le había quedado grabada e la retina: una mujer a la que se le veían solo y escasamente los ojos tapada entera por su vestimenta y que llevaba junto al pecho un montón de piedras e iba dispuesta a arrojarlas contra los que pedían un cambio.

Marta deseo con todas sus fuerzas que todo se solucionase de la mejor manera, que Egipto mantuviese su paz y siguiese abierto al resto del mundo como cuando ella tuvo la suerte de poder visitarlo.
Una idea: “Que Sara crezca feliz y libre”, se dibujo en sus pensamientos.

lunes, 17 de enero de 2011

QUERIDOS LIBROS

Habían tenido un hermanito, pero estaban desconcertados. No era como ellos.
Moraban juntos y apretujados en la vieja biblioteca y en la mesa, al lado de la ventana y del flexo donde sus lectores se sentaban, justamente en la noche de Reyes, había aparecido su nuevo hermano. Notaron muy pronto que al recién llegado no lo querían todos por igual.
Ellos, los de siempre, gozaban con frecuencia de momentos felices los acariciaban y leían con todo cariño y devoción. La joven Ángela, adolescente todavía, se los acercaba a la cara y disfrutaba, incluso, con su aroma. Con frecuencia cogían a uno de ellos y lo llevaban a la mesilla de algún dormitorio, donde acariciados y disfrutados a diario, pasaban temporadas más o menos largas, para luego pasar de unas manos a otras y sufrir un pequeño traslado.
Tenían también enemigos, había alguien que, obligada a quitarles el polvo, lo hacía siempre protestando con amargura. En esos momentos se sentían despreciados y llegaron a sufrir insultos: “Trastos inútiles” solía llamarlos… pero esto lo iban superando. No era definitivo para ellos.
Les preocupaba la llegada de aquel extraño compañero. LIBRO ELECTRÓNICO, se llamaba y no como ellos que tenían cada uno un nombre. El Quijote, El Niño del Pijama a Rayas. Ana Karenina. Las Cartas de mi Molino… miles y todos perfectamente identificados y con un autor, cuyo nombre estaba siempre en lugar destacado. Había colecciones en las que iban encuadernados de uniforme; mismo color, mismo tamaño y estos estaban siempre juntitos como almas gemelas, que eran.
Otros eran menos elegantes finitos o gordos, distintos… pero todos queridos y respetados.

Pero el nuevo… con ese nombre tan raro: Libro Electrónico. Parece que su frío apelativo se debía a que los tenía a todos ellos cautivados, dentro de él.
Quizá su porvenir estuviera en el aire, empezaron a temer… y pasó el tiempo… y nada ocurrió. Casi todos sus amigos humanos los seguían llevando con ellos y disfrutándolos. Incluso alguno les manifestó su amor material y físico y les hizo saber que nunca, nunca podrían vivir sin ellos. ¡QUERIDOS LIBROS, COMPAÑEROS DE LA VIDA!

domingo, 16 de enero de 2011

NOWADAYS

Hoy uno de los temas de actualidad es el cambio que la sociedad ha experimentado en los últimos, digamos 50, años. Yo doy fe de ello.
Las mujeres habíamos nacido para descanso de los burros o eso decía un conocido mío allá por 1963.
De hecho, su mujer, (nunca su mujer de hecho, algo inconcebible entonces) a la que yo trataba por aquellos días, estaba muy triste porque su querido e irresistible (pensaba ella) esposo le era infiel. Su reacción no era mandarlo a tomar todos los vientos del mundo y pasar olímpica y definitivamente de él. Se limitaba (¡OH!) a no pintarse los ojitos para poder llorar sin que se le pusiesen pitañosos. Yo aunque era más o menos de su misma edad, me estremecía al verla y no, precisamente, de gozo; yo diría que de ira.
Fue, la nuestra, una generación muy culta, muy bien preparada.
De mi bachiller, por ejemplo, salíamos con un dominio total del idioma francés. Una amiga consiguió una buena colocación en Suiza, donde al cabo de unos meses se consagró como una buena profesional que cumplía con su cometido con eficacia; cuando iba a acceder a un puesto y un traslado mejor surgió el problema. No éramos mayores de edad hasta los 21 y el padre por miedo a que se afianzara en otro país, o aún peor que se casara allí, la obligó a volver a España.
Por añadidura el dinero, entonces, no daba para los lujos que ahora tiene los jóvenes, incluso los que no trabajan, y si los padres podían pagar UNA carrera, una sola, esta era para el hermano varón… la niña ya encontraría un buen marido y ¡listo!
Cómo tontas no éramos nos defendíamos con ahínco y la mayor parte de mis compañeras llegaron a tener puestos relevantes después de haber estudiado con muy poca ayuda de los padres y financiándose con algún trabajo simultaneo.
Yo misma, con padre y madre universitarios, tenía hermanas mayores que al igual que mi hermano estudiaban carreras superiores. En mi casa era muy frecuente oír: “No hagáis ruido que vuestro hermano está estudiando” o “callaros que está hablando vuestro hermano”.
El hermano, en cuestión, tuvo el suficiente sentido común para no ejercer de prepotente y ser un hombre decente, pero la educación que nos daban era esa.
Los anuncios de antes son muy indicadores de la situación del momento y no toco el tema porque sale alguno (anuncio), como muestra, en la TV, con bastante frecuencia.
Ahora estamos a la espera a ver que resulta de la educación que estamos dando a nuestros nietos ¡Dios nos coja confesados!

miércoles, 12 de enero de 2011

BABIA

Yo tengo una amiga que tiene una hermana, que tiene un marido que se llama…: y ¡ahí está el problema! … no lo recuerdo. Yo se que es un nombre de mujer en principio, masculinizado y dado mi despiste y desmemoria cuando tengo que preguntar por él (y ya me ha pasado dos veces), poniéndome muy fina digo: ¿y Margarito, cómo está? (tiene más de 90 años) Y ahí viene el pitorreo, la risita y un buen corte para mí. Lo más seriecitos que pueden me dicen: “se llama CRISTINO”
En otra ocasión en una reunión de familia (lejana) me interesé por “el tío Tom” y se hizo un silencio glacial; el Sr., en cuestión, morenito y de hablar cubano se llamaba Claudio, ni más ni menos y lo de Tío Tom era una ironía familiar que yo no había captado.

Años atrás teníamos una amiga inglesa que se llamaba Connie y siempre al hablar la nombrábamos “Coni Puneti”. Un día vino a vernos la inglesita y afortunadamente, en cuanto se fue, mi madre dijo: “Hay que ver esta chica tan maja como puede tener un nombre tan horrible:¡Connie Puneti!”

Mi despiste me viene por herencia materna, me temo.
Quizá deba yo, como propósito de Año Nuevo, aprender de memoria un pedacito de listín de teléfonos, cada día, e intentar así fortalecer mi memoria y tratar de disipar un poco mi despiste.