sábado, 10 de julio de 2010

CALOR

No caía la nieve ni ululaba el viento… era verano.

La casa dormía, la familia lo intentaba, el calor lo impedía.
Desde su tierna edad, 8 años y desde la cama, Alejandro miraba la luna luminosa y redonda que asomaba a su habitación. La luz disipaba los miedos que solía sentir en la oscuridad, pero recordó, de repente, que las noches así lo eran de hombres lobos y de vampiros deseosos de cuellos tiernecitos, como el suyo. Cogió la sábana que colgaba, hecha un rollito a los pies de la cama, se tapó casi hasta los ojos y procuró pensar en la pelea de pistolas de agua de antes, en la piscina.

Oyó a su abuelo, que se removía en la habitación de al lado y con la percepción que sólo los niños tienen se dio cuenta de que tampoco dormía; pensó, también él siente miedo.

Bajó al suelo y saliendo del cuarto, se tumbó al lado del anciano, como había visto que lo hacían los perros de las películas, en un trocito libre, a los pies de la cama. La mano del abuelo se deslizó hacia el pelo del niño y los temores de ambos desaparecieron.
Como dos almas gemelas durmieron juntos hasta el amanecer y luego… siguieron durmiendo hasta bien entrada la mañana.

El amor es un milagro que todo lo cura… Ángela Magaña