domingo, 28 de noviembre de 2010

REFLEXIÓN

REFLEXIÓN

Soledad con sus dos caras:
¡Qué bonita es la soledad del que no está solo! De jovencita cuando se iban todos de casa me sentía feliz con un libro: Salgari, Guillermo… o el que fuese y dos o tres manzanas que me comía despacito mientras leía con avidez. Si el cocodrilo de la novela medía ocho metros, interrumpía lectura y merienda para medir esos ocho metros en el largo pasillo de la casa paterna y me lo imaginaba e impresionaba. Vivía lo que leía.
Incluso ahora: mis lecturas todavía, mis paseos por Madrid que tan bonito me ha parecido siempre, mis ratos míos en que yo soy mi única compañera… disfruto con ello.
¡Qué triste es la soledad del que está solo! Buscar un amigo con el que hablar y no tenerlo; hijos lejos, pareja en la lejanía: ¡Qué tristeza!
Mi conclusión es que debo ser persona afortunada, puesto que mis momentos de soledad no me producen nostalgia. Doy gracias a mis amigos, a mi marido, mi familia, mis hijos y a la vida que permite que no me sienta sola cuando lo estoy.
Angela

viernes, 12 de noviembre de 2010

¡QUÉ VOZ TAN BONITA QUE TENGO!

Cada objeto tiene su propia finalidad. Un ejemplo: el mando a distancia.
Como su nombre indica es algo que se tiene en la habitación donde está la TV para regir los destinos de la llamada (muy bien, por cierto)"Caja Tonta". Este aparatito podría ser muy útil, pero no lo es y ¿por qué no lo es?. La culpa es del apellido: "a distancia"... y es que el mando a distancia (no se si lo habrán notado) está siempre así: "a distancia".
Otro adjetivo, esta vez para el periódico; diario, siempre se ha llamado diario el que compramos cada día (o estaría bien que comprásemos). Me ocurrió en Motril, hace ya años, paseando con mi marido por el puerto; se acercó él a comprar uno de estos informativos, a un puestecillo que había allí en un rincón no muy frecuentado. Lo ví acercarse hojeándolo, parar en seco y volver de nuevo hacia el quiosco. Acudí,yo también. Madre e hija detrás del mostrador. Decía la hija muy enfadada: "¡Mamá!" El periódico, era el del día anterior. "Son todos iguales" dijo la madre, seguramente analfabeta. Y yo pensé iguales los diarios, iguales los días... No andaba tan equivocada, la pobre mujer.
Pasa hasta con los apellidos, pero como los humanos tenemos malicia, cuando no nos convienen los cambiamos (y no como se va a poder hacer ahora: el del padre, el de la madre... ¡NO!) en nuestro fuero interno. Uno que yo me se y que no se quiere dedicar a sus zapatos, se ha autodenominado (pienso yo): "¡Qué bonita voz que tengo!!!" Y con ese nuevo apelativo puede hablar en la TV, u otro medio público y dirigirse al mundo en general y a los españoles, en particular y no tiene que decir nada. Se autoescucha y nos deleita con el placer de oir su linda voz; decir, lo que se dice, decir (tome Vd. redundancia) no dice nada... ¿para qué? Con esa voz tan linda y tan contundente, convincente y que rebosa TALANTE, no hay necesidad de que lo que dice tenga contenido. ES TOTALMENTE INNECESARIO.
ÁNGELA MAGAÑA

martes, 2 de noviembre de 2010

OTOÑO

OTOÑO.

Desapacible el día con aquel viento desagradable. Calor extremo al sol y escalofríos en los lugares desprotegidos. Y yo me sentía así, como el ambiente que reinaba… igual.

El reciente cambio de horario, me había afectado, esta vez. Despertaba temprano y andaba desorientada durante las veinticuatro horas. Me paré a reflexionar el por qué de mi desazón. Una hora de más o de menos no me parecía para tanto.

Cerré los ojos y me vi a mi misma al volante el día anterior. Llevaba a mi nieto Alejandro, nueve años, al colegio. Últimamente había cogido auténtico pavor al coche; me daba miedo, inseguridad y mucho más con el niño allí, bajo mi responsabilidad. Mi sentido de la orientación nunca había sido bueno y aquella mañana no me encontraba bien. Ante un pequeño volantazo que di, el claxon de un camión sonó atronador, muy cercano, amenazador y retumbó dentro de mi pecho.

Los dos nos asustamos: el niño y yo. El crio dijo antes de bajar del coche: "Abuela, me creía que iba a morir" A él se le pasó pronto, en mí, en cambio, la intranquilidad y el miedo se habían quedado atrapados y me producían, sin duda, el malestar que sufría todavía.



¿Por qué echarle la culpa a horario, otoño, calor o viento?

El tiempo pasa rápido, me había hecho mayor y no debía conducir más. Una conclusión única de todo aquello: Se había acabado, para mí, la conducción… Quizá en la feria en los autos de choque y... ni siquiera eso.



ÁNGELA MAGAÑA