viernes, 22 de mayo de 2009

ABUELA DE CRISTAL// OTRO FINAL

LA ABUELA DE CRISTAL.

Tenía 7 años y se llamaba Alejandro...
Como un loco revolvía todos los rincones de su casa en busca de una caja… y es que tenía un problema. Su abuela jugaba mucho con él. Era muy divertida, pero aunque parezca extraño: no era como las demás abuelas de carne y hueso. Esta era DE CRISTAL. Muchas veces, en lo más emocionante de un juego, tropezaba o simplemente se caía y se rompía en pedazos.
Se le había roto la nariz, un brazo y luego el otro, una cosa que se llamaba pelvis… Los dedos de los pies sonaban como campanitas CLIC, CLAN, y… uno menos. El pobre Alejandro, preocupadísimo, buscaba soluciones. Una caja… quizás… para guardar los trocitos. No estaba convencido.
Se paró a reflexionar, observaba los trastos del desván y de repente se fijó en una escoba... ¡Su héroe! HARRY POTTER. Se acordó inmediatamente de él y de su magia y se puso a caballito sobre el mágico artefacto a ver que pasaba. NO SE ELEVABA, no levantó el vuelo, pero en su cabeza y como por hechizo empezaron a surgir en imágenes algunas ideas para ayudar a la pobre abuela. Eligió una: En cierta ocasión había visto una película divertidísima de un rabino que iba a visitar una fábrica de chicle y se caía dentro de una enorme cuba de esa chuchería tan rosa y tan rica. Pensó que si bañaba a su querida y frágil abuela en una de esas extrañas “piscinas” posiblemente se pusiera más flexible.
No le contó a nadie su plan pero convenció a la familia y todos juntos fueron a visitar una fábrica de chicles. Un señor muy amable les iba enseñando los diferentes momentos y etapas de la elaboración. Él se mantenía muy pegadito a la abuela y en el momento oportuno le dio un empujoncito y ¡ZAS!… ¡A la cuba que fue! ¡De cabeza!
Se asustaron de muerte todos ellos y Alejandro el que más. Pensó: “¡Me la he cargado!” “¡Me quedo sin abuela!”
La sacaron y le lanzaron a él 2 o 3.000 miradas asesinas… pero la abuela después de un buen baño y de muchos tirones, para quitarle los pedazos de chicle que tenía pegados (quedó muy depiladita, la pobre) empezó a tener un aspecto diferente.
Su sonrisa se suavizó y toda ella se puso más flexible. No se atrevieron a darle un golpe para probar, por si acaso… Estaba feo, ir aporreando ancianas por mucho que fuesen de la familia.
Seguía siendo igual de patosa. Muy pronto, tropezó y trastabilló como si fuese a caerse, pero no se cayó. Pasaron unos meses y las comprobaciones sobre la fragilidad de la abuela seguían sin hacerse. Todo parecía ir bien. No más roturas por el momento, pero Alejandro seguía teniendo sus dudas.
Un día bajaban juntos unas escaleras y la señora imitando al niño, dio un saltito en el último escalón para bajar; no bajó ¡Rebotó! … y apareció de nuevo en el escalón superior.
Se mosquearon muchísimo, pero poco a poco el dulce baño debió ir perdiendo su efecto, porque lo de rebotar no volvió a pasar.
La abuela, en cualquier caso, no volvió a romperse nada y poco a poco fueron olvidando el problema. A Alejandro ¡eso sí! nunca, nunca más, le permitieron la entrada en otra fábrica de chicles pero la verdad es que tampoco le importó demasiado.

domingo, 17 de mayo de 2009

UNA SEÑORA DEL MONTÓN

UNA SEÑORA DEL MONTÓN

Marta viajaba con su marido y se sintió enternecida por el hecho de verle a él, casi anciano, tan solo. Hacía, no obstante, las comidas en la mesa del capitán. Sin embargo no pensó ni por un segundo que él fuese un personaje ciertamente ilustre.
Le atrajo su aspecto serio y su aire intelectual. Su pelo blanco, su tez y ojos claros, su avanzada edad inspiraban confianza y se acercó a él. Llevaba en la mano un libro: “La fiesta del Fauno” que sirvió de tema de conversación. ”Demasiado descarnado. Muy fuerte” dijo él y “encima basado en hechos lamentablemente reales” y confesó haber sido incapaz de acabarlo.
Las horas de navegación eran muy placenteras; las verdes costas noruegas, los penetrantes fiordos por los que el barco se deslizaba; las frondosas paredes de riscos interrumpidas a veces por trepidantes caídas de agua. Todo un espectáculo. Una alegría el grito del capitán por los altavoces del barco: ¡“Balena al sinistra”!
Cuando hacían alguna excursión en tierra el anciano se limitaba a algún corto paseo, siempre tranquilo como si emanara paz. No participaba en las visitas a glaciares, ni en nada en lo que hubiese que esforzarse. Dedujo ella que su corazón no andaba sobrado de bríos.
Un día visitaban las Islas Lofoten donde las casas de los antiguos pescadores de bacalao se elevaban, sobre pilares, en el agua misma. Ella al ver que todo el mundo (excepto él) hacía fotos o filmaba, se le acercó llevando su cámara y le dijo amablemente: “¡Ahora te toca a ti!”
El crucero por el Mar del Norte terminó sin que hubiesen tenido otra cosa que breves encuentros. No sabía Marta a que se dedicaba el buen señor, ni habían tenido tiempo de charlar demasiado. Se llamaba Antón Menchaca Careaga. Era afable, culto y muy agradable y ahí se acababa lo que sabía de su nuevo amigo.

A la hora de despedirse ella le pidió la dirección y eso fue todo.

Marta y su marido pasaron después unos días en Santander y volvieron a su casa en Motril.
Ordenó ella los recuerdos, los múltiples: “Today” en los que se desgranaban, día a día, las actividades y excursiones del maravilloso crucero que acababan de disfrutar.
Al ver las fotos de Antón pudo comprobar que no había salido especialmente favorecido. A pesar de todo se quedó con una como recuerdo y las demás se las mandó junto con una carta en la que le contaba como había terminado aquel fantástico mes de agosto.
Ahí empezó todo.
Antón Menchaca resultó ser un hombre de mar por vocación. Por sus estudios en las Escuelas Militares de Cádiz y Marín había llegado a Capitán de Corbeta. Había estudiado también Humanidades en Oxford y Derecho en la Complutense de Madrid.
Pero todo esto Marta lo desconocía y su sorpresa fue mayúscula cuando en respuesta a su humilde carta con unas irrelevantes fotos contestó él con una preciosa y expresiva misiva y con una de sus novelas porque también resultó ser ¡un escritor consagrado! Fundador de “Cuadernos para el Diálogo” y colaborador en el nacimiento del diario “El País”, pero esto todavía era inédito para Marta.
Inocentemente ella le envió (para corresponder) la novela que acababa de leer. “Dios vuelve en una Harley”. En esta novelita Joan Brady presenta a su protagonista: Christine de 37 años, poco atractiva y poco esperanzada de encontrar un hombre, pero Dios vistiendo chupa de cuero y cabalgando una imponente Harley Davidson se presenta en su entorno y con gran sencillez le va dando unas normas de vida que harán de ella una mujer distinta y libre.

Antón leyó el libro no una sino dos veces y le gustó tanto que esto dio lugar a otro tipo de relación entre ellos. Empezó a escribirle y a mandarle, con asiduidad, libros escritos por él mismo. En sus cartas bromeaba con ella y le decía que ella (Marta) era su John (el Dios de la Harley) y que había aparecido en su vida para infundirle ánimos como John a Christine en la novela.
Recibía de él a vuelta de correo poemas, cartas y novelas suyas firmadas y dedicadas con todo cariño ¡No podía creerlo!
Siguieron cuatro años de correspondencia sólo interrumpida por las recaídas de él que vivía ya los últimos cuatro años de su larga vida.
Hablaban por teléfono con frecuencia y llegaron a tener un inolvidable amistad sobre todo para Marta que se sentía muy honrada y que se emocionaba hasta las lágrimas al tener la oportunidad de leer dirigidas a ella (se sentía afortunada) tan interesantes y bien escritas cartas
Él, a su vez, le decía que para él era estimulante y divertido. Seguían las llamadas, las cartas, los envíos de libros. Poco a poco y no precisamente por él fue descubriendo Marta que nacido en 1921, había sido siempre un hombre de talante liberal. En la España de Franco y en 1957 había acabado en Carabanchel, donde se había forjado aún más su personalidad rebelde, habiendo coincidido, como ocurrió, con otros críticos del régimen como Tierno Galván, Joaquín Ruiz Jiménez con los que hizo causa común.
Marta estuvo siempre muy orgullosa de su relación con Antón, guardaba las cartas como un tesoro, junto con los libros y sobre todo se sentía muy satisfecha al ver que él esperaba las suyas con impaciencia y que las valoraba cómo estimulantes y divertidas. El último día que hablaron fue aquel tan triste en que en Nueva York fueron derribadas las Torres Gemelas.
La salud de Antón Menchaca Careaga empezó a sufrir más o menos por entonces un bajón parecido y cayó en picado como los edificios en cuestión.
Lo único que sobrevivió acrecentada fue la antes debilucha autoestima de nuestra señora del montón: MARTA.
No pudo acudir como le hubiese gustado al Homenaje Póstumo que en Bilbao, de donde él era, le organizaron. La família avisó casi de víspera y de Motril a Bilbao, hay algo parecido a “una buena tirada” Le hizo ella su propio homenaje en el recuerdo y no olvidándolo nunca.
. ÁNGELA MAGAÑA.

sábado, 9 de mayo de 2009

TAREA 25: LA FUERZA DEL DESTINO

Tarea 25

LA FUERZA DEL DESTINO
Ajena a la tormenta que se cernía sobre el pueblo, la familia desarrollaba sus tareas cotidianas. El joven padre en la planta baja cuidaba (creía él) sólo de los dos niños mayores y se ocupaba a la vez de la pequeña tienda de comestibles.
El bebé, que era el tercero, dormía en la cuna sin hacerse notar. Lo tiene la madre con ella, pensaba el padre.
En el altillo de la casa la mujer separaba las peras que estaban en su punto de venta, de las muy duras. Tranquila: los niños, abajo con mi marido están bien (pensaba). Un terrible trueno los sacó de su despreocupación. Como solía ocurrir las montañas que rodeaban la pequeña ciudad vertían el agua de lluvia en las calles que como torrentes amenazaban con inundar su vivienda. Siempre lo evitaban poniendo un alto tope de madera encajado en la puerta de entrada.
Esta vez estaban desprevenidos. No había tiempo; sólo coger a los niños y ponerse a salvo en la bohardilla, con la madre que ya estaba allí. El pequeño quedó en la cuna.
Cuando quisieron darse cuenta flotaba en ella como otro Moisés.
Tal fue el susto que no hubo ni reproches ni quejas por los destrozos causados por el agua. Todos a salvo; eso era lo importante.
Todo parecía haber pasado… se tranquilizaban otra vez. Lo que ocurrió después ni había ocurrido antes, ni lo esperaban: Fragor inmenso… ¿Qué ocurría ahora?
Esta vez la presa había estallado. Uno de los muros no había resistido el envite de las aguas descontroladas por una fuerza inconmensurable
Esta vez todo salió inundado, todos perdidos: Los niños ¿Dónde estaban? La casa parecía un gran torbellino. Sola la madre sostenía al más pequeño que había recuperado poco antes de la cuna flotante. En sus brazos el bebé y en su cabeza el miedo intenso que la atenazaba…