domingo, 28 de noviembre de 2010

REFLEXIÓN

REFLEXIÓN

Soledad con sus dos caras:
¡Qué bonita es la soledad del que no está solo! De jovencita cuando se iban todos de casa me sentía feliz con un libro: Salgari, Guillermo… o el que fuese y dos o tres manzanas que me comía despacito mientras leía con avidez. Si el cocodrilo de la novela medía ocho metros, interrumpía lectura y merienda para medir esos ocho metros en el largo pasillo de la casa paterna y me lo imaginaba e impresionaba. Vivía lo que leía.
Incluso ahora: mis lecturas todavía, mis paseos por Madrid que tan bonito me ha parecido siempre, mis ratos míos en que yo soy mi única compañera… disfruto con ello.
¡Qué triste es la soledad del que está solo! Buscar un amigo con el que hablar y no tenerlo; hijos lejos, pareja en la lejanía: ¡Qué tristeza!
Mi conclusión es que debo ser persona afortunada, puesto que mis momentos de soledad no me producen nostalgia. Doy gracias a mis amigos, a mi marido, mi familia, mis hijos y a la vida que permite que no me sienta sola cuando lo estoy.
Angela

viernes, 12 de noviembre de 2010

¡QUÉ VOZ TAN BONITA QUE TENGO!

Cada objeto tiene su propia finalidad. Un ejemplo: el mando a distancia.
Como su nombre indica es algo que se tiene en la habitación donde está la TV para regir los destinos de la llamada (muy bien, por cierto)"Caja Tonta". Este aparatito podría ser muy útil, pero no lo es y ¿por qué no lo es?. La culpa es del apellido: "a distancia"... y es que el mando a distancia (no se si lo habrán notado) está siempre así: "a distancia".
Otro adjetivo, esta vez para el periódico; diario, siempre se ha llamado diario el que compramos cada día (o estaría bien que comprásemos). Me ocurrió en Motril, hace ya años, paseando con mi marido por el puerto; se acercó él a comprar uno de estos informativos, a un puestecillo que había allí en un rincón no muy frecuentado. Lo ví acercarse hojeándolo, parar en seco y volver de nuevo hacia el quiosco. Acudí,yo también. Madre e hija detrás del mostrador. Decía la hija muy enfadada: "¡Mamá!" El periódico, era el del día anterior. "Son todos iguales" dijo la madre, seguramente analfabeta. Y yo pensé iguales los diarios, iguales los días... No andaba tan equivocada, la pobre mujer.
Pasa hasta con los apellidos, pero como los humanos tenemos malicia, cuando no nos convienen los cambiamos (y no como se va a poder hacer ahora: el del padre, el de la madre... ¡NO!) en nuestro fuero interno. Uno que yo me se y que no se quiere dedicar a sus zapatos, se ha autodenominado (pienso yo): "¡Qué bonita voz que tengo!!!" Y con ese nuevo apelativo puede hablar en la TV, u otro medio público y dirigirse al mundo en general y a los españoles, en particular y no tiene que decir nada. Se autoescucha y nos deleita con el placer de oir su linda voz; decir, lo que se dice, decir (tome Vd. redundancia) no dice nada... ¿para qué? Con esa voz tan linda y tan contundente, convincente y que rebosa TALANTE, no hay necesidad de que lo que dice tenga contenido. ES TOTALMENTE INNECESARIO.
ÁNGELA MAGAÑA

martes, 2 de noviembre de 2010

OTOÑO

OTOÑO.

Desapacible el día con aquel viento desagradable. Calor extremo al sol y escalofríos en los lugares desprotegidos. Y yo me sentía así, como el ambiente que reinaba… igual.

El reciente cambio de horario, me había afectado, esta vez. Despertaba temprano y andaba desorientada durante las veinticuatro horas. Me paré a reflexionar el por qué de mi desazón. Una hora de más o de menos no me parecía para tanto.

Cerré los ojos y me vi a mi misma al volante el día anterior. Llevaba a mi nieto Alejandro, nueve años, al colegio. Últimamente había cogido auténtico pavor al coche; me daba miedo, inseguridad y mucho más con el niño allí, bajo mi responsabilidad. Mi sentido de la orientación nunca había sido bueno y aquella mañana no me encontraba bien. Ante un pequeño volantazo que di, el claxon de un camión sonó atronador, muy cercano, amenazador y retumbó dentro de mi pecho.

Los dos nos asustamos: el niño y yo. El crio dijo antes de bajar del coche: "Abuela, me creía que iba a morir" A él se le pasó pronto, en mí, en cambio, la intranquilidad y el miedo se habían quedado atrapados y me producían, sin duda, el malestar que sufría todavía.



¿Por qué echarle la culpa a horario, otoño, calor o viento?

El tiempo pasa rápido, me había hecho mayor y no debía conducir más. Una conclusión única de todo aquello: Se había acabado, para mí, la conducción… Quizá en la feria en los autos de choque y... ni siquiera eso.



ÁNGELA MAGAÑA

viernes, 10 de septiembre de 2010

A LOS "vi-vi-anos"y BIBIANAS

A LOS “vi/vi/anos” y BIBIANAS.

La moda imperiosa es, en el fondo, cateta. Los catetos y catetas que
la siguen con ahínco se ponen pesaditos y lo que es peor: meten la
pata con cierta frecuencia.
Empezaron, hace ya bastante tiempo, los políticos de “allí arriba”
con lo de los vascos y las vascas y lo vemos cada vez con más
frecuencia en cualquier ámbito social. Lo usan las autoridades de
medio pelo, incluso los profesores, preocupados por lo políticament
correcto, (¡pobrecitos míos!) y cualquiera, hoy en día.
A mí me revuelve el estómago hasta el punto de que el tema me ha
levantado de la cama hace un ratito, a las dos de la madrugada.

Procuro distraer mis insomnios con la radio y no con las
preocupaciones que pululan por mi mente desvelada, así es que ha sido
una profesional del uso de la palabra, ¡una locutora! La buena señora,
nada más empezar a hablar, se ha dirigido a sus queridos “oyentes y
oyentas”… y aquí mi ordenador que es más culto que la locutora en
cuestión se obstina en corregirme la “a” de oyentas y tengo que
recurrir al “omitir todas” que “todos/todas” conocemos.

Así pues veo pasar los meses y las mesas y observo que cada vez hay
más miembros y miembras que comenten la misma e ignorante torpeza.
Ahora me volveré a la cama con un libro, no vaya a ser que me asuste
otra vez si escucho la radio ¡Qué pesadilla!

ÁNGELA MAGAÑA

sábado, 21 de agosto de 2010

PASEO SIN FIN

PASEO SIN FIN.

Arrastraba los pies por el agua fresca, en la playa; el levante soplaba con fuerza y traía arena que le hacía cosquillitas por todo, pero a ella le daba igual. Estaba feliz: le gustaba el mar, las olas, el viento, y el sonido de todo ello; disfrutaba sobre todo de haber conseguido un rato de soledad.
No quería recordar nada de su doméstico día a día. El ruido del mar conseguía que olvidase los alaridos de su marido que habitualmente la llenaban de desazón y que eran imposibles de ignorar.
La naturaleza (había leído) crea mecanismos de autodefensa que podían explicar la sorderilla incipiente que ella estaba desarrollando. Lo que más temía era la tendencia a la amargura que la invadía de vez en cuando. Mejor, pensaba, quedarme sorda que convertirme en una auténtica señorita Rottenmayer gruñona, desagradable... y últimamente se veía como tal.
Lo peor es que él no era malvado pero ¡qué magnifica voz tenía! El hecho de no encontrarla en el momento oportuno (para él) y en el lugar requerido (por él) en el acto, le hacía romper en "¡Martas!" sonoros e imperiosos que la hacían temblar al principio, años atrás, y que la seguían irritando y enloqueciendo más y más conforme el tiempo pasaba.
In the begining, el "Marta" iba seguido de otra palabra, por ejemplo: ¡Maaarta, ¡los calzoncillos!!! o ¡Maaarta, el pantalón gris!!! Pero con el tiempo crecía en él la impaciencia y se fortalecía, con la práctica, su magnifica voz de barítono.
Procuró olvidarlo todo y disfrutar, sin más, del paseo orilla mar.
Un grupo de nudistas la hizo notar que se había alejado mucho, pero siguió caminando.
Vio a unos bañistas que gesticulaban y al pasar al lado se dio cuenta de que era una excursión de gente sorda, muda por lo mismo. Un poco apartado un señor de su edad que, caminaba como ella, se había distanciado de sus compañeros. Sin saber por qué lo miró a los ojos y se sintió al instante atraída por él, por el silencio que le rodeaba y por al expresividad de sus ojos y de sus manos.
Empezaron a caminar juntos, hombro con hombro, y ... así siguieron hasta el final de sus vidas. El paseo fue largo y sosegado. No hubo ya más alaridos y a ella se le quitó el complejo de Srta. Rottenmeyer, su sordera no fue a más y colorín colorado…
ÁNGELA MAGAÑA

miércoles, 18 de agosto de 2010

DIARREA MENTAL

SOLEDAD (cuento surrealista)

Era verano y poner un pie en la calle con aquel calor le parecía suicida, la soledad la llenaba y sentía como si fuese un mazo real y macizo que daba golpes taimados en su coronilla, le dolían las sienes. Decidió coger el coche e ir a dar una vuelta por un centro comercial. Era de natural amable y la gente le gustaba, pensó: si me encuentro a alguien conocido puedo llorar de la emoción, pero sabía que allí nadie le diría ni un triste “Buenos Días”
Las rebajas atraían a masas de personas que tocaban mucho los géneros y compraban muy poco. La tensión de su cabeza iba en aumento con el jaleo. Le entró una extraña sensación de aislamiento, mayor aún entre tanta gente. “creo que soy invisible” pensó y al recordar que su marido en casa, sentado frente a la tele, parecía no advertir su presencia se afianzó en su idea… “Me temo que sí ¡soy invisible!”

Era diabética y hacía tiempo que no se escondía para ponerse la inyección de insulina ni para hacerse análisis y es que la idea hacía ya tiempo que rondaba por su mente. Las señoras mayorcitas, como yo, somos invisibles, la gente no nos ve.
Atacó saludando a vecinos y gastando bromitas amistosas a los niños del vecindario. Pero eso era antes, aquel día se sentía sola abatida y menos visible que nunca.

Abandonó pues el centro comercial y volvió a casa. Su hombre seguía sin verla. Empezó a hacer pruebas: Cogió una camiseta roja de un cajón y se la metió en la cabeza, se puso una hoja de lechuga, sujeta a una oreja y empezó a cantar para llamar la atención: ¡Nada! La mirada, de él, seguía fija en Nadal que, dicho sea de paso, estaba haciendo una buena faena.
Cambió de táctica y empezó a hacerle cariñitos al hombre de la casa y entonces ¡SÍ! despertó de su inercia la cogió de la cintura y le dio un beso de tornillo y de película y la “depre” desapareció
¡Bien! Se dijo: “Soy visible y hasta comestible… debo ser” y se dio cuenta que estaba exagerando, ligeramente, con eso de la soledad.
Nosotros los andaluces... exageramos

domingo, 15 de agosto de 2010

CALOR DE HOGAR

Un cuentecito de nada.

Tenía 4 años pero… era el hermano mayor; otros dos le seguían.
Era domingo, llovía, los pañales recién lavados y estirados sobre improvisadas cuerdas de tender llenaban los pasillos; una estufa encendida en un rincón intentaba paliar el frío y combatir tanta humedad. Sólo la abuela se ocupaba de los niños, la tarde era fría en aquella vieja casa.

Ángel a sus 4 años oía de vez en cuando la dichosa frasecita: “tú que eres el mayor…” El chiquitín de la casa dormía en el cochecito. Ángel pensó: “¿tendrá frío? La abuela, ocupada con la niña de 3 años, no se dio cuenta de que el niño empujaba el coche con el bebé dentro para acercarlo a la estufa encendida. Sorteaba como podía los pañales tendidos por el pasillo y consiguió acercar a su hermano a la lumbre.

Los alaridos del bebé alertaron, por fin, a la abuela. El cochecito de plástico se derretía a pasos agigantados y el crío, rojo y sudoroso, chillaba con todas sus fuerzas.
La ayuda llegó a tiempo y la aterrorizada abuela sacó al pequeño de allí sano y salvo. Ángel lloraba también de oír a su hermano.
Susto mayúsculo que hizo que los jóvenes padres maduraran un poco y se dieran cuenta de que los tres niños eran pequeños, incluido el mayor.
Estuvieron a punto de pagar por esta lección un precio demasiado alto. Estaba claro que el ángel de la guarda había hecho un buen trabajo.

sábado, 10 de julio de 2010

CALOR

No caía la nieve ni ululaba el viento… era verano.

La casa dormía, la familia lo intentaba, el calor lo impedía.
Desde su tierna edad, 8 años y desde la cama, Alejandro miraba la luna luminosa y redonda que asomaba a su habitación. La luz disipaba los miedos que solía sentir en la oscuridad, pero recordó, de repente, que las noches así lo eran de hombres lobos y de vampiros deseosos de cuellos tiernecitos, como el suyo. Cogió la sábana que colgaba, hecha un rollito a los pies de la cama, se tapó casi hasta los ojos y procuró pensar en la pelea de pistolas de agua de antes, en la piscina.

Oyó a su abuelo, que se removía en la habitación de al lado y con la percepción que sólo los niños tienen se dio cuenta de que tampoco dormía; pensó, también él siente miedo.

Bajó al suelo y saliendo del cuarto, se tumbó al lado del anciano, como había visto que lo hacían los perros de las películas, en un trocito libre, a los pies de la cama. La mano del abuelo se deslizó hacia el pelo del niño y los temores de ambos desaparecieron.
Como dos almas gemelas durmieron juntos hasta el amanecer y luego… siguieron durmiendo hasta bien entrada la mañana.

El amor es un milagro que todo lo cura… Ángela Magaña

jueves, 3 de junio de 2010

LOCA POR EL TREN

Marta pasaba los veranos en un pueblo de la provincia de Logroño. El viaje era complicado. Se cogía el tren, desde Madrid, en la Estación de Atocha. Allí empezaba la fascinación. Los resoplidos de la máquina, los chorros de humo con carbonilla, de vapor y el ajetreo de gentes que iban y venían. Las parejas que se despedían y se besaban, en aquellos tiempos en que besarse no era algo permitido, Marta abría los ojos ante todo, con asombro. Amaba los trenes; eran la puerta a la aventura y a la fascinación de lo desconocido.
Se apeaban en la estación de Castejón y entonces venía lo peor: en un autobusillo inmundo (el de Perico, "El Gordo"), había que hacer los 8 Km. de curvas que iban hasta Cervera del Río Alhama. Mareo e impaciencia eran las sensaciones dominantes. Una vez allí, todo estupendo: Los abuelos, los primos de su edad y la maravillosa libertad que no tenía en la capital, con sus padres.
Más tarde fue ella la que iba, con su novio, a la estación; unas veces a despedirse de verdad y otras a hacer como que se despedía. Recuerdos dulces, de dulces y siempre escasos besos. Y el tren... como telón de fondo.
Siguió siéndole fiel, pero no les diré a quien... ¿al novio, al tren?
Amor multiplicado más tarde, en coche cama, noches felices. Mil oportunidades placenteras, más o menos cortos los trayectos, pero siempre con una ventanilla que le mostraba paisajes sugerentes y con un libro cuando iba sola.
Con el transcurso del tiempo, lo único que se ha hecho más leve es el tiempo. Los vagones hoy en día no viajan, vuelan, pero la locura de Marta no tiene cura: loca por el tren

domingo, 18 de abril de 2010

"PACONPIQUE"!

“¡Paconpique!”

Andalucía, tan especial.
En la puerta del mercado, en Jerez, un hombre voceando ¡Paconpique! y yo ¡lo entiendo! Un inglés no, no lo entendería, pero yo sí. Soy, ya, más andaluza que otra cosa.
Me veo a mí misma en una de mis clases en el pasado: “señorita: ¿cómo se dice –“aradio”— en inglés? Y en un acto de suicidio didáctico yo, que contesté con muy buen acento, ¡eso sí!, “aradio”
Y es que Andalucía tiene su propio decir, su forma de hablar suya y de nadie más.
Ahora la traducción: “paconpique” ya lo habrán adivinado significa: para comer con picante ¡Está clarísimo! … y lo que había que “picantear” eran los caracoles ¡Caracoles!

domingo, 21 de febrero de 2010

MARTA Y EL CACHIVACHE MARAVILLOSO

Vivir y dejar vivir era una frase tópica, pero a ella le parecía muy aceptable.

Limpiaba lo menos que podía pero de vez en cuando… Decidió un día eliminar lo inservible y empezó por el trastero.
Acabaría para siempre con el: “Lo guardaremos, por si acaso”
No quería cosas inútiles que almacenaban más y más polvo.
Empezó hurgando en las cajas. En la primera que destapó había objetos de metal: un juego de sartenes de juguete, rollos de cable, portalámparas, un tostador viejo, un Buda rechoncho y mil cosas más. Cogió pensativa el buda y distraída con la mirada perdida (como suele ocurrir) le pasó varias veces la bayeta por la barriga y lo dejó resplandeciente. Abstraída decidió:”Todo esto ¡a la basura!” Volvió a meterlo en la caja y cargó con ella hasta el contenedor más cercano. Siguió un momento poniendo orden y pensó “basta por hoy” y se dejó de limpiezas, por aquel día.

Una de las cosas que más molestaba a Marta era lo mucho que protestaba por todo su marido cuando tenía hambre. Molesto, se ponía bastante insoportable y recordaba un poco al cocodrilo Jacala (el vientre que sobre 4 patas anda) del Libro de la Selva de Kipling.
¡Vamos, que se lo comía todo! Después, ya más tranquilo, su humor mejoraba notablemente y todo iba mucho mejor.
Aquel día a la hora de comer sorprendió a Marta al decirle: “He pensado que tengo que moderarme y ahora mismo me pongo a régimen” y comió con moderación dejando en el plato parte de lo que se había servido.
A la hora de ver la TV y para sorpresa de Marta, pasó de largo sobre los infinitos partidos de football y le dijo “Pongo Viajar, que se que te gusta” Marta no salía de su asombro.
Estaba contento y de un humor excelente y esto era lo mejor.
Los detalles de este tipo se sucedieron.
Se empezó a gustar más, cuando se miraba al espejo. Le cundía muchísimo el tiempo y su salud empezó a mejorar un montón. Si sigo así, pensaba Marta, no voy a poder presumir de ser la mujer más dulce del mundo y es que su diabetes también se suavizaba.
Su vista también se hacía más aguda y a veces pensaba ¡Caramba, qué bien veo ahora!
Los múltiples achaques de Marta se iban haciendo más tolerables.
Recapacitó; repasó los movimientos que había hecho aquel día lejano en que todas aquellas maravillas habían empezado y pensó: a ver si va a resultar que limpiar es buenísimo para la salud… y tristemente se dijo: ¡Cielos Santos, qué horror!
Colorín colorado este tonto cuento se ha acabado.

ANGELA MAGAÑA

sábado, 20 de febrero de 2010

UN VERANO EN PUNTA UMBRÍA

UN VERANO EN PUNTA UMBRÍA


Transcurría el verano de 1969. Vivíamos en Huelva capital. Mi madre, deseosa de reunirnos a todos los hermanos, había alquilado un hermoso chalet en la playa, en Punta Umbría. Los niños nuestros y también los de mi amiga Paloma jugaban en la arena, entre pinos. Los mayores, que no éramos entonces “tan mayores”, alargábamos las frescas noches todo lo que podíamos. Charlábamos hasta las tantas y disfrutábamos de estar todos juntos. Nos acostábamos, después, con ganas de descansar y deseando, sobre todo, que nuestros niños no se despertasen.

Los vecinos del chalet de al lado (perfectos desconocidos para nosotros) se reunían, a su vez, en unas juergas ruidosas y mucho más tardías que las nuestras. Por el tono destemplado de sus flamencas voces y sus desgraciadas palmas, ricas en decibelios, se podía apreciar que el vino corría con generosidad.
Nos volvían a poner en solfa y nos tenían bastante hartos.
Lo aguantábamos casi todos pero uno de los miembros de la familia, el marido de mi hermana Divina, como buen francés que era, no soportaba aquellos alaridos y menos que no lo dejasen dormir.
Un día se acercó a pedirles que no armasen tanto jaleo. Borrachos estaban y como tales le contestaron. Lo pusieron a caldo y pudimos oír barbaridades e insultos de gran calibre. Lo más suave que le llamaron fue cabrón, hijo de puta, franchute… y otras cositas lindas ¡no más!
La pelea terminó de la forma más inesperada. Mi cuñado hablaba muy poco español y a sus exabruptos les contestó (enfadadísimo, eso sí) “¡Feos y además de feos cantan mal!”

Nos reímos tanto, todos, que la sangre no llegó al río… y los otros, que tampoco nos conocían, se debieron quedar asombraditos vivos. ÁNGELA MAGAÑA

martes, 26 de enero de 2010

LA CAGAILLA

---------- Forwarded message ----------
From: angela magaña
Date: 26 ene, 22:16
Subject: LA CAGAILLA
To: LiterataMotril


Algunos de nosotros, motrileños, conocemos la anécdota.
Conversaba el Rey Balduino de Bélgica con el alcalde de entonces: D.
Juan Antonio Escribano; supongo yo que pretendía tomarle el pelo. Le
preguntó el nombre original del lugar en el que estaba situada su
finca "Villa Astrida" y al oir la contestación: "La Cagailla" indagó
sobre el significado de aquello. Muy fino el alcalde le contestó:"la
petite défécation" Y se quedó tan ancho el Señor Alcalde.

Al volver a Motril, me lo he encontrado bastante patas arriba,
todavía, por las obras. He observado que muchos pedazos de acera están
ya acabados y también que gozaban casi todos en su superficie de
alguna más o menos "petite" défécation. Resumiendo: que lo de LA
CAGAILLA, por desgracia le va como anillo al dedo.

sábado, 23 de enero de 2010

MÉJICO

Otro viajecito.
No es pesimismo, pero constato con una pereza perniciosa que: los aviones son estrechos, incómodos y que lo normal, hoy en día, es que el vuelo salga con mucho retraso. Horas mil, estuvimos esperando a la vuelta en el aeropuerto, que se sumaron a las once del viaje, propiamente dicho. Me salvó la vida el segundo libro de Milenio que, gracias al destino, no me cupo en la maleta y llenó felizmente mi espera. Cuando lo terminé casi lloro. Me gustó mucho.

Méjico inmenso me pareció, sobre todo, color. Colores por todo y artesanía laboriosa y naïf de lo más pintoresca. Un país muy religioso lleno de imágenes, crucifijos y gente llena de devoción rezando.
Las pirámides, que ellos llaman templos, muy impresionantes y más todavía los relatos de los sacrificios humanos que hacían a sus dioses sanguinarios. Cuando llegaron los otros, los conquistadores, el pueblo creyó que ellos tambien eran dioses rubiotes y peludos. Ni eran dioses, ni eran tampoco especialmente indulgentes.

El pueblo pobre y artesano ofrece sus mil obras coloridas y que despertaron mi admiración por originales y variadas. Tejidos de lana y algodón, piedras labradas, dibujos, maderas trabajadas con pericia y reproducciones de sus diosecillos y máscaras.

Visitamos unos canales recorridos por barcas decoradas en mil colores y llamadas trajineras. Alquilamos una de ellas y en otras viajaban familias como nosotros, bandas de mariachis vendiendo sus canciones bonitas o más artesanos y proveedores de todo. Cada barca con su nombre de mujer y sus adornos vistosísimos.
El folcklore es variadísimo y alegre.

Nadie nos garantizaba la seguridad en la calle. Los hijos, cuando no nos acompañaban, nos tenían medio raptados. Sólo nos dejaban salir solos por algún barrio seguro: Polanco, por ejemplo, donde viven muchos españoles y es que DF tiene 18 millones de habitantes y calles y calles abigarradas que no ofrecen ninguna tranquilidad.

La comida me pareció sabrosa, bien aderezada y preservándose un poco de los picantes muy apetitosa.

Un detalle curioso es que en el metro (me dijeron) tienen distintos vagones para hombres y mujeres, para evitar abusos.

Me encantó su graciosísima forma de hablar.
En el médico por ejemplo: “Desnúdese, déjese no más, la pantaleta” (¡Con lo fea que es la palabra braga!)
Otro ejemplo: Hubo un accidente en el que murió un señor judío, bastante relevante en esa comunidad y en la radio dijeron que D. lo que fuese: “Había muerto de un helicopterazo”. Con lo cual a pesar de lo trágico del asunto, no tiene el oyente español más remedio que sonreír.
Menos gracioso el: "Ahorita mismo" seguido de una prolongada espera.
Para ellos, los mejicanos, el taco es algo que se come y no algo que se dice cuando se está enfadado. No son nada mal hablados en su vida cotidiana y pública. En su casa, tengo entendido que, tambíén sueltan sapos y culebras, de vez en cuando. Llaman "hocicones" a los que hablan como lo hacemos, con cierta frecuencia, nosotros los españoles.

En fin, hicimos además un viajecito interior para conocer un poco más de ese país tan enorme y todo nos pareció muy bonito. Méjico inmenso y variado… Méjico lindo y querido.

Dos versiones de lo que fue el descubrimiento. Hay quien te habla con cariño de España como "Madre Patria" y otros en cambio rememoran el expolio y es entonces cuando nosotros españoles no sabemos donde meternos.
Dan ganas de decir : "Perdone, pero yo no he sido" o ¿... sí, hemos sido?