domingo, 2 de octubre de 2011

OJOS VERDES EN CONSTANTINOPLA

OJOS VERDES.
Llamaban poderosamente la atención; imposible no reparar en ellos, había que esforzarse para no ser maleducado e insistente al mirarlos.
Verdes, luminosos, jóvenes, grandes y expresivos.
También las manos: dedos largos y finos, adornados con vistosos anillos de plata; la piel morena y suave, cuidada y alguna pulsera del mismo metal.
El resto negro, todo negro con un burka que lo cubría todo; todo excepto ojos y manos.
Cuando subimos al autobús, ellos ocupaban la primera fila con lo que todavía resaltaba más el curioso aspecto de la pareja. Él, andaría alrededor de la treintena, guapo, elegante y bien vestido a la moda occidental: pantalón oscuro impecable y bonita camisa de rayas anchas y oscuras, grises y negras. Un par de botones desabrochados con lo que resultaba todavía más atractivo.
Parecían enamorados, una mano de ella descansaba lánguida sobre la pierna de él, que la rozaba discreto con la suya. Se les veía sentados muy, muy juntitos.

El bus siguió recogiendo turistas, como nosotros, en los distintos hoteles para aparcar finalmente en el Puerto de Kábatan donde todos nos dirigimos a coger el barco en el que recorreríamos el Estrecho del Bósforo, en la parte este del legendario Mar de Mármara, entre dos continentes. Allí nos dedicamos a lo típico: admirar la belleza del paisaje, hacer fotos y a bromear con nuestros amigos y compañeros de viaje que nos acompañaban desde España.

No volvimos a verlos hasta la hora de la comida y chocaba cómo ella se ahuecaba ligeramente el velo desde la parte del pecho y comía subiendo el tenedor cuidadosamente hasta su boca, muy atenta a no mostrar para nada parte alguna de su cara.
Angustiaba un poco el verla pero acabó el almuerzo y volvimos a perderlos de vista. La olvidamos.
Siguió la visita y esta vez le tocó al Palacio de Beylerbelyi, ya, en la parte asiática.
Era el primer día y todavía no nos habíamos acostumbrado a tanta Basílica y a tanto lujo y belleza. Nos limitábamos a mirarlo todo con asombro y a disfrutar de la vida.
Volvimos a cruzarnos con ellos. El sol vertical en aquel momento caía a plomo. Él seguía igual, ella bajo unas gafas de sol que protegían su clara mirada, había desaparecido; sólo el burka era visible… y sus manos.
Siguió la excursión. Al día siguiente visitamos unos cuantos sitios esplendorosos: Mezquita Azul, Hipódromo Romano, Bazar de las Especias… aroma a hierbas e invitaciones múltiples a probar los distintos tés: manzana, granada y mil sabores más. Aún no habíamos visitado el Gran Bazar (inmenso, 5.500 tiendas), pero aquel era también interminable. Alfombras, bolsos, chales de cachemir, de seda y en particular, todos los azafranes, semillas, pimientas y aderezos aromáticos y sabrosos del mundo. ¡Ah!... y caviar de cualquier clase que se pudiera imaginar.
Al día siguiente: Basílica de Santa Sofía. Una belleza que rezumaba siglos pasados e historia…
Un par de días más de “callejeo” por Estambul que, en resumidas cuentas, es lo más atractivo de los viajes. Cada rincón una sorpresa y las consabidas compras de regalitos, encargos y recuerdos para los más allegados y fotos a todo y a todos.
Fuimos al Palacio de Topkapi situado entre el Cuerno de Oro y el Mar de Mármara. Aparece en tantas novelas que íbamos dispuestos a dejar volar nuestra imaginación, aprendimos que había sido la residencia del Señor de los señores: Sultán Abdulmecid; el mobiliario excesivo y recargado y… la cama del dignatario (con cabida ¿para cuántas de sus esposas, o las tomaba una por una?). Todo lujo que contrastaba con las placas turcas que a nosotros, occidentales, no nos parecen nada confortables.

Medio escondida detrás de un amigo, me disponía a sacarle una foto a un Jenízaro, con su atuendo típico, (sin darle el consabido euro) cuando apareció por allí ella con su burka, sus ojos verdes y con su marido cerca y quiso el destino (y yo también) que lo que quedara reflejado en mi cámara fuera, precisamente eso ¡su mirada! Con lo que sin que nadie lo advirtiera obtuve una instantánea única de lo que me había llamado la atención desde el principio: aquellos ojos verdes. Los seguí un momento y me pareció observar que ya no iban tan juntos, ni tan acaramelados.
La siguiente etapa fue la capital: Ankara, donde no limitamos a visitar el museo de las civilizaciones de Anatolia y el Mausoleo de Ataturk: “Padre de los turcos” y personaje que tuvo, entre otros, el detalle de sustituir los caracteres árabes, por los occidentales, en la escritura. Con lo cual, a partir de 1938, Turquía se hizo más similar y próxima a nosotros en la forma de escribir.
Seguimos trayecto hacia el suroeste del país a la parte central de Anatolia y protagonizando un gran madrugón sobrevolamos, en globo, al amanecer las famosas “chimeneas de hadas” de Urgup y las de Pasabag con su sombrerito de piedra colocado ahí como resultas de la erosión provocada por el discurrir de las aguas y del viento. Muy emocionante estar allá arriba: sentir el aire, la altura, ver desde debajo la llamarada del gas que nos elevaba con su fuego azul.
Esta parte muy sísmica era muy original por sus refugios subterráneos de múltiples pisos y sus viviendas/cuevas adornadas con antiguos frescos bien conservados, algunos.
Capadocia con sus piscinas blancas, puro sedimento de sales minerales calcaréas y bicarbonatos. Paisaje espectacular y más piscinas, más profundas ahora y con restos de construcciones romanas al fondo. Llenas, eso sí, de turistas, que al tener más tiempo que nosotros, tenían la suerte de poderse dar un baño y disfrutarlas. La última vez que vimos a la extraña pareja fue en el Mausoleo del filósofo Mevläna. Parece ser que este filósofo fue el fundador del sufismo secta islámica que conocemos por los famosos “derviches” que giran y giran entre oración y oración hasta caer en una especie de trance y que conocemos sólo de mentirijillas porque los que nosotros, turistas, vemos (nos dijo el guía) son, simplemente bailarines que giran sin más profundizar en sus creencias.
Los hermosos ojos verdes y su misteriosa dueña, esperaban un poco alejados al marido, dueño o lo que fuese, mientras él oraba recogido ante la cajita con los tres pelos de la barba del profeta.
Pensé yo que, como reliquia, siempre era preferible eso a un dedo, el corazón o al brazo… o cualquier parte del cuerpecito serrano de nuestros Santos ¡Más higiénico, por lo menos…!
Pero a los del burka no los vimos más.



En el resto del recorrido: Éfeso… ¡una maravilla! la casa de la Virgen, que a mí me impresionó y me produjo (para mi sorpresa) un ataque de devoción y recogimiento y ganas de rezar todo lo que me sabía… ¡Nunca se sabe cómo va uno a reaccionar!

El guía nos dio informaciones bastante chocantes: los turcos (por ejemplo) fueron los descubridores de América, lo de ir a la Meca era un problema de dinero y era posible sólo para los ricos o los musulmanes de Arabia Saudita que lo tenían más cerca, pero lo podían sustituir por limosnas en caso de imposibilidad. Si eras persona con un puesto de trabajo, como ellos mismos (guías) podías elegir tu propio mes para cumplir con el Ramadán con el resultado de que los meses preferidos eran los de invierno con menos horas de luz. El nombre de Alá lo repetía él y más gente 99 veces seguidas en todas las acepciones posibles. En fin… informaciones más o menos creíbles o lógicas.
Nos dijo también que les habían comunicado que entre los varios autobuses que llevaban a los turistas, como nosotros, había uno que había sufrido un percance, alguien se les había despistado, pero no nos dio más explicaciones.

El último día bastante agotador: dos aviones con el tiempo muy justo entre ellos: Esmirna/ Estambul y luego Estambul/ Madrid. Yo iba medio dormida y bastante agotada. En mi fila del avión donde (como sardinas en lata) íbamos tres personas miré a mi derecha. Vi unas manos con dedos cuajados de anillos de plata y al levantar la vista me encontré con unos ojos que no había podido olvidar pero esta vez la joven llevaba un atuendo similar al de cualquier europea de su edad… iba sola, parecía preocupadilla pero feliz y llevaba en la mano un libro cuya portada me dejó ver “NO SIN MI HIJA” y me regaló una sonrisa y un comentario:

“¡TODO MÁS FÁCIL SI NO HAY HIJOS POR MEDIO!”