jueves, 27 de febrero de 2014

ATRAPADA. MIEDO

Lunes, 24 de febrero de 2014

OTRO MIEDO. Para taller novela

La culpa  ha sido de ese bicho  de mierda; y  ahora yo aquí atrapada  y sin saber cómo va a acabar esto.  Mi afán de no perderme la puesta de sol y  ahora me temo que voy a tener que soportar muchas como ésta ¡Nunca podré salir de aquí! Iba yo tan bien, con tanto cuidado de pisar como es debido y va y se escurre la piedra de abajo; no la que aguantaba el peso de mi cuerpo, esa estaba sujeta por el matojo de hierba ¡la de abajo! y deja a la vista ¡un alacrán! negro y repugnante y yo sin pensarlo doy un paso atrás, me hago polvo el tobillo y ¡al suelo! Como quien baja por un tobogán pero haciéndome la puñeta. ¡Qué dolor! Y me quedo nada menos que al borde  de la cuevita que hay a media ladera y la laja plana ¡que no me ha matado de milagro! se desliza detrás de mí y  va y se queda como una especie de toldo tapándolo todo y  ahora nadie me ve desde arriba… Aquí acurrucada, no me puedo casi mover con el pie que me temo que se ha roto y está enganchado de mala manera.  Si tiro voy a provocar una avalancha de piedras. No me muevo, más vale.     
No le he dicho a nadie que me volvía caminando a casa, en Motril, con la panzada de comer y beber que se han dado nadie hacía caso de nadie y me he ido.  ¡Andar, andar! El deporte de las narices ¿seré cretina?
Si por lo menos hubiese caído hasta el mar… con lo profundo que es por aquí hubiese podido acercarme nadando hasta detrás del cabo de Sacratif: a la playa de Torrenueva o a la de Carchuna por el otro lado, que casi está más cerca. ¡Mal, mal! No tengo escapatoria.
Llevo aquí más de dos hora ¡Qué frío y qué dolor. Vaya desastre! Es casi noche prieta, veo en el mar las barcas que han salido a faenar, atraen al calamar con luces deslumbrantes para mí, pero ellos no me ven tampoco. Yo estoy en la oscuridad. Sólo falta que haya por aquí algún otro escorpión de esos asquerosos… y que me pique. Con la suerte que tengo. Voy a rezar a ver si hay suerte pero sacarme de aquí va a ser difícil hasta para el Todopoderoso ¡Qué horror… no puedo más!
Una barca se acerca a faenar justo debajo,  el canchal éste cae tan a plomo sobre el mar...  ¿Y si les alcanzase a pedradas? Lo único que tengo a mano son piedras. Voz ya no me queda y fuerzas: pocas. Lanzo una, lanzo otra y ¡Bendito sea Dios! oigo un juramento (un "cagüentusmuertos") que me suena a música celestial. Casi desnuco a un pescador pero  han mirado hacia mí, dirigen hacia mí uno de los potentes focos  y sacando fuerzas de flaqueza lanzó un desgarrador ¡SOCORRO! 
Me han visto. Oigo un: “Tranquila, espere, ya vamos”
Me desmayo.


Ángela Magaña

viernes, 14 de febrero de 2014

EJERCICIO ANTERIOR CONTADO POR EL ACCIDENTADO



 EJERCICIO PARA EL   17/2/ 2014
Otro punto de vista: El accidentado.

Sigo pedaleando, uno, dos, uno, dos...   ahora es cuesta arriba; disfruto  del paseo, soy el último o casi, pero no me importa, voy con mis amigos, relajado; estamos llegando…  ¿Qué pasa? Alguien grita, me giro a mirar; el alarido es de alguien que nos jalea, tropiezo con mi compañero, nos caemos, mi pierna se engancha con la rueda de mi bici, alguien más se cae y ante su empujón mi pierna cruje, mi hueso: ¡roto! siento un horrible dolor, no puedo soportarlo… ¡Mi pierna! ¡DIOS!
¡Socorro! Necesito ayuda. Pero ¡NO! OTRO GOLPE ¡Mi cabeza! Y ahora alguien me pasa la mano por debajo de la cabeza. Me desangro pero duele menos… Noto la sangre que sale, caliente. Frente a mí una cara asustada, miró sus ojos, intento suplicar aunque no se bien qué, las palabras no salen de mi boca. Duele pero siento que me desvanezco… El dolor va a menos, la cara enfrente de mí se difumina. Los ruidos y voces a mi alrededor se hacen más tibios pero en medio de todo me parece oír el zumbar de una sirena. Me parece un moscardón;  intento sonreír. Es inútil… Me parece que me han puesto una inyección, creo que me han tumbado en una camilla. Ya no siento nada más. ¡Descanso!  
Ángela Magaña.

jueves, 6 de febrero de 2014

MALHADADO BOCAZAS








La bajada al Puerto, atravesaba la vega de Motril.  Al Este la Iglesia del Cerro emergía sobre la vega plena de  aguacates y chirimoyos de hojas tupidas y carnosas que bordeaba  la carretera. Al otro lado por el Oeste: la caña de azúcar que se extendía hasta Salobreña con su hermoso castillo árabe en la cumbre. Al sur la playa: el Mediterráneo y al norte las cumbres de Sierra Nevada agresivamente blancas, resplandecientes. 

Pedro había decidido bajar al mar y descansar así,  un rato, de sus estudios.  Se cruzó con un nutrido grupo de ciclistas que pedaleaba con entusiasmo para subir el tramo final de vuelta  a  Motril.

Por la acera contraria un señor gordo y coloradote  se paró a mirar a los ciclistas.  Imprudente  lanzó un: “¡hala, y  hala!!!” con voz potente y con tanta fuerza que interrumpió el pedaleo de un par de ciclistas que al volverse a mirarlo trastabillaron el uno con el otro cayéndose ellos y tirando a tres o cuatro de los demás. 

 Pedro iba tranquilo hacia abajo mientras escuchaba música con unos auriculares e inesperadamente se topó con el batiburrillo de bicicletas y ciclistas caídos muy cerca de él, en la carretera.
 Súbitamente un  coche que venía bordeando a los deportistas, arremetió contra el muchacho caído al suelo y que presentaba,  de entrada y como resultado de la caída, una pierna  doblada en  imposible  ángulo  por debajo de la rodilla enganchada en el pedal de su bici. 

Siguió a esto una gran confusión. Lamentos de los accidentados y ajetreo entre la gente que acudió arremolinándose por allí y que no sabía muy bien qué hacer. El conductor del coche salió despavorido y al ver lo que había hecho se apoyó en su coche con las dos manos y empezó a darse cabezazos contra el capó, hecho polvo e  histérico.  Pedro sumergido en aquella  pesadilla actuó más o menos mecánicamente y se preocupó sólo de aquel joven que se había precipitado al suelo a sus pies.

Una de las muchas personas que habían acudido debió haber llamado al 112  porque pronto se oyó el ruido de una sirena y una vez la ambulancia aparcada  dos enfermeros  y un médico se hicieron cargo de la situación.
La Policía también se había presentado allí con rapidez y empezaron a hacer preguntas y a intentar ayudar.

       Cuando se llevaron a los heridos y los mirones empezaron a marcharse Pedro se acercó a un  balate de riego que corría cerca y mientras  se lavaba las manos, atónito todavía, y  la sangre se extendía por el agua no dejaba de preguntarse cómo había ocurrido aquello…  tan inesperadamente. Se veía a sí mismo en medio de aquel tumulto  tratando de incorporar al muchacho atropellado; le había pasado  por debajo de la cabeza la mano y notó que ésta se llenaba de sangre que escurría después al suelo formando un charco. En la cara del accidentado no había ni un rasguño pero los ojos espantados del chico se le habían quedado a él grabados  en la retina. El pobre chaval balbuceaba e intentaba decir algo.  Otro herido, al lado, se quejaba y pedía socorro exasperado, pero Pedro se había concentrado en el que yacía a sus pies que le agarraba con crispación la otra mano. 
Al recordarlo minutos después, además de lástima por aquel chico que más o menos tenía la misma edad que él, Pedro pensaba en lo efímeras que son  salud e integridad física. A él también podría haberlo alcanzado el coche, que al frenar bruscamente  se había desviado y arroyado a los ciclistas.

El  hombre que había causado el accidente con aquel alarido, subía la cuesta de regreso a casa. Pedro vio que en su cara había una mueca de estupidez, una especie de sonrisa mema y recordó un dicho que antes le parecía  intrascendente:

“¡Temed más al bobo que al malvado!”