OTOÑO.
Desapacible el día con aquel viento desagradable. Calor extremo al sol y escalofríos en los lugares desprotegidos. Y yo me sentía así, como el ambiente que reinaba… igual.
El reciente cambio de horario, me había afectado, esta vez. Despertaba temprano y andaba desorientada durante las veinticuatro horas. Me paré a reflexionar el por qué de mi desazón. Una hora de más o de menos no me parecía para tanto.
Cerré los ojos y me vi a mi misma al volante el día anterior. Llevaba a mi nieto Alejandro, nueve años, al colegio. Últimamente había cogido auténtico pavor al coche; me daba miedo, inseguridad y mucho más con el niño allí, bajo mi responsabilidad. Mi sentido de la orientación nunca había sido bueno y aquella mañana no me encontraba bien. Ante un pequeño volantazo que di, el claxon de un camión sonó atronador, muy cercano, amenazador y retumbó dentro de mi pecho.
Los dos nos asustamos: el niño y yo. El crio dijo antes de bajar del coche: "Abuela, me creía que iba a morir" A él se le pasó pronto, en mí, en cambio, la intranquilidad y el miedo se habían quedado atrapados y me producían, sin duda, el malestar que sufría todavía.
¿Por qué echarle la culpa a horario, otoño, calor o viento?
El tiempo pasa rápido, me había hecho mayor y no debía conducir más. Una conclusión única de todo aquello: Se había acabado, para mí, la conducción… Quizá en la feria en los autos de choque y... ni siquiera eso.
ÁNGELA MAGAÑA
martes, 2 de noviembre de 2010
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hola Angela.
ResponderEliminar-----------
Una decisión muy acertada que expresan una gran madurez.
Ojalá todos supiéramos
pararnos a pensar de vez en vez.
Para así encauzar nuestros pasos
al ritmo de la sesatez.
saludos