sábado, 13 de junio de 2009

CRUCERO POR EL MEDITERRÁNEO

CRUCERO POR EL MEDITERRÁNEO

Aunque su subconsciente pretendía que ella no lo viese, en el suelo había algo medio escondido entre dos de los sillones y las espesas cortinas.

Por lo demás en la pequeña biblioteca decorada al más puro estilo inglés y marinero todo seguía igual. En las paredes varios cuadros todos relacionados con el mar o con alguna batalla naval, Trafalgar especialmente: un retrato de Nelson, otro de Churruca. El Victory en plena contienda. Otro navío: El Redoutable enzarzado a muerte con El Temerario, una marina y alguna carta antigua de navegación. En el techo una discreta araña daba una luz tamizada. Para la lectura, antiguos candelabros enmascaraban desde su clasicismo una iluminación más potente y moderna.

Un tresillo y unos cuantos sofás Chester color oliva; una pequeña mesita baja de caoba, con un tablero de ajedrez con las fichas dispuestas para el juego y unas cómodas butacas contribuían a hacer el ambiente acogedor. Sobre otro pequeño aparador alargado, un hermoso globo terráqueo muy consultado por los sucesivos y renovados navegantes.
Las ventanas protegidas por gruesas cortinas verdes a juego con la tapicería de los asientos.

Ella soñadora y muy joven, pensaba que su vida era bastante prosaica. Muchas obligaciones y responsabilidades, no compartidas, para con unos hijos pequeños y normalmente revoltosos. Su pareja cargaba también con lo suyo: un trabajo duro y crispante, de muchas horas y pocas satisfacciones. Vivían en Motril una bonita ciudad a Orillas del Mediterráneo.

Los niños iban creciendo y les ataban, ya, menos; los dos trabajaban y la vida empezaba a no ser tan dura. Vieron anunciado en el periódico, un crucero de una semana a un precio muy asequible que tenía Málaga como punto de inicio y decidieron ir a por él. Una vez en la agencia descubrieron que el precio ofrecido era por montarse en el barco… o poco más. Aparte había que pagar un montón de cosas imprescindibles: bebidas, ducha, excursiones, todo… No les importó; lo aceptaron.

El crucero partía de Málaga, irían a Génova y una vez allí, y ya en autobús a Roma, Pisa, Siena y a Florencia, donde pasarían la Noche Vieja. Todo ello en una semanita de ocho cortos días con sus siete noches correspondientes. Ilusionados a tope, se embarcaron dispuestos a disfrutar de lo lindo. Tenía ella poco más de treinta preciosos años, pero llevaba tanto tiempo criando hijos que no era consciente de lo joven que era. Marta y Juan se llamaban, se gustaban, se querían y todo transcurría bastante bien entre ellos, excepto que a él se le olvidaba manifestar su cariño y su admiración. Ella empezaba a sentirse insegura. Una vez en el barco ocuparon su diminuto camarote que les pareció perfecto y se sintieron afortunados. Salieron a curiosear y se encontraron con un montón de gente conocida. Aquello empezaba de la mejor manera. En ese mundo de diversión, rodeada de comodidades y con un mar inmenso alrededor, la transformación fue radical. Fue como una explosión en ella: de sensualidad y de alegría. Se sintió, por primera vez en mucho tiempo, joven, guapa y atractiva. Bailó con hombres que se fingían enamorados de ella, de su talle, de sus ojos y que le susurraban al oído las canciones que la orquesta interpretaba. Luego era con Juan con quien brillaba.

Le gustó sentirse deseada y atisbó como por una rendijita de la vida, un mundo de sonrisas, aventura y diversión. Muy distinto de su realidad.
El viaje era corto, corto el tiempo y tan agradable que volaba rápido… se escapaba. Dos noches de navegación y llegaron a Génova, donde desembarcaron.

Maravillosas las ciudades que visitaron, pero se dieron cuenta de que cualquiera de ellas hubiese necesitado mucho más tiempo del que entonces tenían. En algunos sitios tomaron decisiones drásticas: a la Capilla Sixtina, por ejemplo, decidieron sacrificarle las dos o tres horas dedicadas al Museo Vaticano y se extasiaron mirando sus techos y paredes. De Pisa vieron lo que todo el mundo conoce y desde lo alto de la Torre Inclinada constataron que había preciosos palacios e iglesias, que en aquella ocasión, al menos, tampoco conocerían.
Por Roma callejearon y alucinaron con lo que vieron y con lo que vislumbraron, como en un relámpago. Siena, con su Gran Plaza Medieval, no les dejó tanta sensación de impotencia. En Florencia fue peor: ¡una única noche en Florencia! Pudieron admirar únicamente un David de una belleza inconmensurable, y dejándose allí el corazón se juraron volver.

Cayó la noche, la de Año Viejo, y sólo les quedaba ya la cena y el inevitable cotillón con gorritos y matasuegras. A la mañana siguiente, de vuelta en el autobús, al barco. Tenían todavía ante ellos dos noches de barco y un día de navegación. Todo estaba siendo como un sueño fugaz. En los viajes las gentes dejan salir lo positivo de su carácter. Todo el mundo liberado por unos días de trabajo, rutina y preocupaciones, suele mostrarse agradable, ingenioso, divertido y estupendo. Cuando querían pasar solos, ellos dos, algún momento o comentar algo en privado, se refugiaban en una pequeña y confortable biblioteca, que estaba en el piso superior y donde nunca coincidían con nadie más. Había renacido, entre ellos, todo el amor y complicidad de los albores de su relación.

El tiempo empezó a ponerse amenazador, pero la diversión no cejó por eso. Había que cruzar el siempre agitado Golfo de León. Seguían los bailes en los distintos salones y pocos eran los mareados o asustados. Algunas escondían su ansiedad bajo risas y bromas. De repente, sonó la campana de avisos y convocaron a los viajeros en la cubierta para hacer un ensayo de salvamento. Hubo quien empezó a manifestar su, hasta entonces, disimulado miedo.

Marta y Juan reaccionaron de distinta manera. A ella le dio por reír cuando una amiga le hizo jurar que la “achucharía” si había que saltar, temía no ser capaz de hacerlo por sí misma. Juan se fue al camarote y se quedó dormido y Marta se quedó con los demás observando los acontecimientos y pasándolo muy bien. Las cosas se pusieron más tensas cuando uno de los del grupo que escuchaba una pequeña y potente radio que tenía, oyó en las noticias que un carguero acababa de zozobrar en el Golfo de León, el mismo que ellos atravesaban. Pasaron unas horas y Marta decidió intentar descansar y se fue también al camarote. Juan dormía como un bendito y ella se acostó bastante tranquila por el momento. Estaba ya dormida cuando se oyó un gran estruendo y luego una sirena amenazadora. Unos y otros salieron disparados a los pasillos. El mar se movía cada vez más. No podían casi mantenerse en pie. Marta empezó a preocuparse por no haber prestado atención cuando les dijeron donde instalarse en caso de naufragio.

Otra vez, la campana de avisos, ahora tranquilizando a la gente: con el vaivén, una máquina de juegos había caído causando un gran estrépito y la consabida alarma. Marta regresó a la cama, Juan no estaba. Ya volverá, pensó ella.

¡La calma al fin! La tormenta había pasado y el barco volvió a su avance sosegado y regular… Las cuatro de la madrugada, las cinco, las seis… Se acercaba el momento de desembarcar. Juan seguía sin dejarse ver. Maletas preparadas, todo listo… Juan no aparecía, seguía sin aparecer. Dio Marta la voz de alarma. En un gran despliegue se organizó una búsqueda minuciosa.

Desde la cubierta del barco pudieron ver Carchuna, Torrenueva y las costas de Motril. Marta, al reconocer el puerto, pensó en la vida que siempre había compartido con su marido en ese Motril tan querido, y se angustió más todavía. Llegaban a Málaga.

Desconcierto, preocupación, terror. La policía embarcó y milímetro a milímetro, todo, o casi todo, fue inspeccionado.
Recordando los momentos pasados con Juan en la biblioteca, y desesperada, Marta se dirigió hacia allí, hundida.
Nada había cambiado, todo parecía igual, pero en el suelo, sobre la alfombra, entre dos butacas y medio oculto por las pesadas cortinas uno de sus pies asomaba. Se acercó, retiró todo y lo vio allí tendido con un gran golpe en la cabeza. Supo al momento que nunca volverían a Roma, ni a Florencia, ni a ningún sitio de los que habían soñado.
Breve y último viaje el que habían emprendido juntos, con tanta alegría.

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