sábado, 10 de mayo de 2008

SEISCIENTAS CINCUENTA PESETAS

Recuerdo que aquel fue mi primer trabajo.
Tenía yo quince años y estaba en el colegio. Mi clase estaba en el tercer piso y olía a tiza y también a ollín, añadido a ese olor inconfundible de una clase abarrotada de jóvenes adolescentes. Llevábamos uniformes que diluían, un poco, nuestra individualidad y en los que nos sentíamos cómodas. Nuestros recreos transcurrían en la terraza de un edificio en pleno centro de Madrid, por lo cual y debido al humo de las chimeneas, los calcetines, blancos al salir de casa, viraban rápidamente al color de la ciudad, el gris.
Aquel día la monja, vino hacia mí y me preguntó si me gustaría dar unas clases, después del colegio. Lo de ganarme unas perras, me pareció una idea fabulosa y así cada día, cuando yo acababa, me dirigía a la Plaza del Ángel, donde ayudaba a dos hermanas, un poco más crías que yo, a hacer los deberes.
Un mes transcurrió y cobré, mi maravilloso primer sueldo. Seiscientas cincuenta pesetas, no lo olvidaré. Increíblemente y aunque era una auténtica niña, yo, tenía novio. Mi estado amoroso era grave, severo y mis compañeras, amigas, familia y monjas lo sabían. Era evidente, el amor se me salía por las orejas. Cogí pues ese primer sueldo de mi vida y me fui a una tienda carísima y prohibitiva del centro a comprar un regalo para mi novio. Uno de los dos que le hice. Una pitillera por un lado y por otro las obras completas de GARCÍA LORCA.
Mi ilusión no tenía límite y la compensación que obtuve tampoco. Allí aprendió ÉL a decirme eso de: DEL BESO QUE A TU RISA LE PREPARO, SE TE VA A DERRAMAR LO MENOS MEDIO.

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