jueves, 15 de mayo de 2008

PREMIADO. NAJA, NAJA. LA COBRA. XIV CERTAMEN MOTRIL. 2º PREMIO

Lo vi por primera vez a orillas del Nilo, en un pueblo que se llamaba Edfu. Estaba un poco apartado de los puestos de collares, foulards y artículos de mil clases distintas. Solo un poco apartado, porque el abigarramiento imperaba y no permitía grandes distancias. Vio que me acercaba preparando la máquina de fotos y me miró inquisitivo. Al ver una moneda en mi mano su recelo desapareció y asumió su papel de encantador de serpientes y, esgrimiendo su flauta de bambú, empezó a entonar una suave melopea. Se irguió la cobra y mirando a su amo empezó a balancearse al ritmo de la música. Dicen que este sonido es similar al que emite la hembra y que (¡Oh, el amor!) es a ella a quien buscan.
Llegué al barco que nos esperaba atracado allí cerca y, como solíamos hacer, enseñé las fotos a mis compañeros de viaje. El guía también las vio. El había nacido cerca de allí, con lo cual, para él, el hombrecillo de la foto, no era una leyenda como para mí, sino un vecino más que vivía, de eso, de asombrar a los demás con su dominio de las cobras.
Le tiré un poco de la lengua y fue dándome detalles que me interesaban.
Se trataba parece ser, de una tradición, de algo aprendido por algún abuelo de su
abuelo, algo parecido a un brahmán y que había ido pasando de padre a hijo hasta
Kamal, nuestro hombre, que guardaba celosamente su misterioso secreto.
El veneno de las cobras, según me contó Ahmed, nuestro guía, es una neurotoxina que
corroe los tejidos de tal forma que su mordedura resultaba mortal hasta hace
relativamente pocos años en que los científicos descubrieron un antídoto que hizo que
las muertes causadas por las letales mordeduras disminuyeran considerablemente.
Dos mundos opuestos estaban allí, al alcance de mi mano.


El guía Ahmed era un hombre culto, egiptólogo decía él y como tal explicaba con precisión los detalles de tumbas, templos, pirámides, museos y monumentos con sus
relieves representativos de sus faraones-dioses, en tránsito después de esta vida, hacia otro renacer. Les esperaba, después, un mundo casi igual al que dejaban, pero, en el que ya la muerte no existía. En este viaje debían llevar todo lo que en su nueva vida iban a necesitar: alimentos, ropas, joyas, perfumes y enseres, sin olvidar las barcas para surcar los ríos que a la nueva vida les conducirían. Algunos bajorrelieves conservaban incluso el color y no podía uno menos que pensar qué habría sido aquello cuatro mil años antes, en pleno esplendor.
Los jeroglíficos, que cubrían las paredes de los sarcófagos y cámaras mortuorias, encerraban la historia de los faraones y de sus familias constituidas en triadas como la de Horus, Isis madre y su hijo Osiris. Todo aquello y mucho más, resultó absolutamente imposible de descifrar hasta el relativamente reciente descubrimiento de la pieza clave de la Egiptología: LA PIEDRA ROSETTA que, al mostrar una inscripción trilingüe, permitió a un estudioso francés: J. F. Champollion, desvelar los caracteres de la escritura egipcia y con ello mostrar cómo vivían y descubrir un mundo verdaderamente asombroso.
Kamal, nuestro hombrecillo, había sido instruido por su padre, no sabemos cómo. Lo que sí sabemos es que su primer hijo, su primogénito y él más querido murió a la edad de ocho años y que nunca se supo muy bien por qué.
Nuestro guía nos contó que corrían rumores del por qué de semejante desgracia. Según él, a los futuros seguidores de la tradición se les inyectaba una pequeña cantidad del veneno del reptil, para así inmunizarlos. Se hacía esto cuando eran niños, pero en aquella ocasión la cantidad no debió ser la adecuada o quizá eligieron un mal momento y las cosas se complicaron provocando una muerte innecesaria. El concepto de la muerte es distinto en Oriente, pero éste era el único hijo varón y la aceptación del hecho fue digna de cualquier familia occidental: fatal y trágica.
Poco amigo de dar explicaciones, Kamal no admitía preguntas: "Las serpientes me respetan ", decía sin más.
Habíamos entablado, ya, una cierta amistad con Ahmed, que hablaba castellano casi perfectamente y estaba familiarizado con nuestra forma de vivir, tan diferente a la suya. Afectado por la poliomielitis de niño, sufría una cojera que le dificultaba la marcha y tenía una mano inutilizada casi por completo y aunque nunca se quejaba, un gesto de dolor se le escapaba de vez en cuando. Era un hombre joven, unos 38 años, y su vida debía ser el paradigma de lo que era su país: una mezcolanza curiosa. Compartía su casa con los casi cuarenta miembros de su familia y a pesar de ser el suyo, un país en el que la mujer está relegada a un ámbito de inferioridad, ellos constituían un auténtico matriarcado en el que su madre lo organizaba y dirigía todo. Él estaba casado y esperaba ya su cuarto hijo, pero su mujer se limitaba a seguir los mandatos de la madre de él y los de su marido.
Un día nos llevó en un barquito de vela triangular, una faluca, a visitar una aldea nubia, situada a orillas del Nilo en una de las islas que se llaman Elefantinas. Nos había hablado del porte altivo y elegante de aquellas gentes de sonrisa amable. Era una población constituida por artesanos, auténticos artistas que vendían virguerías, hechas por ellos mismos.
Los niños eran verdaderamente agraciados y cautivadores. Una niña que se llamaba Sara, me medio adoptó y me seguía a todas partes. Le acaricié la carita sonriente y le dije: "Sara, guapa" y más lista que el hambre me contestó: "Tú, guapa", con lo cual, yo que soy abuela y por lo tanto facilona para los críos, quedé totalmente subyugada. Puso en mi mano una muñeca tan graciosa como ella, de las que hacían con los materiales de que allí disponían. Me pidió algo para su mamá: una barra de labios, ya que era algo que les parecía irresistible. Un bolígrafo, un caramelo o algún euro era una pequeña fortuna para ellos, pero no daban la impresión de ser gente desgraciada en absoluto.
Vimos también su pequeña escuela y se divirtieron mucho cuando el maestro nos hizo escribir nuestros nombres en su lengua en la pizarra y también los números. Vivían también de los camellos, con gran esfuerzo conseguí encaramarme a uno de ellos. ¡Qué miedo, qué alto estaba aquello! Iban bordeando un sendero sobre el río, en el que en ciertos momentos creímos todos que aterrizaríamos de mala manera...Pues no, no nos pasó nada y resultó ser muy estimulante, especialmente para Ahmed que, desde la barca en el río navegaba plácidamente, muerto de risa al ver los apuros que pasábamos y el miedo que teníamos.
Volviendo a Kamal y sus serpientes, supimos también que la muerte de su hijo contribuía a la inevitable desaparición de ese legendario ser que es el encantador. En 1972 una ley había prohibido tener serpientes como animales "domésticos" y cuando la policía encontraba a alguno con su flauta y su cobra, no era raro que le confiscasen el animal que era su medio de vida, sin darle a cambio un trozo de tierra o enseñarle algún otro oficio, con el que pudiera subsistir. Por eso nos dijeron, los pocos que quedaban, nunca estaban frente a monumentos o lugares principales.
Quedaban, pues, relegados a limpiadores de granjas o de terrenos que liberaban de reptiles a cambio de unas pocas libras egipcias.
Distinta la imagen real a la que yo tenía en mente de esos hombres, dignos personajes de una novela de Rudyard Kipling.

1 comentario:

  1. Ángela enhorabuena, te lo mereces eres muy trabajadora y lo haces muy bien.

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Me gusta que me sigáis
, así es que gracias por vuestros comentarios amigos.