jueves, 15 de noviembre de 2007

SINGULAR VIENTO DE NAVIDAD

Era un pueblo, el mío por adopción porque lo adoraba, el de mi padre y mis abuelos, porque si, porque lo era. Se llamaba CERVERA del RÍO ALHAMA. Estaba rodeado de montañas e inmerso en un valle verde y rico en frutas con el sabor distinto de la niñez. La gente vivía del campo y de “la alpargata”. Los alpargateros instalados en las calles en sus bancos de madera, trabajaban y nos hacían reír a todos con sus charlas y sus bromas, pero eso era en verano y mi cuento... es de Navidad. El clima duro y la vida difícil hacían de los cerveranos gentes muy especiales, alejadas del aplatanamiento propio de lugares más cálidos. Cualquier acontecimiento como las fiestas del lugar o los actos religiosos se vivían con gran intensidad y con la participación de todos y cada uno de sus habitantes. Había mucha afición a cantar y ¡Qué voces tan bonitas! Los hombres, de madrugada, cantaban por las calles “Las Mañanitas” y aunque fuesen las seis de la mañana sonaban a cánticos celestiales y el madrugón, se daba por bien empleado. Pero esto era en verano y éste... sigue siendo un cuento de Navidad. No hay mejor “sonido”, en mi recuerdo que el de la nieve cuyo silencio y paz casi se oían en las calles y otra vez el de los coros en la Iglesia con esas voces graves que tanto impresionan.Las costumbres pintorescas, tampoco se me olvidan. Las gentes eran verdaderamente ingeniosas y las tertulias allí eran un placer. Teníamos un amigo, José Luís, que atravesaba una racha de misticismo por aquel entonces. Nos contaba, años más tarde, que estando él solo, en la iglesia vacía, reflexionaba, rezaba o lo que fuese sentado en un rincón, cuando entró un grupo de mujeres, de las típicas “ratoncillos de iglesia”. Entraron decididamente, en la capilla donde estaba la Virgen y dadas las fechas que se acercaban, solícitamente empezaron a arreglarla. El cuerpo de la imagen era simplemente un armazón de cañas, pero ellas púdicamente la rodeaban para protegerla de posibles miradas indiscretas. Cuando les pareció que ya estaba lista, vestida, pintada y bien guapa (pensaban ellas) y creyéndose solas, una a una se hacía abrazar por Ella, para lo cual las otras articulaban los brazos alrededor de la afortunada de turno, con el consabido crujido del armazón de la cariñosa Madre. Las mujeres después ¡Tan contentas! Claro.
Pasaron unos años, no muchos y este mismo observador silencioso, encontró la muerte, mientras paseaba por El Retiro, en Madrid, donde transcurría entonces su vida o lo que quedaba de ella. Alguien se acercó a pedirle un cigarrillo. No tenía ya que él, no fumaba y simplemente ¡Lo mataron!. Así por las malas y sin más discusión. Todos lo recordamos porque era majísimo y porque aquello: ¡fue tan injusto! Mingote en ABC hizo el consabido chiste macabro de que “No fumar, después de todo, no es tan sano” En fin… Otra costumbre del pueblo, que venía de lejos, era sacar al Niño Jesús de su capilla y llevarlo “de visita” a las casas donde había enfermos. Mi abuela (uno de ellos) a pesar de su enfermedad no perdía su alegría y recibía también a otros niños, que eran obsequiados con dulces y turrones. Nos juntábamos diez primos en la casa y algunos participábamos de la fiesta. Recuerdo cómo, a mi abuela se le saltaban las lágrimas de risa con las cosas de los unos y de los otros. Los villancicos resonaban también en el pueblo, pero el acompañamiento lo hacía un hombre que llevaba una especie de collar que parecía o era (no lo recuerdo bien) de huesos, que hacía sonar con otro que llevaba en la mano. En la Iglesia de Santa Ana, la del "Barrio de Arriba”, se preparaba con gran solemnidad la Misa del Gallo. La espiritualidad de la gente era profunda y la vivían con recogimiento y devoción. Uno de mis primos se había pasado con los turrones y sus tripas empezaron a hacerse notar en plena ceremonia.
La gente cantaba. La “Consagración” se acercaba. Sonó la campanilla que la anunciaba y un silencio emocionado lo llenó todo. Ese Magaña, que era mi primo, sufría. Miró a su alrededor: Allí estaba la gente más respetable, la más ilustre: el médico, Doña Ester (su mujer), mi abuelo, Luís “el Contente” (su mujer cortaba su labia excesiva a la voz de “Contente, Luís Contente”). Todos allí, PRESENTES. ¿Qué podía él hacer ante aquello que se removía por su barriga?... ¡Lo tenía! Apretaría fuertemente el culo contra la madera del asiento para atenuar y “lo que Dios quiera” pensó asustado”…. ¡Que ruido! ¡Que magnífica resonancia, mantenida, duradera y vibrante! Y después otra vez, el silencio, más profundo todavía. Aquella SONADA Navidad pasó, como cualquier otra. Igual pero distinta. De las de antes, con un Niño Jesús que predicar, no predicaba, porque era un bebé y solo sabía decir “gugu- tata”, como los demás bebés, pero que cuando fue creciendo estaba del lado de los pescadores y que además cuando fue mayor el primer Milagro que hizo fue convertir el agua en vino, en una boda; lo cual más que un milagro fue ¡UN DETALLAZO! Aquel Niño y aquellas navidades de antes, sin bengalas, bolitas de colores y pamplinas que maldita la falta que nos hacen a nadie, nos traen en cambio el recuerdo de la convivencia, las reuniones familiares, las comidas y los regalitos más humildes y más apreciados que los de ahora.En cualquier caso, la Navidad Ángela Magañaahora, es distinta y así hay que vivirla y ya que hemos hablado de vino, podríamos, pienso yo, acabar este cuento brindando.
Con un buen vinillo y como este cuento es de un pueblo riojano, pues: “¡QUE SEA RIOJA. POR FAVOR!” ¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!

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