sábado, 10 de noviembre de 2007

El Peligro de las Fajas de Cuello Alto.

EL PELIGRO DE LAS FAJAS DE CUELLO ALTO. Érase una vez, una tienda de un pueblo, ni muy grande, ni muy chico. La gente no tenía allí el nerviosismo ni las prisas de las grandes capitales, por eso me chocó más el hecho de que la señora que estaba comprándose una faja y eligiendo entre varias (tipo: antídoto contra la lujuria, todas ellas), se mostrase tan hostil con los demás. Como tardaba en decidirse y se tenía que probar, cosa que yo me imaginaba súper dificultosa, le pedí permiso para comprar yo antes, una caja de alfileres. Airadamente me silbó un amenazador “a esperar”. El caso es que la señora no era exageradamente gorda, entradita en carnes pero no tremenda. Ella no, pero la faja que tenía algo de siniestro, sí… Me dio por mirarle a los ojos y vi, en ellos, preocupación e inquietud. ¿Por qué? ¿Quién? ¿Qué enemigo la inducía a meterse allí dentro, a ponerse ese instrumento de tortura? Pensé que aquello debía ser para ella, además de un suplicio, un elemento separador que la alejaría de sus seres más queridos.
Posiblemente tendría un marido que le resultaba todavía apetitosillo, pero la faja no le permitiría el más ligero acercamiento.
Juzgamos, pero no sabemos las verdaderas razones de la amargura de los demás.
En los tiempos que corren vive uno asustadillo: terrorismo, atracos, fanatismo islámico, infartos que, de repente te enteras, han dado a tu vecino, etc. Todo esto se borró de mi mente y me sorprendí pensando en lo que podía pasar cuando la señora se quitase la faja y se le desparramasen a un tiempo las carnes y el mal humor. ¿Y si le daba a alguien? ¿Podría haber víctimas? En fin, nunca se sabe, pero siempre, hay que conservar la esperanza y no perder la fe en Dios. ANGELA MAGAÑA

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