EN EL
ASCENSOR.
Calle Mayor
en Madrid: en el número14 vivían los abuelos de mi amiga Virginia.
En aquella vieja casa el hueco del ascensor con sus recovecos parecía hecho para esconder algo tétrico. La cabina de cristal discurría arriba y abajo
con una lentitud exasperante e iluminado por una luz vacilante que me llenaba
de aprensión.
Abrí la
puerta en el Bajo con el mismo miedo de siempre y me decidí a subir. Para
animarme un poco intenté pensar en el Fantasma de Canterville que, aunque fantasma, me caía bien y me daba
casi lástima.
Apreté el botón del 5º, aquello dio un salto brusco y arrancó
despacio con un chirrido lastimero. Siguió
subiendo como si le fallasen las fuerzas y cuando estaba entre los pisos 2 y 3
se paró en seco. Frente a mí, con la vacilación de la luz, uno de los temibles entrantes
en la pared parecía cambiar de forma y alojar todos mis miedos. Pocos segundos
después, el ascensor reanudó la subida. Lo habían llamado desde el 3º. Entraron
dos ancianos... todo parecía ser viejo allí. No saludaron, no sonrieron, seguimos
subiendo. Me miraban con los ojos glaucos de la gente muy mayor y mi
imaginación empezó a jugarme una mala pasada. Al menos uno de ellos me miraba
sin verme y el otro no resultaba más tranquilizador.
¿Por qué no
había subido andando? mis piernas jóvenes me hubiesen permitido huir.
En unos
eternos segundos más llegamos al 5º. Me lancé a la puerta que abrí con
brusquedad y a los brazos de mi amiga
Virginia que me esperaba extrañada por mi inesperada efusión. En el ascensor quedaron los ancianos y mis miedos.
En casa de los abuelos mi amiga y yo nos metimos en el
maravilloso cuartito lleno de TBOs encuadernados y sólo sentí el placer que suponía para mí semejante tesoro.
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