martes, 28 de enero de 2014

EN EL ASCENSOR






EN EL ASCENSOR.

Calle Mayor en Madrid:  en el número14 vivían los abuelos de mi amiga Virginia. 
En aquella vieja casa el hueco del ascensor  con sus recovecos parecía hecho para esconder algo tétrico. La cabina de cristal discurría arriba y abajo con una lentitud exasperante e iluminado por una luz vacilante que me llenaba de aprensión.

Abrí la puerta en el Bajo con el mismo miedo de siempre y me decidí a subir. Para animarme un poco intenté pensar en el Fantasma de Canterville  que, aunque fantasma, me caía bien y me daba casi lástima.
 Apreté el botón del 5º, aquello dio un salto brusco y arrancó despacio con un chirrido lastimero.  Siguió subiendo como si le fallasen las fuerzas y cuando estaba entre los pisos 2 y 3 se paró en seco. Frente a mí, con la vacilación de la luz, uno de los temibles entrantes en la pared parecía cambiar de forma y alojar todos mis miedos. Pocos segundos después, el ascensor reanudó la subida. Lo habían llamado desde el 3º. Entraron dos ancianos...  todo parecía ser viejo allí. No saludaron, no sonrieron, seguimos subiendo. Me miraban con los ojos glaucos de la gente muy mayor y mi imaginación empezó a jugarme una mala pasada. Al menos uno de ellos me miraba sin verme y el otro no resultaba más tranquilizador.
¿Por qué no había subido andando? mis piernas jóvenes me hubiesen permitido huir.

En unos eternos segundos más llegamos al 5º. Me lancé a la puerta que abrí con brusquedad y  a los brazos de mi amiga Virginia que me esperaba extrañada por mi inesperada efusión. En el ascensor quedaron los ancianos y mis miedos.
En casa de los abuelos mi amiga y yo nos metimos en el maravilloso cuartito lleno de TBOs encuadernados y sólo sentí el placer que suponía para mí semejante tesoro.



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