¿Qué ha sido mi vida? Montón de veces he renovado mi DNI. Mi juventud
corta pero bien distribuida: vivía en Madrid, veranos con mis abuelos en un
pueblo riojano, donde más que una niña parecía una cabra: monte arriba, monte
abajo sacando todo el partido a la naturaleza tan rica en frutales y hortalizas,
con un río límpido y aquellos montes habitados
por hermosos buitres leonados;
jovencita e inocente, procuraba yo estar limpita y perfumada si me tumbaba al sol, para que
notasen que estaba bien viva; excursiones gozosas. Mis
hijos, efímeros, crecieron tan deprisa, se fueron tan pronto de nuestro lado…
He tenido la suerte de viajar, al leer las aventuras de Maqroll el Gaviero,
me sorprendía la de lugares que, yo también, conocía.
En fin: vida luchada, trabajada, sufrida y gozada; amores más o
menos discutidos, nada aburridos; balance positivo al fin.
Mi problema de hoy es que ya no fluye de mis dedos la escritura, como
antes y es que la madurez me ha traído cierta paz, no odio casi, rabio poco y,
curiosamente, eso era lo que me hacía
verter sobre el papel cualquier cosa que me convirtiese en esa “Marta, volcán
en erupción” con que me calificaba mi marido.
Rezó de vez en cuando, eso sí, cuando
pienso en mi salud física y mental, y mi oración, como en el chiste es:
¡Virgencita que me quede como estaba! Y es que yo, tras mis veranos
entre frutales sé que lo que viene
después de la madurez es ¡LA POCHEZ!
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