lunes, 14 de febrero de 2011

"EN JAMÁS DE LOS JAMASES"

“EN JAMÁS DE LOS JAMASES”

Cuando se conocieron, Manuel estaba convaleciente todavía y Mar, recién divorciada, se recuperaba de un matrimonio que le había resultado insufrible. Su marido era moreno, gordito, mofletudo, sedentario y aburrido hasta la exasperación, previsible hasta en el más pequeño detalle, y sus aspiraciones eran: ver football, tele, y no separarse de ella ni un minuto: “en jamás de los jamases”, solía decirle con auténtico empalago.” Mar se ahogaba y había acabado mandándolo todo al garete y cortando por lo sano. Después de 10 años, la decisión fue dura, difícil… pero ya estaba hecho y ella empezaba a respirar mientras que su marido, afortunadamente, tampoco parecía sufrir demasiado.

Manuel acababa de regresar de Bolivia, tierra de quechuas y aymaras, a donde había ido contratado por un periódico francés que le había encargado un reportaje sobre aquellos indios de procedencia desconocida. Se había adentrado en la investigación y había descubierto que la presencia en Bolivia de estos indios precedía en miles de años a aquellos a los que Colón y los demás descubridores habían encontrado al pisar lo que ellos calificaron de Nuevo Mundo.
Quechuas y aymaras vivían una casi continua enemistad aunque, los unos y los otros, eran y lo habían sido siempre, gentes pacíficas. Los aymaras con frecuencia eran considerados inferiores y tratados despectivamente pero Manuel, nuestro hombre, descubrió en ellos capacidades absolutamente desconocidas, incluida la de comunicarse entre ellos en un idioma expresado en sonidos, escasas palabras, frases recortadas y mucho de intuición y empatía. Una especie de telepatía parecía reinar entre ellos y Manuel con su carácter afable y sus deseos de ayudar e integrarse, acabó siendo muy apreciado por los nativos.
Procuraba serles útil y con su pequeña furgoneta los llevaba a veces a La Paz que estaba a setenta kilómetros de Tiwanaku, donde vivían, o se adentraba solo (o acompañado) por sendas o caminos que conducían a las excavaciones (pocas, por falta de dinero) dedicadas a buscar vestigios del pasado. Le gustaba charlar con aquellos estudiosos del terreno, más próximos a él en el ámbito cultural.
Un día un fuerte aguacero había embarrado los caminos y la furgoneta renqueante y deteriorada se le paró en mitad de un riachuelo que habitualmente era un lecho seco y pedregoso. Aquel día nadie le acompañaba y abrió el capó para echar un ojo al motor. Había agua por todas partes y al ir a asomarse descubrió una serpiente que había sido arrastrada dentro por el fangoso líquido. Antes de que tuviera tiempo de retirarse y mucho menos de averiguar de cuál se trataba sintió una gran punzada en el antebrazo y el miedo se apoderó de él.
Se apresuró hacia la orilla y una vez allí se desmoronó, como fulminado, en mitad del camino.

El veneno era mortal pero tuvo la fortuna de que unos indios lo encontraran y lo llevaran sin tardanza al cercano poblado. Afortunadamente eran conocedores de los antídotos adecuados para las serpientes, más comunes allí y tras tres meses de dolores y problemas se consideró casi recuperado y con ganas de volver a su mundo.

Eligió para vivir Granada, una ciudad que le subyugaba, aunque nunca había estado allí más de una semana. Se instaló en el Hotel Granada Center y empezó a pensar en cómo reorganizar su vida. Dejaría el periodismo, pensó, y se dedicaría a escribir una novela en la que plasmaría todas las vivencias y aventuras recientes en su memoria.
En la habitación contigua a la suya estaba Mar que había ido a un congreso de medicina a reunirse con sus compañeros médicos. Se veían por el pasillo y coincidieron, un par de días, en la cafetería a la hora del desayuno y acabaron entablando amistad.
Manuel era atractivo, un cincuentón interesante, delgado y alto y Mar resultaba una mujer con mucho encanto. Le obnubiló, a ella, la conversación de Manuel y mentalmente al oír tanta aventura lo comparó con su ex y se sintió muy atraída por esa personalidad tan aventurera.
Acabaron juntos y completamente revueltos y se instalaron en una nueva casa a compartir su vida de forma definitiva o… esa, era la idea.
Aquello era auténtica pasión que vivían los dos, medio enloquecidos. Como en la canción de Ana Belén: “Parecían dos irracionales”
Él triunfó con su novela y empezó otra y otra y llegó a ser un escritor conocido y exitoso.
Ella era un buen médico y se entregaba, con vocación y acierto, a su trabajo.
Pero pasó el tiempo y, con él, la vehemencia amorosa de ambos. Manuel viajaba mucho para documentar sus novelas y cada día estaban más distanciados geográficamente y también en su relación de pareja.
Mar pensaba, escéptica, que lo del amor para siempre no era para ella y estaba muy desilusionada.
Este segundo amor, también, pasó al olvido.

Meses más tarde, una noche, Mar salió a cenar con un grupo de amigos. Lo pasaron bien, sin más, y quisieron rematar la reunión con una copita en un club. Un señor se acercó a ella en cuanto la vio. La luz velada del local y el humo no permitían una visión precisa, pero Mar percibió a un hombre de pelo blanco y poblada barba, blanca también, mejillas con arrugas profundas y un cuerpo erguido y alto donde la grasa brillaba por su ausencia. Un hombre maduro con muy buen pinta, pensó ella. Bailaron un buen rato en silencio con movimientos acompasados, disfrutando extrañamente de la proximidad. Se sentaron luego y mientras saboreaban la última copa empezaron a hablar. Ella le contó sus dos experiencias; primero le habló de Manuel y de cómo su relación se había apagado, después de unos años, hasta no existir. Luego melancólica le habló de su primer marido de cómo habiéndose querido mucho, no pudo soportar, ella, tanto aburrimiento.
Él a su vez le contó como, por amor, había decidido cambiar totalmente de forma de vivir para reconquistar a la mujer que dejó escapar por estupidez y pereza. Había descubierto el deporte, el teatro, el cine, la lectura, aprendido a bailar, a viajar y comprendido que el amor hay que mantenerlo y no dejar que se consuma.
Se cogieron de las manos, sus ojos se encontraron y ella le reconoció.
Tomó la palabra Mar y soñadora dijo: Mi hombre juraba que me amaba y no se separaría de mi… y los dos a la vez pronunciaron la frase clave: “EN JAMÁS DE LOS JAMASES”

ÁNGELA

2 comentarios:

  1. Perfecto. Un relato redondo, con una bonita e interesante historia.El final está muy bien y la frase "En jamás de los jamases" me gusta, más cuando la vuelven a decir al final, cerrando así de forma ideal el relato, haciéndose cómplices los dos del tiempo pasado y de lo que les quedaba por vivir.

    Un saludo

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  2. hola Angela
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    Muy bonito con final feliz.
    saludos

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Me gusta que me sigáis
, así es que gracias por vuestros comentarios amigos.