En el autobús.
Jueves, 19 de junio de 2014.
¡Qué dominio el mío! Esto es como montar en bici; no se olvida. Mi
juego de rodillas en el bus lo adquirí en los doce años de cole y todavía casi
me divierten los frenazos… aflojo las piernas, me agarro, ¡vaya bote! me AFERRO
más bien y ¡hala, a vacilar! Me viene de miedo que se me vaya un poco la
olla a ver si me relajo después del día de curro de hoy. He repetido lo mismo a
un montón de señoras 200.000 veces, me voy a convertir en un loro… ¡Plasta!!! Me
siento un ratito antes de que ese señor me deje su asiento, me entra un
complejo de ancianita que no veas, cuando me jubile creo que me resignaré pero
ahora me cuesta trabajo hasta dar las gracias; y encima el que hacía ademán de
ir a levantarse peina más canas que yo que para algo me las tiño ¡claro! Bueno
¡ni caso! Qué dichosa costumbre tiene la gente de hacer tapón en la parte
delantera, con lo poco que cuesta avanzar un poco más. Ese señor me recuerda a
un actor de cine, creo que es uno que hacía siempre de abuelito encantador. ¡Es él! Juan Antonio Quintana se llamaba, qué raro que
yo lo recuerde. Tiene buena pinta, tan delgadito, se parece a mi padre. Por eso me caía tan bien… ¡que mayor está el
pobre! Un asiento libre a su lado. ¡Voy
para allá!
Anda me sonríe: “Hola, Cuánto
me alegro de conocerle… uy que ya he llegado, tengo que bajarme” ADIOS.
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