SI HUBIESEN
PODIDO… -- Domingo, 09 de marzo de 2014
Ejercicio
para un lunes cualquiera.
Sobre el
sofá, en un cuadro grande, las tres viejas plasmadas en el lienzo parecían presidir la habitación. Sentadas en pequeñas sillas de enea que contrastaban con los cómodos sillones de
aquella estancia, mantenían la mirada fija en su costura sobre blancos
paños. Su vestido
negro marcaba el tiempo y el entorno rural
en el que debieron vivir. Si hubiesen podido alzar la vista el evidente paso del tiempo les hubiese sorprendido.
Frente a ellas, algo que no conocieron: un
televisor y más aparatos con botones que parpadeaban en rojo o verde y marcaban
la hora, fugaz, en medio de una
pequeña pantalla.
Muchos
libros alineados unos en la librería,
abiertos otros encima de una mesa rectangular en otra parte de la habitación. Otra mesita con un
ordenador, impresora y “trastos” varios que pertenecían a un mundo ajeno a ellas.
Lo más
espectacular, sin embargo, era la gran cristalera desde la que se podía ver
todo Madrid. Les hubiese llamado mucho la atención si hubiesen podido
contemplarlo.
Un undécimo primer piso que en su pueblo era algo desconocido e
inexistente. La luz entraba a raudales para alegría de las plantas que a un
lado y otro bordeaban el ventanal. Sol, mucho más abundante en invierno, en
aquel salón tan bien orientado: un calanchoe
pleno de flores rojas y una nolina con su panza hinchada y un enorme
penacho de hojas verdes, esperaban el sol que todas las mañanas incidía sobre ellas desde levante. En
el lado opuesto: dos bolas de cactus siamesas más gordas que sandias. Había
también un pequeño ágave dentro de un antiguo fanal de cristal de algún desaparecido cableado eléctrico que
reposaba sobre otro recipiente cuadrado, también de vidrio. Parecía un pequeño
invernadero cuidado con cariño y esmero.
En el perdido pueblo de Almería donde las ancianas fueron inmortalizadas sobre el lienzo había plantas de esas y de todo tipo; así es
que aquello, por lo menos, no les hubiera resultado extraño.
La gran
maceta de los cactus, de cerámica
granadina, se apoyaba en un mármol, sobre algo que tampoco les era desconocido:
unas patas de metal de una antigua máquina
de coser.
Resultaba
también anacrónico para ellas (tan de pueblo) aquella bicicleta estática que,
medio escondida detrás del sofá reclinable de la mujer, cobraba vida cada vez
que su dueña la usaba al grito de: “¡después de comer mucho, quemar un poco!
Risitas de los dos que allí moraban y luego: libro en ristre o con la tele
puesta la señora leía o miraba la tele,
y pedaleaba satisfecha.
Por lo
demás: más cuadros, algún adorno y otra mesa delante del sofá en la que de vez
en cuando reposaban unas piernas
acompañadas, en seguida, por algún suave ronquido.
Pero ellas
no podían alzar la vista de su aguja y de aquella tela…
FIN.
Nota del autor:
No se sienten Vds. a coser no les vaya a
ocurrir como a estas pobres señoras.