lunes, 26 de octubre de 2009

Escrito en enero 2005. MI DIABETES Y YO

DE UNA DIABETICA DE PRO A LOS DEMAS Y A ELLA MISMA

Nací el 16 del 12 de 1943 muy sanita y muy bien.
Jovencita, en el pueblo de mi padre, Cervera del Río Alhama, descubrí que me encantaban las excursiones por los montes. Me gustaba también andar en bici y el deporte en general y nadaba mucho. Pero a los doce o trece años, aunque comía como una lima, tenía una sed horrible, estaba delgada como un palillo y empecé a tener unos picores vaginales súper "insoporteibols". Medía casi 1´70 y pesaba alrededor de cuarenta y un Kg.

En Cervera durante el verano de mis 12 años, en vacaciones, vino de visita a casa de mis abuelos un amigo de mi padre que era médico; le sorprendió que yo me hubiera quedado en casa en lugar de ir de excursión con mis primos porque ¡ME CANSABA!!!... Empezó a investigar y me mandó algo que no se les había ocurrido antes a los médicos que me habían visto ya: un análisis… Quizá porque nadie, antes que yo en la familia, había padecido esa enfermedad. Diabética perdida ¡claro! y en cuanto me mandaron insulina y régimen, mano de santo, se me quitaron los picores, la sed y empecé a estar mejor
Relativamente, claro, porque hay que ver lo poco que se sabía del tema en aquella época.
Yo no me topaba, entonces, con más diabéticos que yo misma aunque debía de haberlos, en menor número que hoy en día, por supuesto.

Había que hervir las jeringas de cristal, cada vez y no se nos permitía comer pescado azul, ni huevos fritos, ni cerdo (con perdón), ni pasta, ni otras muchas cosas muy buenas que ahora tomamos. No era fácil tampoco hacerse un análisis como no fuese en un laboratorio. Todo esto a la gente joven le debe parecer antediluviano… Lo era
Resumiendo: que a partir de aquel verano mi vida se convirtió en lo que es la diabetes: Un puro cálculo. ¿Qué como?, ¿Cuánta insulina me pongo? ¿Cuánto quemo? Y eso sin contar con las influencias emocionales y hormonales (estas últimas ya no cuentan, ¿eh? Ventajillas de haber superado los veinte años)
Entré a formar parte de lo que mi hermana mayor: Divina, llamaba diabéticos alegres. Ella los distribuía en dos grupos: los tristes y los alegres.

Un día me habló de una compañera suya: diabética triste, por cierto, y me la presentó para que la animara si podía. Nos tomamos juntas una cerveza y hablamos. Efectivamente, estaba acobardada y con muy poca energía. Al día siguiente, tenía una excursión con el novio y no se atrevía a ir. Le di un empujoncillo de moral y se animó, pero… no calculé bien y se animó tanto que, a los nueve meses, tuvo un hermoso niño. A partir de entonces procuré no ser tan eficaz en mis levantamientos de moral.

Volviendo al tema de lo que era mi calidad de vida en aquel tiempo, no es extraño que al empezar con la insulina mejorase notablemente, ya que como estaba tan súper delgadita mi abuela antes de saber que era diabética, me daba merengues, riquísimos por cierto y todos me dedicaban delicadezas varias de este tipo, que como podéis imaginar no contribuían precisamente a mejorar mi salud.

Estuve sólo regular hasta que mi padre oyó hablar de un tal Dr. Jiménez que pasaba consulta en Maria de Molina esquina a Lagasca. Este hombre era genial, muy buen diabetólogo, humano y un precursor para la época. Me trató desde 1957 aunque luego seguí con su hijo, un muchacho de mi edad, que estudio medicina y siguió la escuela de su progenitor. Durante muchos años y gracias a ellos dos (padre e hijo), y a mi afición al deporte, mi salud mejoró notablemente; ahora nado, por lo menos, tres veces en semana, ando muchísimo y corro suave, a lo ancianito, varias veces a la semana.
A los quince años conocí a un compañero de mi hermana, y empezamos a salir, él tenía ocho años más que yo; terminó la carrera y se fue a trabajar a Larache en Marruecos y a los 18 me casé.
Las cosas de la vida: se “contagian” o lo parece. Ángel, mi pareja, me acompañó, un día, a mi diabetólogo en busca de un régimen de adelgazamiento y resultó que él también era del gremio de los dulces; unos años sin insulina, hoy insulinodependiente como cualquier hijo de vecino.

Día tras día, me veía levantarme temprano para ir a correr, hasta que se animó, el también; hoy es tan adicto al deporte como yo.
En mi juventud y desde la óptica de diabética independiente, (no existían las asociaciones de diabéticos, como ADE) fueron traumáticos los dos intentos de probar con otros diabetólogos. Ahora los médicos saben de diabetes, en mi tiempo, era diferente.
Me casé a los diez y ocho años, dejé Madrid para vivir en Marruecos y luego nos trasladamos a Huelva. Tardé casi once meses en quedarme embarazada, llegué a ir un médico a ver por qué (inocente y palurdo corderillo: ¡con diez y nueve años!), bueno, el caso es que tuve mi primer hijo con veinte años. Cuando estaba de cuatro meses pasé por un portal donde había un cartel que ponía: D. Luís M. B.: diabetólogo y pensé que debía tener uno cerca ya que “mi” Dr. Jiménez vivía en Madrid y pedí cita. Me pesó, me dio un librito: GUÍA DEL DIABÉTICO Y me dijo:”Con el peso que Vd. tiene y embarazada, siga la dieta de dos mil calorías y, sin más preámbulo, me mandó ponerme setenta y cinco unidades en lugar de las veinticinco que tenía prescritas.
Recordad que en aquel tiempo no teníamos analizadores, no existían.
Cada uno de vosotros, diabéticos míos, sabéis la barbaridad que esto supone, pero yo en aquel tiempo no lo sabía. Pensé que: estaba embarazada, que eso era nuevo para mí y que un diabetólogo lógicamente entendería más que yo. La segunda o tercera noche después del aumento de insulina, me desperté en otra habitación y delirando. Mi marido (asustadísimo) me había cambiado de cama porque había devuelto y porque me había dado un coma tremendo. Me preguntaba (esto lo recuerdo) “¿Dónde está lo de los médicos?” y yo le contestaba: “En el medical…”. Estaba totalmente pirada; pero éramos tan jóvenes e ignorantes y estábamos tan solos en Huelva, que esperamos y cuatro noches más tarde me volvió a ocurrir lo mismo (pensamos que sería del embarazo), otro coma. Entonces sí, fui de nuevo a ver al insigne diabetólogo que me dijo, en esta ocasión, que una diabética no tenía que ir al médico por cualquier cosa. De resultas de semejante cretinez me fui directamente a la RENFE y volví a casa con un billete de tren para Madrid.

Se derivó de esto un auténtico terror, por mi parte, a ir a otro médico que no fuese el mío con lo cual se hicieron habituales mis agradables viajes a Madrid para que me viese el Dr. Jiménez.
Era estupendo, me encantaba ir y la terapia era ver a mis padres, al médico y no perder contacto con mi Madrid que me seguirá gustando toda la vida.
Pero hay que ser bruto para triplicar la dosis de insulina de sopetón a nadie. Me podía haber mandado al otro mundo fácilmente y de paso cargarse a mi niño, en el cuarto mes de embarazo. Después de esto estuve muchos años en que mi médico, era yo misma ayudada por mis visitas a Madrid que no eran tampoco muy frecuentes.

Tampoco estoy contando que siempre he sentido deseos de hacer cosas nuevas que me han ayudado a salir adelante y a no decaer. Después, en un momento determinado, estuve también ingresada en Madrid en la Cruz Roja de Reina Victoria (enfrente de la cual yo había nacido) y también me fue fatal.

Luego estaban los demás, los no diabéticos. Una vez una persona muy querida por mi y muy allegada me dijo” A ver cuando empiezas a hacer las cosas bien” y yo le contesté: ”Esto es como si a una persona que se está ahogando y quiere salir de una piscina con bordes de hielo y no puede, le dices: “A ver si sales ya”. Me sentía de lo más incomprendida y no sabía que hacer con mi dichosa salud.
Pero en fin, esto ya ha quedado atrás y al releerlo me suena demasiado trágico.

De todas formas para no dejar a medias, mis traumáticas experiencias médicas, me traslado a unos años más tarde viviendo ya en Motril. Un buen amigo mío médico, urólogo, para más señas, estaba preocupado por mí y me aconsejó volver a recurrir a un especialista, muy afamado por cierto, un tal X.X... en Granada. Andaba yo, en la época, preocupada y tristona y fui a ver a ese señor. Fue él, el que me indujo al continuo autocontrol, que he seguido llevando siempre, después. Esto es lo normal y es bueno pero al principio era desoladora esa obligación de analizarme 6 veces al día o más, sobre todo, porque el doctor, en cuestión, de psicólogo no tenía nada y soltó las típicas amenazas de que me iba a quedar ciega, se me caerían los dientes, tendría problemas de piernas y etc. antes de morirme, claro.
Me redujo la dosis de insulina diaria a diez y seis unidades y me mandó volver a la semana justa, pero me prohibió, completamente, el deporte durante esa, semana. Querría saber como reaccionaba mi organismo en vida sedentaria, supongo. El resultado fue que estuve toda la semana por encima de trescientos de glucosa, con dolor de cabeza y muriéndome por los rincones.
Pasó la semana, fui a su consulta y le enseñé mis anotaciones de análisis. Lo cogió y me preguntó: ¿Qué cenó Vd. ayer? Sólo recuerdo, que al enumerar: un huevo pasado por agua, sin escuchar más, lanzó un: ¡Yo le dije una tortilla!... o al revés, no se. Tiró sobre la mesa la cartilla de apuntes y me dijo “Vuelva Vd. dentro de otra semana”.
Cuatro veces fui a su consulta y las cuatro salí llorando a “hipios”. La última vez mi marido, muy cariñoso, me dijo: “Chata, a lo mejor estamos haciendo las cosas mal” y yo le contesté:”Bien o mal, esto se acabó.” Y desde entonces seguí luchando, yo solita, pero empecé a controlarme mucho y ya acabé, aceptando el hecho de que había que hacerlo así.

Mi posdata a esto es que de momento no se han cumplido sus negros presagios y tengo ya 61 castañas, este inciso es sólo para que no os desaniméis si estáis leyendo. Seguro que los jóvenes que habéis recibido, desde pequeños, una educación diabética tenéis dificultad en entenderme. Los veteranos, como yo, lo comprenderán mejor.

Me remontaré ahora a la Edad Media, o sea, a cuando me casé.
Acostumbrada a vivir en Madrid con mis tres hermanos y mis padres,” just married”, en Larache, el exespañol Marruecos, me vi bastante “solateras”, la única que no me dejaba nunca era mi diabetes. Más tarde vivimos en Córdoba, Sevilla y finalmente en Huelva donde llegamos a tener muy buenos amigos y a estar muy a gusto.
Me quedé embarazada estando ya en Huelva, a los diez y nueve abriles, y allí fue donde acudí por primera vez a un diabetólogo local que casi me mata pasándome, sin más, de veinticinco unidades diarias a sesenta y cinco, estando yo, ya, de cuatro meses y medio.
A consecuencia de esto en pleno embarazo tuve dos comas hipoglucémicos, no obstante lo cual, todo fue bastante bien y mi hijo mayor: Ángel, nació con cuatro kilos y muy majillo, por cierto. Le di de mamar durante tres meses (mi leche era azucarada, claro) y luego como yo le había oído decir a mi madre que ella nos había dado leche condensada la usé, yo también, para mi hijo en los biberones. Se crió de maravilla. En cuanto dejé de darle el pecho, me volví a quedar embarazada. Ya os he advertido que éramos bastante ignorantes y como había tardado bastante a tener el primer hijo, creíamos que “embarazarse” era difícil.

Doce meses más tarde, tuve a mi hija, esta vez pesó medio kilo más; cuatro kilos y medio. Otra vez puntos de sutura y por lo demás, bien. Pero lo peor estaba por venir: su crianza. Esta vez no tenía yo leche y la tuve que criar con biberones. Fui a un médico de Huelva que me puso a parir (esta vez en sentido figurado) por haberle dado a mi primer hijo leche condensada y sacó un libro gordo para enseñarme la de leches maternizadas que había.
Ya tenía yo entonces, veintiún años y me había vuelto más formal, le hice caso al médico y fue un desastre total. La niña lloraba, lloraba y no engordaba. Nadie me dijo entonces que los bebés de madre diabética, al estar, en un medio dulce (la madre) están sobrados de insulina. Me di cuenta, yo sola, años después y además recordé que, efectivamente, en los últimos meses de embarazo casi no me tenía que poner insulina. Cuando ya la niña era un poco mayor y empezó a comer de todo se puso muy bien y las cosas se quedaron así.
Tres años más tarde tuve otro niño, Pablo, esta vez pesó cinco Kg. Cada niño medio kilo más que el anterior y vuelta a empezar: el crío necesitaba azúcar porque nacía hipoglucémico , yo no lo sabía y nadie me lo dijo, a los seis meses sólo pesaba seiscientos gramos más que al nacer y tuvo principio de raquitismo. También allí me dijo un médico de Huelva (a pesar de lo desesperada que yo estaba al no saber que darle a mi hijo) que había que tener más gracia para criar a los hijos y otras lindezas por el estilo. Se que, ahora, esto se soluciona en el mismo hospital donde a los recién nacidos, hijos de diabética, les dan suero glucosado, azúcar o lo que sea. Pero yo: ¿qué sabía? Resumiendo, que con veinticuatro años tenía ya a mis tres hijos en el mundo que después, afortunadamente, fueron como todos los demás, sin problemas posteriores de diabetes.
Por suerte a los veinticinco años empecé a trabajar de nuevo como
“profe” primero de francés y luego también de inglés, para lo que tuve que estudiar como una loca y hacer un montón de exámenes yendo a examinarme a Madrid, (lo de pasarme unos días en Madrid, me encantaba) hasta que conseguí por libre el título de la Escuela Oficial de Idiomas.
Más cosas os podría contar pero, por no ponerme pelma, solo os diré y además vosotros lo sabéis, que todo ha ido evolucionando y que ahora con la insulina Lantus estoy mejor que nunca y pasando una buena época de mi vida. ¡Ah! Y lo más importante que: ya he perdido el miedo y ahora tengo un médico súper bueno, que utiliza sus conocimientos y experiencia sin menospreciar lo que yo he ido adquiriendo a lo largo de mis dulces años de vida.


Espero que lo que os he contado, si lo leéis, os sirva para algo.

Ángela Magaña


P.D. Sólo me falta dar las gracias a mi familia, que me ha ayudado, a mis amigos y a los médicos que me han hecho mucho bien, que como os he contado, ha habido algunos.


5 years later... Como en las películas.

Día 29 octubre 2009
Mi diabetes y Yo.—Hipoglucemias—

Hace casi 5 años hice un pequeño relato de mis anteriores experiencias.

Mis hopoglucemias, seguidas casi siempre de hiperglucemias, me resultan molestas y preocupantes. El ver lucecitas me hace pensar, con cierto terror, que mi nervio óptico sufre. Cuando son nocturnas, encima, mientras me despierto o no, lo paso fatal y cualquier pequeña molestia que tenga (muscular o de cualquier tipo) se acrecienta, con lo que me levanto fatal.
Las “hipo” pueden ser de distinto tipo: Las hay de lucidez mental, en las que se puede enfocar cualquier cosa con claridad meridiana; hay otras que vienen con falta de riego y consiguen que se parezca completamente tonto; otras hacen sudar y vienen acompañadas de un hambre voraz, que te lleva a la hiperglucemia garantizada; en otras ocasiones hay que cebarse como si de una oca, para hacer foie –gras, se tratase. Esto es odioso, empachoso y hasta humillante.
No se asunten: esta experiencia ha sido ,no en dos días, sino a lo largo de 53 años de vida diabética.
Hace tres años el emprendedor D. Luís Azcue Gamallo, organizó con la: ADE (asociación diabéticos española) de Madrid un precioso viaje. Un montón de diabéticos de esta ciudad, tuvimos la suerte de hacer “El Camino de Santiago”, fue muy divertido y positivo. De día andábamos, hablábamos y conocíamos gentes interesantes y lugares pintorescos y por la noche nos daban instructivas conferencias sobre el tema que nos interesaba: la diabetes. Recuerdo, yo, que nos dijeron que antes de acostarnos nos hiciesemos un análisis, que si estábamos por encima de 200 nos pusiésemos un par de unidades de rápida. Estuve así bastante tiempo y cogí, a raíz de aquello, la costumbre de corregirme a posteriori, las dosis de insulina.

Ahora vivo en Jerez, donde he tenido la suerte de dar con un médico: Dr. Mercedes Lasterra, que está “muy puesta” en el tema.
Le comenté lo de mis, molestas/peligrosas,“hipos” y me convenció de que volviese a apuntar en una libreta los resultados. Y, lo más importante, me aconsejó que me pusiese algo, aunque fuese muy poca (1 o 2 unidades), antes de comer.

Os preguntareis por qué no lo hacía desde antes pero es que, al ser deportista como soy, mis necesidades de insulina son mínimas y dos simples unidades pueden ser dosis abusivas, para mí. Había llegado a tenerle miedo a la rápida y me había acostumbrado a corregir, en lugar de prevenir.
Desde que lo estoy haciendo así, estoy teniendo menos problemas, aunque afinar en los diabéticos tipo I, resulta bastante complicado.

viernes, 9 de octubre de 2009

QUEJAS

— “Me paso las noches en blanco, no pego ojo; imposible dormir” —
Así despertaba él cada mañana. Cada mañana desde hacía 47 años, que llevaban juntos. Ella, a su vez, lo había probado todo: tapones para los oídos, pastillitas “dopantes”, apoyar la cabeza por el lado de audición menos fina, irritantes codazos ¡Todo… ¡ Lo peor, sin embargo, era cuando se ponía la radio con los auriculares e intentaba escuchar algo; auténticos aullidos huracanados de potencia insuperable dominaban la noche.
A veces creía que la razón empezaba a fallarle. De las noticias y con horripilante frecuencia le llegaban ecos de maltrato. Muerte y luego suicidio del agresor. La idea empezó a rondar su cabeza.
La duda la asaltaba a veces ¿Sería ella capaz?

Invertiría el orden:
Se suicidaría primero y después una gran mandarina que metería en la boca emisora de tanto ruido, lo silenciaría para siempre.
Fue demasiado lenta, demasiado reflexiva.
Pasó otros 47 años elaborando su plan… y entonces, sorda como una tapia, se le olvidó lo que había urdido.